La web de Eurostat no es apta para no iniciados. El instituto estadístico europeo acumula tal cantidad de datos, tablas, clasificaciones, temas o epígrafes que, a pesar del esfuerzo de claridad que se percibe por parte de sus autores, es muy fácil perderse. Eso sí, la acumulación de cifras es de tal magnitud que también resulta relativamente sencillo (aunque costoso en tiempo) encontrar aspectos positivos y negativos de cualquiera de los países de la UE.
Por ejemplo, si alguien quiere ver el vaso medio lleno sobre Bulgaria, el país más pobre de la Unión y uno de los que más problemas económicos acumula, seguro que puede rebuscar hasta encontrar una tabla en la que se ve una tendencia ascendente o los búlgaros están en los primeros puestos de la lista. Con España lo tendría sencillo: el que quiera ver las cosas de color negro sólo tiene que acudir a la pestaña sobre mercado laboral (incluso tras los excelentes últimos cuatro años, seguimos a la cola junto a Grecia en la mayoría de las clasificaciones); al que le apetezca ver a nuestro país con cristales rosas, a las de esperanza de vida. Eso sí, muy cerca, en los otros epígrafes sobre demografía, encontrará el reverso de la moneda: la peor y la mejor estadística sobre nuestro país están casi pegadas.
En la siguiente tabla se encuentran reunidas las regiones europeas con mayor y menor esperanza de vida para los niños nacidos en esas regiones en 2016, unos datos publicados hace unos días en Eurostat, según explica Alejandro Macarrón, experto en cuestiones demográficas y autor del libro Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo: ¿A la catástrofe por la baja natalidad?.
Y sí, una región española, Madrid, encabeza la clasificación. No sólo eso, La Rioja y Castilla y León son tercera y cuarta. Y Navarra, séptima. Sólo Italia presenta unos resultados similares, con otras tres regiones en el top ten y el cantón suizo de Tesino (que no es Italia, pero casi).
El dato es espectacular. No siempre somos conscientes de lo que significa. Pero habla muy bien de la calidad de vida del país en el que vivimos. Aquí puede haber mucho debate sobre cuáles son las razones de este éxito. Desde luego, hay factores culturales (desde la gastronomía hasta las redes familiares-sociales) y geográficos (el clima ayuda, y mucho). Pero no sólo tenemos esa esperanza de vida por el sol y el aceite de oliva. El desarrollo económico de España, la calidad de sus servicios, las buenas infraestructuras sanitarias, las instituciones, las empresas… Todo eso, que no siempre es reconocido, también pesa en la estadística. Por cierto, hablamos probablemente de la clasificación más importante de todas las que cada año se publican. La que todos los países querrían liderar. Pues son España, Japón o Italia los que la encabezan.
Es evidente que no hablamos de un tema menor. La diferencia entre las regiones más longevas y las que menos de la UE es de más de una década de esperanza de vida para sus habitantes. Y otro apunte interesante: normalmente estas estadísticas de longevidad están muy asociadas a la renta. Así, no es extraño que la región que se denomina Londres-Oeste en las tablas de Eurostat esté en el top 10 de mayor esperanza de vida, muy por encima de la mayoría de las británicas: esta región es la más que tiene unos ingresos por residente más altos de toda la UE. Pero eso también nos habla muy bien de las posiciones de las regiones españolas e italianas: en los dos casos estamos ante países que, si bien son ricos y prósperos, están lejos de los más avanzados de la UE en términos económicos. Pues bien, incluso así, en las tablas de calidad y esperanza de vida, casi siempre logran colarse en los primeros puestos.
En este punto hay que señalar que Eurostat recoge más de 280 unidades territoriales a las que denomina "región". La clasificación no es homogénea en el sentido de que no todos los países tienen la misma descentralización territorial: no es lo mismo un cantón suizo que una autonomía española. Además, hay enormes diferencias de población: incluso dentro de un mismo país, como puede ocurrir entre La Rioja y Andalucía. Además, el instituto estadístico agrupa estas regiones en unidades superiores para otros fines (por ejemplo, en España no sólo da los datos por CCAA sino también los que denomina Centro – Sur – Noroeste – Este). Dicho esto, que tres de las cuatro autonomías españolas entren en el top ten y que muchas otras ronden el top 30-40 no es una casualidad ni un logro menor. Se dividan como se dividan las regiones, España está en la mejor posición de Europa en este aspecto.
Tres datos más
Las buenas noticias no terminan aquí. En la mayoría de las clasificaciones relacionadas con la demografía, España puntúa muy alto. Y, casi más importante, sigue mejorando año a año. Por ejemplo, la siguiente tabla nos indica cómo se ha incrementado la esperanza de vida en los últimos años.
Puede parecer irrelevante, pero no lo es. A lo largo del siglo XX, la esperanza de vida en todos los países desarrollados se ha incrementado de forma notable. Al principio fue relativamente sencillo: las principales ganancias se consiguieron reduciendo la mortalidad infantil. Durante siglos, esta fue la causa de que la edad media previsible en el momento de nacer apenas llegara a los 40 años (y eso en los países más ricos): había un enorme porcentaje de niños que morían en los primeros años de vida.
Aunque seguimos avanzando también en lo que hace referencia a la mortalidad infantil, las cifras ya son tan bajas que las pequeñas mejoras ya no tienen apenas impacto en la estadística. Ahora mismo la esperanza de vida crece porque nuestros ancianos cada vez viven más (y, por cierto, también con mejor calidad). De esta manera, en el último cuarto de siglo, un período de tiempo corto, la esperanza de vida se ha incrementado en 6,6 años: Y eso que partíamos de unos excelentes, en términos históricos, 77 años de esperanza de vida en 1990.
La consecuencia es que a los 65 años, la edad de jubilación, un español medio tiene más de dos décadas de vida por delante. Otro dato excelente y del que a veces no somos conscientes de su significado. También en esto nos situamos a la cabeza de Europa. Disputándonos el primer puesto de la tabla con franceses, suizos o italianos. Países mucho más ricos, como Suecia, Noruega o Alemania están a uno-dos años de los niveles habituales en España.
Algo parecido puede decirse en otras cuestiones como la mortalidad infantil de la que hablábamos hace un momento. España también está en los primeros puestos de Europa en cuanto al número de bebés nacidos que llegan al año de vida. En este aspecto nos superan, por poco, algunos países (Finlandia, Suecia, Noruega, Estonia…) pero estamos por delante del resto de países de la UE y asimilados (hay que recordar que Eurostat suelte recoger en sus tablas a países como Suiza, Noruega o Islandia que no pertenecen a la UE), incluso de muchos de los más ricos, como Alemania, Dinamarca u Holanda.
También es cierto que, como decíamos antes, en esta cuestión las estadísticas de casi todos los países son excelentes. Las diferencias son pequeñas. Pero incluso así, estar en las primeras posiciones es un motivo de alegría. Con un añadido: como vemos en la siguiente tabla, incluso aunque décadas que llegamos a cifras de mortalidad infantil muy bajas (menos de 10 muertes antes del año de vida por cada mil nacimientos), seguimos mejorando las cifras, poco a poco, casi cada año.
La cruz
Todo esto es la cara, la parte positiva. Las cifras que nos hacen sentirnos orgullosos y felices. Pero Alejandro Macarron nos advierte de que la moneda también tiene su cruz. Como decíamos al principio del artículo, muy cerquita de todas estas tablas, Eurostat también recoge otros datos que no son tan positivos.
Hablamos de los nacimientos. Ya hemos apuntado en las últimas semanas que España vive una situación complicada al respecto. Sobre todo entre los españoles de origen (no inmigrantes o no nacionalizados) el número de hijos se ha desplomado en las últimas décadas. Y aunque estamos en niveles muy reducidos, sigue bajando año a año. Por eso, hace unos días publicábamos en Libre Mercado que las españolas tuvieron en 2016 menos hijos que en 1939, el peor año, desde un punto de vista demográfico, de la Guerra Civil.
Pues bien, esta semana Eurostat publicaba sus cifras de fallecidos en los diferentes países europeos. Cruzándolas con las de nacimientos obtenemos un dato terrible: si sólo contamos a los nacidos en España (tanto para los nacimientos como para las muertes) el saldo vegetativo en 2016 fue de -78.769 personas cuando en 1939 ascendió a -50.300 personas (cifras del libro de BBVA Research Estadísticas históricas de España, siglos XIX-XX).
Es cierto que en aquel año 1939 la población total era mucho menor y que, por lo tanto, en términos porcentuales aquella cifra fue superior a la del pasado año. También es verdad que las cifras de la siguiente tabla sólo incluyen a los padres nacidos en España y a los fallecidos también nacidos en España. Si consideramos a los inmigrantes, el saldo vegetativo está equilibrado (aproximadamente el mismo número de nacimientos que de muertes). Y, por último, también hay que tener en cuenta que a la hora de contabilizar si una población crece o decrece también incluimos a las llegadas o salidas netas a causa de la inmigración: si sumamos esta estadística, la población en España creció en 2016 respecto a un año antes (en casi 88.000 personas, según el INE).
Pero con todo y con eso, el dato recogido en la anterior tabla no deja de ser muy llamativo. Porque hablamos de un país que ha conseguido llevar a récords históricos tanto la esperanza de vida como las muertes infantiles (y, en general, el porcentaje previsible de muertes a cualquier edad: la posibilidad de vivir un año más en función de la edad de una persona). Pues bien, que en estas circunstancias el saldo vegetativo de los nacionales sea peor que en el peor momento de su historia (y eso fue la Guerra Civil: el momento más negro de nuestra sociedad) es algo que quizás debería llevarnos a la reflexión y a un debate público que, salvo excepciones, está ausente de nuestra sociedad.