No hay que ser adivino, economista ni tertuliano para darse cuenta de que el futuro de las pensiones pinta color de hormiga.
Todos hablan, todos discurren, algunos gritan... pero si en algo están de acuerdo los partidos es en apoyar a los pensionistas cuando están en la oposición y dejarlos tiesos como bacaladas en cuanto pisan moqueta.
La única verdad incuestionable es que a pensionistas llegaremos, si una hormigonera o un estreptococo no se interponen en nuestra imparable deriva hacia el audífono y las zapatillas de felpa. Llegaremos, pero, ¿podremos vivir de unas pensiones que se anuncian más magras que un piscolabis en casa del dómine Cabra?
No todo está perdido. Soluciones hay. Nuestros poetas les ponen en situación:
HAY QUE HURGAR
por Monsieur de Sans-Foy
Qué menos que un pequeño sacrificio,
cuando la carestía nos acecha.
Haremos cada noche la cosecha,
y acaso nos libremos del hospicio.
La gente lo que tiene es mucho vicio
y tira la comida por la fecha.
Cualquiera con cabeza se aprovecha
de tanto y tan sabroso desperdicio.
Las mentes más sesudas del Congreso
sugieren que busquemos un ingreso
que aumente y complemente la pensión.
La clave es rebuscar en la basura,
centrándose en la fruta y la verdura,
que evitan que nos suba la tensión.
MI EDAD DORADA
por Fray Josepho
Haré tal vez rebuscas en los contenedores,
tal como recomienda mi compi aquí Sanfuá.
También iré por Cáritas, pues son sus comedores
la adaptación hodierna del bíblico maná.
También a los amigos les pienso dar sablazos.
Pasarme por sus casas a la hora de comer
diciendo: "Fulanito, por Dios, ven a mis brazos.
¡Caray, qué bien cocina tu joya de mujer!".
También hay otra cosa que haré de jubilata:
vender mi airoso cuerpo cual templo del amor.
Galán ya madurito, podré sacarme plata.
Pues eso, jovenzuelas: estén ojo avizor.
Con eso y con la pasta que pille de Montoro
(o de Pablito Iglesias, que mandará, tal vez),
a mí me aguarda, próvida, mi pingüe edad de oro,
y aquí a Sanfuá le espera la escuálida vejez.