Aun a riesgo de ser perseguido por la nueva inquisición, quisiera dedicar estas líneas a llamar a las cosas por su verdadero nombre. Me impulsa a ello el hartazgo de la igualdad impuesta, que promete convertirse en norma de conducta, aunque contradiga la realidad.
Pretender imponer un patrón según el cual, universalmente y en todas sus dimensiones, los hombres (genérico) son iguales unos a otros en atributos –conocimientos, capacidades, habilidades, etc.– no pasa de ser una quimera que excede, con mucho, a la cacareada igualdad entre hombres y mujeres. Trataré de explicarme.
Los hombres, cualquiera que sea su condición, sexo, edad –incluso el nasciturus–, etnia, religión, creencias…, son esencialmente iguales, con una igualdad plena que embarga todo su ser –en cuanto ser humano– como titular de dignidad inalienable, que le distingue del resto de seres vivientes.
Esta igualdad, contra lo que algunos suponen, no está conferida por poder mundano alguno, sino que es anterior a todos ellos. Lo único que pueden hacer los poderes del mundo es reconocer tal dignidad, y con ella la igualdad, o no reconocerla, pero nunca concederla o arrebatarla.
Así se pronunciaron las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 al aprobar la Declaración Universal de Derechos Humanos, en cuyo artículo primero, sumamente expresivo, declara: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…"; un texto, pues, declarativo y no constitutivo.
Los que leemos el Génesis encontramos en él el origen de ello, pero para los que no, las referencias en Platón y Aristóteles les serán de gran utilidad. Ya en la Grecia clásica estaba bien claro que los hombres, en cuanto que seres humanos, es decir, en su esencia, son todos iguales, pero, a su vez, todos son diferentes en lo accidental; y así, unos son altos y otros bajos, unos atléticos y otros enclenques, unos laboriosos y otros holgazanes…
Estos atributos que acompañan al ser se transmiten a todos los actos de la vida, personal y social. ¿Qué significa, pues, eso de la perversa brecha salarial? En empresas modernas y en sistemas libres, a cada persona, en su dimensión productiva, corresponde un salario, por tanto, habrá tantas diferencias salariales como desigualdades en las personas: en sus conocimientos, capacidades, aptitudes, actitudes… El salario no es caprichoso, es la compensación por la aportación productiva del trabajador.
El soñado escalafón, más aún si tuviera un solo escalón, es un atentado a la dignidad humana que lastra la iniciativa y el espíritu de mejora, convirtiendo al hombre en una célula pseudoproductiva, desprovista de personalidad, es decir, de dignidad.
Nunca encontré a nadie más firme que yo reconociendo la igualdad esencial de todos los hombres, pero tampoco quien sostuviera más que yo la desigualdad accidental entre ellos; diferenciación no implica discriminación.