El régimen general de la Seguridad Social contaba en 2015 con más de 12,5 millones de inscritos. Cada mes, estos trabajadores abonan a la caja de las pensiones una media de 515 euros, hasta completar una aportación anual de 6.200 euros en cotizaciones sociales, cerca del 30% del salario bruto. Así lo certifican los datos del ministerio de Empleo, que apuntan que los ingresos ya rebasan los niveles de 2008 a pesar de la pérdida de empleo registrada desde entonces.
El problema del sistema de pensiones español es que ese importante esfuerzo asumido por los trabajadores no se traduce en una acumulación de ahorro. Bajo el modelo de reparto, el trabajador de hoy renuncia a una parte importante de su sueldo para pagar la pensión del jubilado de hoy. Por tanto, aunque las reglas de cálculo sí procuran ligar parcialmente la prestación futura a las contribuciones realizadas, lo cierto es que el esquema consiste, en esencia, en una gran transferencia intergeneracional de rentas.
Hay, eso sí, fórmulas alternativas. La más célebre es el modelo de capitalización popularizado en Chile, pero adoptado desde entonces en decenas de países desarrollados y emergentes. El paradigma, diseñado por José Piñera, traduce las cotizaciones sociales en cuentas de ahorro personales que, a lo largo de toda una vida laboral, permiten amasar un importante colchón para la jubilación. Pero el verdadero éxito del modelo es que, lejos de permitir ese ahorro, canaliza las aportaciones de los trabajadores hacia distintos fondos de inversión que siguen políticas más arriesgadas o conservadoras dependiendo del criterio del trabajador/ahorrador.
El modelo chileno permite, por ejemplo, que aquellos trabajadores del país latinoamericano que aportan cotizaciones durante al menos 30 años terminen cobrando la misma pensión media que reciben los españoles. Hay, eso sí, una gran diferencia: en Chile, la cotización mensual es tres veces más baja, de modo que los sueldos de los chilenos experimentan una retención del 10% frente al 30% observado en España.
¿Qué ocurriría si aplicásemos un esquema así en nuestro país? Partimos, como es lógico, de que cada trabajador tendría su cuenta a cero en el momento de empezar la vida laboral, pero iría acumulando un ahorro anual medio de 6.200 euros, en línea con el actual nivel de cotizaciones. Ese ahorro se prolongaría durante 35 años, que es el período medio de trabajo de los asalariados en nuestro país.
Si esas aportaciones se realizasen en un fondo de perfil medio, basado simplemente en replicar el Ibex 35, el historial de rentabilidad del selectivo español arroja una rentabilidad media del 5,1%. De ser así, el patrimonio de los trabajadores crecería hasta alcanzar los 605.000 euros en el momento de la jubilación. En el caso de prolongar cinco años más la vida laboral, la cuenta de ahorro habría legado a 815.000 euros.
Hay, además, efectos secundarios muy beneficiosos de un modelo así. De entrada, se rompe el círculo vicioso que ata las pensiones al juego político, permitiendo que el grueso de las contribuciones dependa del esfuerzo. En segundo lugar, se consigue fomentar el ahorro y la inversión, lo que contribuye a apuntalar la profundidad de nuestros mercados de capitales. En tercer lugar, se frena el continuo deterioro de las condiciones de jubilación, poniendo fin al continuo cambio de la edad de jubilación o las reglas de cálculo de las pensiones.