Un exvicepresidente del Gobierno y también expresidente de una caja de ahorros acudía este miércoles al Congreso, a la Comisión que investiga la crisis financiera y el rescate bancario. No hablamos de una entidad cualquiera. Se trata de una caja que ha engullido 12.000 millones de euros de ayudas públicas que no hay ninguna esperanza en recuperar (en relación a su capital total, es el mayor rescate con bastante diferencia sobre el siguiente). Y hablamos de unos gestores bajo sospecha en los tribunales: existe una actuación judicial en curso en la que están imputados sus directivos por los millonarios sobresueldos que cobraron y otro proceso abierto en la Audiencia Nacional por operaciones poco claras que generaron un enorme agujero en el balance de la entidad.
Pero no esperen leer titulares con insultos, descalificaciones personales o peticiones de cárcel. Esta sesión de la Comisión ha sido plácida, tranquila, educada, cercana, de guante de seda. Nadie quería hacer sangre. Sí, ha habido algunos reproches al dinero perdido por los ciudadanos, por la politización de los consejos o por la mala administración en los años previos a la crisis. Pero ni siquiera aquí ha habido grandes enfrentamientos.
¿Y eso? ¿Acude Rodrigo Rato al Congreso y los portavoces de los grupos pasan de puntillas? ¿No hay acusaciones, no se le señala, ni un epíteto fuera de tono?
No, es que no era el exdirector del FMI el que se sentaba este miércoles ante sus señorías. En este caso le tocaba a Narcís Serra. El imputado en los juicios sobre Catalunya Caixa no es del PP, es del PSOE. La caja rescatada no era madrileña, sino catalana. Y sí, se han perdido los mismos 12.000 millones de euros de dinero público que en Bankia (con un balance mucho más reducido), pero probablemente la gran mayoría de los ciudadanos no lo sabe, porque la presencia en los medios ha sido muy diferente. La razón última no puede saberse. Lo único cierto es que el trato de los diputados hacia el compareciente no ha tenido nada que ver con el que se le otorgó a Rato hace apenas unas semanas.
Para algunos comparecientes no hay presunción de inocencia. Son "corruptos", con o sin sentencias judiciales, todos los cargos que se les imputan son ciertos y deben pagar por ellos. Y si los tribunales no les condenan será porque la justicia funciona mal, porque los diputados asumen que son culpables. Para otros, con causas abiertas no tan diferentes y cargos pasados muy similares (vicepresidente del Gobierno y presidente de una caja) todo son disculpas, preguntas sobre cómo no cometer los errores previos y apenas unos pocos reproches sobre por qué se perdieron 12.000 millones (que pasan de ser un escándalo a una cuestión menor, un detalle al margen). Parece que hay rescates, juicios e imputados de primera y de segunda también en esta Comisión.
La versión de Serra
El relato de Narcís Serra sobre lo que ocurrió en Catalunya Caixa (la entidad que se formó tras la fusión de la Caixa Catalunya, Caixa Manresa y Caixa Tarragona) no es muy diferente de la que han ofrecido otros directivos de cajas que han ido pasando por esta Comisión en el Congreso. Básicamente, la versión que ha ofrecido es que se cometió el error, a comienzos de los años 2000, de volcar toda la actividad de la entidad en el sector del ladrillo.
Serra, que llegó a la presidencia de la caja en 2005, ha defendido que era muy complicado en aquel momento prever lo que vendría después: "Sobrevaloramos nuestras fortalezas y minusvaloramos nuestras debilidades", ha explicado, antes de apuntar a un "exceso de confianza" que se dio en muchas cajas y que venía derivado de una "morosidad en mínimos" al mismo tiempo que los precios y las rentabilidades estaban en niveles máximos. Por eso, cree Serra, algunas entidades se extralimitaron: "En 2006, ni yo ni nadie auguraba la crisis", ha asegurado.
Nada nuevo. Más o menos es como si una especie de maldición bíblica se hubiera cernido sobre las cajas, que sin comerlo ni beberlo, y sólo por una pequeña falta de previsión en los años más calientes de la burbuja sobre lo que vendría después, vieron como sus balances se deterioraban en unos pocos meses hasta al extremo, hasta un punto que les llevó a la quiebra. De hecho, Serra ha defendido que en condiciones normales España tenía un sector financiero más sólido que el de los países de nuestro entorno: "Creíamos estar mejor preparados que otros países europeos, dadas las medidas regulatorias. Estas medidas eran diques más que suficientes para de una crisis convencional, pero lo que se produjo, sobre todo en la recaída del 2011, no fue una mala mar, sino un gran tsunami para el que no valían estos ni mayores niveles de protección".
En concreto, en lo que tiene que ver con Catalunya Caixa, Serra cree que el gran error fue la creación de una sociedad (Procam) que invirtió en el ladrillo durante los años del boom a través de más de cincuenta sociedades creadas en colaboración con diversos grupos promotores: "Lo que no hicimos bien fue crear una estructura de sociedades anónimas bajo el paraguas de Procam que se componían en un 50% de la caja y un 50% de un promotor inmobiliario. Eso parecía inteligente. Con 4-5 empleados, porque quien llevaba la empresa era el socio promotor, se manejaba una pirámide amplia que llegó a ser la cuarta inmobiliaria de España. [El problema] es que era una estructura desmesurada respecto a las posibilidades de la caja y encerraba un peligro enorme en caso de crisis económica".
Los temas polémicos
Junto a este relato del colapso de su caja, Serra ha tratado también el resto de los temas polémicos que se asocian a la crisis del sector financiero español (aunque bastante por encima muchos de ellos, entre otras cosas porque los diputados no le han repreguntado o le han puesto en aprietos sobre apenas ninguno de ellos). Así, sobre las preferentes ha asegurado que no se emitieron durante su mandato, pero también ha dado un par de apuntes que desmienten el relato predominante y que habla de una estafa masiva a los clientes. En este sentido, ha explicado que las preferentes tenían un tipo de interés muy interesante y que ni mucho menos fueron un producto del que se pensara que iba a causar los problemas que generó: "Yo no estaba a favor de las preferentes por muchas razones, pero una de ellas era el coste [los intereses que había que pagar]. Los buenos clientes se disputaban las preferentes".
Sobre su remuneración y los juicios que tiene pendientes, Serra ha asegurado que él sólo cobró su sueldo fijo, pero que no tenía ni bonus, ni variable, ni indemnización millonaria a su salida (no ha dicho nada sobre las acusaciones de la fiscalía, que apuntan a un incremento desmesurado de los sueldos en los últimos años de la entidad antes de ser nacionalizada… pero es que tampoco le han preguntado al respecto, ni siquiera el representante del PP): "Estoy muy tranquilo respecto a las acusaciones del Frob. Tranquilo de conciencia, pero también tranquilo por lo que tiene que ver con el futuro de los procedimientos abiertos".
Y sobre la venta de Catalunya Caixa al BBVA y la desaparición de las cajas: "Si se hubiera escogido un sistema de resolución como el de Bankia [es decir, que se la quedase el Frob a cambio de la inyección de capital y no venderla en aquel momento a una gran entidad], quizás los resultados hubieran sido diferentes y ahora estaría devolviendo parte del dinero entregado. El precio de venta fueron 353 millones y sólo los inmuebles en Barcelona ya valían más que ese dinero", ha asegurado, sin explicar, eso sí, por qué, si el valor de la entidad era superior y los 12.000 millones que se perdieron no estaban justificados, nadie más quiso pujar por Catalunya Caixa. No sólo eso, el exvicepresidente con Felipe González también ha afirmado que está convencido de que "la desaparición de las cajas no es buena para el país. Introducían elementos de competencia con los bancos y eran entidades distintas".
Como vemos, son un puñado de temas interesantes, capaces de provocar un debate intenso y con muchos flecos polémicos. Casos judiciales abiertos, valoraciones de cajas, agujeros pagados por el contribuyente, subidas de sueldos sometidas a escrutinio por los jueces y operaciones inmobiliarias que salieron muy mal. Por mucho menos, hemos visto en el Congreso desplantes, acusaciones, gritos, insultos e incluso deseos de que el compareciente termine en la cárcel (a Rato le llegaron a decir a la cara que esperaban que le condenasen). Muchos de esos episodios no fueron especialmente edificantes. Quizás fuera deseable que todas las sesiones de las comisiones de investigación fueran como la de Narcís Serra este miércoles: tranquila, sosegada, poco polémica, incluso aburrida. Lo que no está tan claro es por qué, en apenas unas semanas se ha producido este cambio y hemos pasado de unos diputados con la escopeta cargada a otros que apenas tenían un tirachinas a mano. Eso tampoco lo ha explicado nadie este miércoles en el Congreso.