Donald Trump anunció la semana pasada una subida de los aranceles del 10% sobre el aluminio y del 25% sobre el acero. Una medida que no ha gustado nada entre las filas republicanas –Gary Cohn, máximo asesor económico del presidente dimitió por esta medida hace unos días–. Los mayores donantes del partido han mostrado públicamente su desacuerdo con esta subida arancelaria. Sin embargo, Trump –que prometió medidas proteccionistas como esta durante la campaña electoral– ha asegurado que no dará ningún paso atrás.
Las medidas proteccionistas como esta siempre se toman con la finalidad de aumentar la demanda interna. Se piensa que al ser más caro comprar productos a otros países –en este caso el aluminio y el acero– las empresas optarán por comprar la materia prima dentro del país. Es decir, se hace para fomentar y hacer crecer esos sectores nacionales a costa de la producción foránea. Pero, aunque pueda parecer lógico, lo cierto es que estas medidas no consiguen un buen resultado.
El mayor temor de los republicanos y de los empresarios estadounidenses es que otros países hagan lo mismo. Es decir, si Trump sube los aranceles, otros gobiernos pueden responder con la misma moneda a Estados Unidos. Sin ir más lejos, la Unión Europea ha amenazado con subir los tipos a las míticas motos Harley-Davidson, a las prendas de la marca Levi Strauss, al whisky bourbon y a otros productos made in USA, lo que supondría entrar en una batalla comercial que no sería beneficiosa ni para Estados Unidos ni para Europa.
Fracaso del arancel al acero de Bush
En el año 2002, George Bush impuso un arancel del 30% al acero en barras importado y de un 15% a todos los productos siderúrgicos que no fuera acero en barras, salvo si la materia prima provenía de México o Canadá -debido a los acuerdos comerciales que EEUU mantiene con ambos estados-. Como consecuencia, varias empresas norteamericanas que fabricaban sus productos con acero importado tuvieron que reducir su productividad y despidieron a unas 200.000 personas a causa de la subida arancelaria.
Por otra parte, los países afectados presentaron una demanda ante la Organización Mundial del Comercio. En 2003, la OMC dio la razón a Bruselas, decisión que permitía multar a los Estados Unidos de Bush con una cifra de más de 2.100 millones de euros. Algo similar ocurrió con Japón, que también denunció al Estado americano. Finalmente, en 2004, George Bush tuvo que dar marcha atrás y eliminar el arancel -una decisión que la tomó, sobre todo, para evitar las sanciones comerciales-.
Es decir, el arancel que Estados Unidos impuso en 2004 consiguió crear más paro, cuando la finalidad era fomentar el empleo interno y mantenerlo, y un aluvión de problemas con la OMC y con varios países que podría haber acabado en sanciones millonarias. Tan evidente fue el fracaso de esta política que los propios empresarios que importaban acero pidieron al presidente eliminar las tasas porque estaban perdiendo diariamente productividad.
En 2009, Barack Obama subió hasta el 35% el arancel de los neumáticos hechos en China para conseguir que las empresas americanas no comenzaran una oleada de despidos. El resultado fue que el impuesto causó unos 2.500 despidos. Sin embargo, en aquella ocasión la Organización Mundial del Comercio dio la razón a Estados Unidos y no le impuso ninguna sanción. China respondió subiendo los aranceles del pollo y de los automóviles hechos en el país norteamericano... Ambos países perdieron.