En sólo unos días, el descrédito ha caído sobre Oxfam tras un ramillete de escándalos dignos de la peor corrupción de una dictadura bananera: orgías con menores, ocultamiento, investigaciones secretas, silencio, presidentes detenidos por corrupción… es difícil juntar tantas cosas en una semana, y todo indica que la fiesta va a seguir.
Sería muy hipócrita decir que no me ha sorprendido tanta inmundicia, pero, pasado el primer pasmo, sí les puedo asegurar que algunos aspectos de la historia no me parecen tan extraños, pues Oxfam era desde mucho antes una organización que vivía en la mentira: por un lado era una ONG que ayudaba a los desfavorecidos, pero por el otro era el brazo propagandístico de la peor ideología y de las ideas más dañinas, precisamente, para los más pobres.
Tan pertinaz era Oxfam en su batalla contra el capitalismo que podemos llegar a preguntarnos si en lugar de preocuparse por los pobres no le preocupaba quedarse sin ámbito de actuación, porque sólo así se explicaría racionalmente un encono semejante contra lo que ha sacado a miles de millones de seres humanos de la miseria.
Porque, por mucho que Oxfam tratase de convencernos con sus trolainformes de que el mundo está abocado al abismo, lo cierto es que en las últimas décadas hemos asistido al proceso de salida de la pobreza más asombroso que se haya visto desde que los humanos poblamos el planeta. Y todos esos países en los que millones de personas han abandonado la pobreza absoluta no lo han logrado gracias a las ONG: lo han hecho gracias al capitalismo y a las empresas.
Esa es la realidad: estoy convencido de que en determinados lugares las ONG hacen tareas encomiables y de que muchos de los que trabajan en ellas son buenas personas altruistas, pero las que acaban con la pobreza son las empresas. Esas mismas empresas que Oxfam se dedicaba a demonizar como los grandes culpables del hambre y las diferencias sociales, mientras alababa, literalmente, el "éxito contra la desigualdad" de Venezuela.
Habrá quien piense que el escándalo que está protagonizando Oxfam debe hacer que nos replanteemos el papel de estas multinacionales de la ayuda humanitaria; yo creo que deberíamos replanteárnoslo, sí, pero no por esta historia, sino porque han demostrado ser una herramienta terriblemente poco eficaz para conseguir sus supuestos fines.
En cuanto a Oxfam en sí, me parece que no le queda más que echar la persiana y dedicarse a otra cosa; pero no por haber celebrado orgías, que al fin al cabo siempre se te pueden colar unos indeseables de comportamiento poco ético o incluso criminal: lo grave de verdad en Oxfam era la orgía de falsedades, mentiras y encubrimientos en las que parecía vivir toda la organización.