La Feria Internacional de Turismo (Fitur) que se celebra esta semana en Madrid sirve, como todos los años, de escaparate mundial a un sector en el que España brilla con luz propia desde hace años. La industria turística es uno de los principales motores de la recuperación económica, ya que tanto su ritmo de actividad como de creación de empleo crecen por encima de la media del PIB nacional. Si a ello se suma, además, el repunte que está experimentando la demanda interna, es evidente que este importante mercado vive uno de los mejores momentos de su historia, sino el mejor.
España recibió el pasado año cerca de 82 millones de turistas extranjeros, un 9% más que en 2016, batiendo así su quinto récord consecutivo y superando a Estados Unidos como el segundo país más visitado del mundo, tan solo por detrás de Francia. Desde 2012, el volumen de visitantes se ha disparado más de un 40%, con casi 25 millones de turistas extra, generando con ello una fuerte creación de riqueza y empleo. Como resultado, esta actividad ya representa casi el 12% del PIB y ocupa a casi 2,5 millones de personas de forma directa, sin contar el positivo impacto que implica sobre otras áreas de negocio. Y todo apunta a que se podría llegar a superar la barrera de los 100 millones de visitantes a medio plazo, hasta el punto de superar a Francia.
La industria turística española es un referente a nivel global y, por tanto, un motivo de orgullo. El tradicional turismo de sol y playa está siendo complementado con una amplia y rica oferta turística más relacionada con la gastronomía, la cultura, las compras o los congresos de negocios, cuyo desarrollo tiene lugar en numerosas zonas de interior, beneficiando con ello a un creciente número de personas y empresas. El sector ha sabido aprovechar las importantes ventajas que ofrece España en cuanto a clima, infraestructuras y actividades de ocio para posicionarse como uno de los destinos más atractivos del mundo.
Es cierto que la inestabilidad que han sufrido otros competidores del Mediterráneo, como es el caso de Egipto, Túnez o Turquía, ha provocado un importante desvío de turistas hacia las costas españolas, pero también que el buen hacer de la industria nacional ha terminado por conquistar la fidelidad y confianza de estos y otros muchos turistas. La clave de este éxito radica en que España es el país más competitivo en materia de turismo, según el Foro Económico Mundial, gracias a la elevada calidad de sus servicios, su amplia oferta y sus buenos precios.
Pese a todo, no hay que dormirse en los laureles. El aumento de la riqueza que se está produciendo a nivel global, tras la extensión del capitalismo y el libre comercio a potencias emergentes, como China, Rusia o la India, hará que el número de turistas crezca de forma exponencial en los próximos lustros, abriendo nuevas y sustanciales oportunidades de negocio que es preciso aprovechar para no perder el actual liderazgo. Para ello, España tiene que aprovechar las ventajas de la revolución tecnológica con el fin de seguir mejorando su competitividad, al tiempo que se combaten los obtusos y necios ataques que lanza la extrema izquierda a través de su particular turismofobia. España no tiene grandes recursos energéticos para explotar, pero tiene el turismo, una industria boyante capaz de generar significativos beneficios para una parte sustancial de la población.