"Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo. ¿A la catástrofe por la baja natalidad?". Alejandro Macarrón no pretendía hacer amigos con el título de su último libro. Bueno, ni con el título ni con el tema tratado, uno de los más delicados en estos tiempos de corrección política extrema, en los que hay determinados asuntos que parece que hay que tratar con una la máxima suavidad. O mejor, no tratarlos.
La natalidad, por ejemplo. Pocos cambios más significativos ha sufrido España en los últimos años. Algunos pensarán que a mejor y otros a peor. Pero al menos se intuye que un terremoto social de esta magnitud debería ocuparnos y preocuparnos. Pues no. Apenas está presente en el debate público. A veces, cuando se habla de pensiones, se apunta el problema de la falta de reemplazo, como si la carencia de jóvenes sólo fuera preocupante porque no habrá quien pague las prestaciones de los jubilados.
Y sí, esta será una consecuencia importante, pero ni mucho menos la única. Una sociedad más envejecida plantea muchos retos desde el punto de vista del gasto público, pero no sólo por eso. ¿Podremos mantener la vitalidad, la creatividad, el crecimiento económico… en un país en el que dentro de muy pocos años, menos de los que pensamos, habrá más personas mayores de 60 años que menores de 35? ¿Cómo será la política de un país en el que buena parte de sus votantes serán rentistas? ¿Y las empresas? ¿Y el futuro? Sobre todos estos temas, Libre Mercado ha conversado con Macarrón. El autor asturiano no rehúye ninguna de las preguntas. Ni los temas más espinosos. Ni las cuestiones más polémicas.
Para prologar su libro, Macarrón ha reunido a tres figuras singulares: el exministro del PP Josep Piqué, el socialista Joaquín Leguina y el que es, probablemente, el economista alemán más conocido de los últimos años, Hans-Werner Sinn, expresidente del Instituto IFO. No debe ser nada sencillo que tres personajes de este nivel hayan accedido a colaborar con un título que, ahora mismo, sólo se puede comprar a través de Amazon. Una vez que uno abre el volumen y descubre la cantidad y calidad de los datos que usa Macarrón, lo entiende. Puede que el "suicidio demográfico" no acapare demasiados titulares, pero Leguina, Piqué o Sinn creen que merece mucha más atención de la que recibe.
Libre Mercado - Ha titulado usted su libro Suicidio demográfico... ¿tan grave es la situación?
Alejandro Macarrón - Sí, lo es. Y se agrava año a año, porque no reaccionamos ante el problema. Desde hace varias décadas, los españoles, y los occidentales en general, no tenemos los suficientes hijos para que haya relevo generacional, por lo que cada vez hay en España menos niños y jóvenes. Nuestra población en edad laboral ya está menguando. De seguir así, los españoles y otros pueblos occidentales nos extinguiríamos.
Como no tener hijos es, en lo esencial, una decisión voluntaria, este proceso equivale a una especie de suicidio de la sociedad a cámara lenta. Esa extinción no la veríamos nosotros, ni nuestros hijos. Pero sí veríamos una sociedad languideciente, que pierde población, cada vez más envejecida. Es una sociedad que se empobrecería de manera progresiva en lo económico y en el plano familiar-afectivo. Y cuya democracia se convertiría en una gerontocracia, pero no en el sentido clásico de gobierno de los ancianos sabios, sino de predominio electoral de los jubilados, lo que llevaría a los políticos que quieran ganar elecciones a imponer impuestos crecientes a una población activa menguante, para destinarlos a pensiones, sanidad y gasto en dependencia, o bien a déficits públicos asfixiantes. Además, es una sociedad, como ya le ocurre a Europa, que en el plano internacional tendería más y más a la irrelevancia, por su menguante peso demográfico en el contexto global.
Lo bueno de este problema es que es un proceso lento, por lo que aún podemos revertirlo, si logramos que aumente lo suficiente la natalidad en los próximos años/décadas. Lo malo es que, por ser un proceso lento, se nota poco en el día a día, y como a nuestras élites (políticas, mediáticas, intelectuales) les ha importado bien poco, hasta ahora ha pasado mayormente desapercibido.
LM - ¿Cuáles son los 4-5 datos más significativos? ¿Qué cifras destacaría usted para que fuésemos conscientes de lo preocupante de esta realidad?
AM - El dato más importante es, con diferencia, el déficit de nacimientos en relación a los precisos para el reemplazo de la población. Esto nos aboca a pérdidas crecientes de población autóctona española, que ya han empezado, y a un envejecimiento asimismo creciente. En Occidente, en general, desde hace décadas, tenemos apreciablemente menos de los 2,1 hijos por mujer necesarios para el relevo generacional. En el caso de los españoles, con el récord mundial de infecundidad entre 1989 y 2014 –y las tres regiones europeas menos fecundas de 2010 a 2014, Asturias, Canarias y Galicia; y las tres provincias o equivalentes con al menos 100.000 habitantes más envejecidas de Europa, Orense, Zamora y Lugo–, nuestro déficit promedio de nacimientos desde 1992 es del 40%. Esto significa que, por cada 100 adultos españoles jóvenes de hoy (por ejemplo, los de 18 a 35 años), en unos 30-32 años habrá unos 60; en 62-64 años habrá unos 36, y en un siglo, unos 21. Con algunas décadas de retraso, el conjunto del pueblo español menguará a ritmos similares.
En cuanto al envejecimiento social, si hace 50 años solo el 9% de los españoles tenía 65 años o más, ahora este porcentaje asciende al 21% (19% en total, por los inmigrantes extranjeros), y llegará al 40% poco antes de 2050.
Si nos vamos fuera de España, en Alemania, el país más envejecido de Europa, porque tuvo antes que otros una fecundidad muy baja, desde 1972 ha habido cinco millones de muertes más que de nacimientos. Peor es lo de Rusia, con trece millones de muertes más que nacimientos entre 1991 y 2011. En cuanto al peso demográfico de Europa en el mundo, en 1900 era del 25%. Ahora es del 10%... y bajando.
LM - Siempre que se habla de este tema acabamos con las pensiones. Y sí, es verdad que si no hay trabajadores no habrá quién pague las pensiones del futuro. Pero el problema va mucho más allá, ¿no es así?
AM - Sin duda. Para empezar, cuando se habla de gasto en pensiones por el envejecimiento de población, a éste habría que sumarle el gasto en sanidad y en dependencia, que se disparan con la edad, y que junto con las pensiones ya se llevan una parte enorme de la riqueza que producen los que trabajan e invierten.
Pero además de esto, la economía se verá lastrada por una demanda agregada decreciente de consumo e inversiones (por menos población, y la que haya, cada vez más envejecida), una fuerza laboral menguante en número y asimismo crecientemente envejecida, una desvalorización estructural de las casas y otros activos ligados a la demografía, etc.
Por otra parte, como muy bien dijo Jesucristo, "No solo de pan vive el hombre". Estamos abocados a un triste empobrecimiento afectivo por no tener apenas hijos, nietos, hermanos, primos, tíos, sobrinos, etc. Y a un riesgo creciente de que, de mayores, como seremos cada vez más caros de mantener por una población activa menguante, nos acaben eutanasiando contra nuestra voluntad, o bien recibamos cuidados insuficientes por falta de presupuesto público, así como por la escasez de parientes cercanos para atendernos privadamente.
LM - ¿Pueden los actuales estados del bienestar sobrevivir a un mundo sin jóvenes?
AM - Como dicen los catalanes, "malament". Si cada vez trabaja menos gente sobre el total de la población y hay que mantener un número creciente de jubilados y ancianos… o se reducen drásticamente esas prestaciones públicas de bienestar o se asfixia a empresarios y trabajadores con más impuestos, o los Estados incurren en déficits estructurales. O bien una mezcla de las tres cosas a la vez. Los Estados de Bienestar se crearon en sociedades repletas de adultos jóvenes y de mediana edad, con relativamente pocos mayores, y con un impulso demográfico estructural al crecimiento económico. Justo lo contrario del panorama y las perspectivas actuales.
LM - ¿Qué tipo de sociedad tendremos en 2070? ¿Y cómo influirá eso en nuestra economía?
AM - Si nada cambia en fecundidad en España, será una sociedad con un porcentaje mucho mayor de jubilados y ancianos, con muy pocos jóvenes, y con mucha menos gente en total, salvo aflujos masivos de inmigrantes extranjeros, con las ventajas y los inconvenientes / riesgos que esto último conllevaría. Sin inmigración, y con la fecundidad actual, las proyecciones de población que hemos elaborado arrojan números muy lúgubres para 2070: habría solo 32 millones de habitantes en España (29% menos que ahora), un 45% menos de población en edad laboral, un 58% menos de menores de 18 años y un 56% más de personas con 65 años o más, que serían más del 40% de la población.
Un escenario demográfico así de gris y decadente sería muy desfavorable para la economía. Ceteris paribus, nuestro PIB sería un 45% menos de lo que podría ser con la población laboral actual (y eso suponiendo que una fuerza laboral mucho más envejecida que la de ahora fuera igual de productiva que ésta), a repartir entre una población inferior en un 29%. Es decir, habría una apreciable pérdida de PIB per cápita, y encima deberíamos dedicar un 55% más de recursos que ahora a los pensionistas, y mucho más a sanidad y dependencia, al haber 2,5 veces más mayores de 80 años. También gastaríamos mucho menos en educación, cierto, pero eso no compensaría ni de lejos el efecto de los otros deterioros. Aclaremos una cosa: esto no es una predicción, sino una proyección basada en los indicadores y tendencias actuales. Y en lo económico, una parte imposible de calibrar del deterioro demográfico sería compensada por el progreso tecnológico. Aún podemos labrarnos un futuro mejor que éste si nuestra natalidad aumentase significativamente. Pero si se mantiene como la actual o incluso empeora, el porvenir demográfico de los españoles sería, inevitablemente, entre muy gris y negro.
LM - ¿Hay algún país que se salve? ¿Tenemos algún modelo en el que fijarnos? ¿Quién lo está haciendo bien?
AM - Del todo, ninguno se salva. Hay países que se han tomado esto más en serio, en parte porque en ellos la natalidad cayó antes que en España y se toparon antes con el problema, como Francia o los países nórdicos (y últimamente, también países como Rusia, Hungría, Polonia o Macedonia). De ellos podemos aprender cosas valiosas. Pero ninguno ha conseguido de forma sostenida recuperar una fecundidad suficiente, aunque algunos se han acercado, porque esto es sobre todo un problema de valores (querer tener hijos, y no únicamente más dinero / comodidades materiales / poder en puestos profesionales; y que formar y mantener una familia sea un deseo prioritario para los adultos jóvenes y no algo secundario, del tipo "ya veremos / ojalá / solo si todo cuadra perfectamente").
Las medidas tomadas en esos otros países han consistido principalmente en dar más dinero (o cosas equivalentes, como prolongadas bajas laborales retribuidas por nacimiento de hijos) o rebajar impuestos a los padres, algo que está muy bien, pero es insuficiente. Y además, prácticamente todos los países occidentales con una fecundidad hasta hace poco no muy alejada de la de reemplazo (aunque casi siempre por debajo), como Francia, los países escandinavos, Irlanda, el Reino Unido o EEUU, están inmersos desde hace 7 a 10 años en un nuevo ciclo de caída de la natalidad. Y todavía más en el caso de sus poblaciones autóctonas, sin contar a los numerosos inmigrantes foráneos, que en general tienen (muchos) más hijos.
LM - ¿Es un problema de España? ¿De Europa? ¿De Occidente?
AM - De los tres, pero en España es particularmente intenso y es donde nos afecta más directamente. Pero no es únicamente un problema occidental. En Extremo Oriente, y no solo allí, la fecundidad es ya bajísima. Y el envejecimiento social, debido sobre todo a la caída de la natalidad, es asimismo una tendencia universal.
LM - ¿Qué se puede hacer? ¿Qué haría usted si mañana fuese nombrado ministro de Familia? (por cierto, un cargo que creo que existe en otros países europeos, pero no en España)
AM – Necesitamos un plan nacional (y regionales y locales) muy amplio y con continuidad en el tiempo, porque la falta de niños es un fallo esencial del modelo de sociedad actual, que es preciso enmendar, ya que si no iremos mal, inexorablemente. Pero un modelo de sociedad, y los valores culturales que lo fundamentan, no se transforma en unos meses, con un par de medidas y tres parches. Por ello, es preciso un plan muy amplio, público y privado, que goce de un amplio consenso político y social, con líneas de actuación como las siguientes:
- Concienciación sobre el problema y el desastre al que aboca a nuestra sociedad, lo bonito que es tener niños y lo triste que suele ser no tenerlos: a la sociedad en general, a las élites políticas y no políticas, a quienes están en edad fértil, y a los escolares.
- Prestigiar la maternidad/paternidad y la familia, sin estigmatizar a las madres tradicionales, y sin ningunear la figura del padre.
- Estudiar bien el problema, sus consecuencias, sus causas y sus posibles soluciones, con profundidad, rigor y sin sesgos ideológicos/partidistas.
- Compensar económicamente a los padres por tener hijos (deducciones en IRPF y SS, extra en pensiones, IVA pañales, etc.), con énfasis en la madre, pero no solo en ella.
- Descargar a las empresas de todos los costes por maternidad / paternidad.
- Fomentar, facilitar y prestigiar la nupcialidad y la estabilidad familiar.
- Fomentar y facilitar que tengamos antes en la vida el primer hijo y siguientes.
- No pagar la contracepción con dinero público, algo absurdo en un país que necesita más niños, y facilitar al máximo que se puedan dar en adopción los bebés no deseados.
- Identificar y remover las trabas y desincentivos directos o indirectos a la paternidad, que hay por doquier, con cambios en las leyes correspondientes.
- Facilitar en lo que se pueda la vida a los padres (por ejemplo, en horarios…).
- Y muy importante: involucrar a la sociedad civil. Esto no es solo problema de "políticas" y de "políticos".
En cuanto a lo del Ministerio de Familia, una vez me preguntaron en una conferencia si yo lo crearía. Y respondí en semibroma: para ayudar a las familias, no sé si lo crearía, o si en cambio cerraría la mitad de los ministerios que hay. Con eso quería decir que un Estado elefantiásico y poco austero, como en general son los de nuestro tiempo, que necesita recaudar muchísimo dinero en impuestos, es en sí algo dañino para la familia, porque nos obliga a trabajar más tiempo fuera del hogar para poder disponer del mismo dinero para gastos familiares que si la carga impositiva fuera bastante más moderada. En 1975, la presión fiscal en España era menos de la mitad que la actual, y no digamos en 1955 o 1935, y teníamos muchos más hijos por persona que ahora. También en otros países europeos y EEUU la presión fiscal era mucho menor en 1950 o 1960, y en todos ellos, las familias eran más numerosas y estables que ahora. Y no había ministerios de familia en ningún país, que yo sepa. Da que pensar. Pero vamos, si alguna vez a algún presidente de Gobierno se le ocurre crear ese ministerio, desea ponerme al frente, y le digo que sí (y van tres condicionales), le saldría barato. Pediría un presupuesto anual de solo 100 a 200 millones de euros, con 50 a 100 personas en plantilla, e impulsaría un plan como el apuntado poco antes. Y si no se pudieran poner en marcha el grueso de esas medidas en un plazo razonable, de unos dos años, probablemente dimitiría, para dejar paso a otro más capaz.
LM - ¿Por qué no tenemos niños? ¿Son razones económicas, culturales, sociales?
AM - Hay muchas causas a la vez, pero las que desequilibran a la baja la natalidad son principalmente culturales, de valores sociales. En mi libro Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo analizo unas dos docenas de posibles razones, casi todas con cierta incidencia en el tema, aunque algunas resultan ser falaces. Algunas de esas causas son muy buenas e irreversibles, como la reducción casi a cero de la mortalidad infantil y juvenil, que nos permite tener aproximadamente un 60% menos niños por persona que hace menos de un siglo y medio, y pese a ello gozar como país de la misma (buena) salud demográfica que entonces, y como padres acabar teniendo el mismo número de hijos adultos que antaño. Lo malo es que tenemos alrededor de un 80% menos, no solo un 60%.
Hay otras causas, como el tremendo retaso experimentado en la edad a la que tenemos el primer hijo, el desplome de la nupcialidad y la estabilidad familiar, o el desprestigio de la mujer que opta por no trabajar fuera del hogar. Respecto a eso último, no hemos logrado resolver suficientemente bien hasta ahora el problema de cómo compatibilizar el trabajo femenino fuera del hogar con una natalidad sana y esto es algo crítico.
Pero si analizamos bien los datos disponibles, nuestra conclusión es que la razón más poderosa es, sobre todo, cosa de valores: nos da pereza tener más niños por el esfuerzo que supone su crianza en dinero y tiempo, la pérdida de libertad que entraña, y la responsabilidad y riesgos que conlleva. A nuestros abuelos y sus antecesores no les dio esa pereza, y eso que, de media, eran mucho más pobres que nosotros, y que las mujeres de antaño arriesgaban literalmente su vida en cada parto. Debemos gratitud a nuestros antepasados, y sobre todo a nuestras abuelas y sus predecesoras, por su valentía y generosidad, sin la cual ninguno estaríamos aquí.
LM - Además, de esos pocos niños que tenemos, un porcentaje cada vez más elevado nace fuera del matrimonio, ¿por qué? ¿Cuáles son las consecuencias?
AM - Son ya casi la mitad de los que nacen en España. Y es que algo más de la mitad de los españoles ya no se casan, por el cambio de valores sociales y por la devaluación legal sufrida por la institución matrimonial. Algo similar ocurre en otros países europeos y no europeos. Los matrimonios tienen más hijos que las parejas de hecho y los hogares monoparentales (esto ocurre en España y en cualquier país), por lo que en términos de natalidad, y sin entrar en otras consideraciones, este fenómeno no es una buena noticia.
LM - ¿Estamos abocados a una lucha en las urnas entre mayores/perceptores y jóvenes/contribuyentes? ¿Quién ganará?
AM - Sí, tiene toda la pinta. De hecho, ya está pasando, aunque no muchos lo sepan aún. En la terrible crisis económica que estamos empezando a dejar atrás, el segmento social privilegiado por los gobiernos han sido los pensionistas, que ya son alrededor del 30% de los votantes efectivos. No es culpa de ellos, y la gran mayoría ni siquiera deben de ser conscientes de ello. Pero los políticos que buscan los votos sí saben que hay que mimarlos a costa del contribuyente, principalmente de los empresarios y los currantes. Por eso los jubilados han sido la única gran parte de la sociedad española para la que no ha habido realmente crisis económica.
Los mayores llevan todas las de ganar en esta pugna en primera instancia. Son muchos, cada vez serán más y votan más que los jóvenes. Pero si los políticos que buscan su voto se pasan de frenada, y aplastan –económicamente– a los trabajadores y empresarios, la victoria puede ser pírrica, porque en un mundo tan abierto como el actual, eso puede llevar a cierres/fugas masivas de empresas, y a la emigración de muchos de nuestros más cualificados compatriotas. Por ello, necesitamos una especie de gran acuerdo nacional (es lo que se trata de hacer, en el fondo, con el Pacto de Toledo) para que, salvaguardando un buen trato económico a los jubilados, sus pensiones y otras prestaciones sociales no aplasten a la economía y a las familias, para que no asfixien a la gallina de los huevos de oro.