El sistema de pensiones chileno, basado en la capitalización del ahorro aportado mensualmente por los trabajadores, ha supuesto un parteaguas en los sistemas de jubilación del mundo rico y emergente. Frente al paradigma de reparto, predominante en España y muchos otros países, el esquema de la capitalización ha ganado peso con el paso de los años, hasta consolidarse como un modelo alternativo cada vez más rodado.
Conocido es el caso de Chile, pero quizá tenemos menos información de otras economías en las que se ha implantado un sistema del mismo corte. Sin dejar Hispanoamérica tenemos el ejemplo de Colombia, México o Perú. En el mundo anglosajón, Australia es uno de los casos más destacados. También en Europa hay esquemas de ahorro capitalizado en cuentas privadas: Estonia es el mejor ejemplo. Y, por supuesto, el ejemplo también ha calado en Asia, donde Hong Kong ha sido la punta de lanza del modelo diseñado originalmente por José Piñera.
Pero quizá muchos de nuestros lectores desconocen el experimento sueco con la capitalización. En su caso, no se trata de un sistema chileno al 100%, sino que el pilar de ahorro privado invertido en bonos o acciones recibe el 20% de las cotizaciones sociales, quedando el 80% restante en un esquema de reparto que, no obstante, se ajusta de forma automática, siguiendo una regla similar al factor de sostenibilidad español, pero mucho más rigurosa y menos contaminada de política.
Como explica James C. Capretta en un estudio del American Enterprise Instite, Suecia ha conseguido que, cada vez que surja un déficit en el sistema, las reglas de estabilización se activen automáticamente, dejando las pensiones fuera del ruedo político y sujetando la jubilación a la realidad financiera del sistema.
Originalmente, las pensiones en Suecia se aplicaban en un modelo de reparto que entregaba la misma prestación a todos los jubilados. Instituido en 1914, este esquema partió inicialmente de los 67 años como edad para el retiro. Ya en 1960, se reconfiguró el problema y se introdujeron algunas normas que vinculaban la pensión a las contribuciones realizadas, pero con topes. Así, la pensión máxima equivalía al 60% del sueldo medio percibido en los quince años de mejor retribución salarial. A cambio, eran necesarios treinta años de cotizaciones para beneficiarse del sistema plenamente.
El fondo de reserva, creado por José María Aznar en el caso español, era una realidad desde mucho antes en Suecia. Sin embargo, al igual que hemos visto en España, este tipo de soluciones no sirve de mucho cuando el sistema entero camina a la insostenibilidad. Por eso empezaron a introducirse cambios en los años 80 y 90.
Primero llegó el "sablazo" fiscal: las cotizaciones subieron del 19% al 24%. La decisión, tomada por los socialdemócratas en los años 80, no fue suficiente para evitar el deterioro del equilibrio financiero de las pensiones. Llegó después el momento de la reforma. En 1991, el centro-derecha llega al poder con un mandato de cambio y liberalización. El primer ministro Carl Bildt convoca un grupo de trabajo en el que están representados todos los partidos y se cierra un acuerdo para alterar el sistema de pensiones. De 1994 a 1998 se implementa el nuevo sistema.
Ahora, la cotización a cargo de la empresa es del 10,21% y la que financia el trabajador llega al 7%. El 80% del aporte va al modelo de reparto, pero el nuevo sistema está más vinculado a las aportaciones individuales y, además, cualquier escenario de déficit se traduce en recortes automáticos. A esto se le suma una corrección de los excesos del pasado que, en la práctica, reducirá un 8% las pensiones percibidas por los jubilados. Además, el fondo de reserva ha seguido en pie y, tras reducir su tamaño en momentos de crisis, ha crecido hasta llegar al 30% del PIB. Esto aminora los ajustes automáticos, pero solo en parte. Las reglas que deciden qué pasa con las prestaciones consideran la evolución del salario medio, el balance entre cotizaciones y gastos, el tamaño del fondo de reserva y la deuda futura estimada en el sistema.
Por otro lado, el 20% del ahorro forzoso se introduce en una cuenta de capitalización individual que ofrece 844 opciones de inversión y asigna una cartera promedio a todos aquellos suecos que no muestren preferencia alguna entre los centenares de esquemas disponibles. Los últimos datos disponibles son de 2016 y arrojan una rentabilidad media del 9,5% en los fondos disponibles, si bien el fondo promedio logró un 13,9% a lo largo del ejercicio. Este vehículo, el más común entre los cotizantes, ha acumulado un retorno anual medio del 9,6% durante los últimos dieciocho años.