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Rato vs De Guindos: las dos versiones del colapso de Bankia

El exvicepresidente señala al que fuera su subordinado, pero no explica aspectos clave del proceso que terminó con la nacionalización de la entidad.

El exvicepresidente señala al que fuera su subordinado, pero no explica aspectos clave del proceso que terminó con la nacionalización de la entidad.
Luis de Guindos y Rodrigo Rato se saludan, en marzo de 2012, antes del inicio de una conferencia. | Cordon Press

Hubo un tiempo en el que Rodrigo Rato y Luis de Guindos fueron ministro y secretario de Estado, colaboradores y amigos. En términos futbolísticos, diríamos que formaban una dupla ofensiva muy potente, los responsables de la gran recuperación de finales de los años 90 y comienzos del nuevo siglo. Pero hace mucho que todo aquello quedó sepultado en el olvido. Al menos seis años, desde que, a finales de 2011, De Guindos inició su mandato al frente del Ministerio de Economía.

En aquel momento, el que había sido su jefe estaba al frente de Bankia, la entidad a la que todo el mundo miraba. El sistema financiero español generaba muchas dudas. Se sabía de la existencia del agujero que el ladrillo había dejado en sus balances, pero nadie tenía muy claro cuál era su magnitud exacta. Y sí, había otras cajas con más problemas en relación a la dimensión de su balance, pero la combinación de la incertidumbre sobre el estado de sus cuentas y el carácter sistémico del SIP formado por CajaMadrid, Bancaja y cinco pequeñas cajas fue letal para Bankia. Durante unas semanas de aquel invierno y primavera de 2012, la suerte del conjunto del país pareció ir ligada a la del banco. Si caía éste, también lo haría el Estado por el precipicio de la quiebra soberana.

Eran malos tiempos para la lírica… y para las amistades entre ministro y banquero. Para De Guindos, la prioridad era acabar con las dudas sobre la salud del sector financiero, forzando, si era necesario, la liquidación de las entidades insolventes. Y se aplicó a la tarea, entre otras cosas con varios decretos que incrementaban las necesidades de provisiones del sector, lo que generó no pocas dificultades para las entidades españolas que tuvieron que hacer malabarismos contables para cumplir con los nuevos requerimientos legales.

Todo se precipitó en los primeros días de mayo de 2012. Rato presentó un plan al Banco de España para recapitalizar Bankia que implicaba una inyección de dinero público de 7.000 millones de euros, pero mantenía la propiedad de accionistas y de las antiguas cajas. De Guindos lo consideró insuficiente y presionó a su exjefe, que terminó dimitiendo. Días después, llegaba a la presidencia de la entidad José Ignacio Goirigolzarri, que pedía (y obtenía) 19.000 millones de euros para sanear su balance, en una operación que suponía que los anteriores propietarios (cajas y accionistas) lo perdían todo. Luego vino el escándalo de las tarjetas black, el juicio por la salida a Bolsa, los problemas con Hacienda del exvicepresidente o su detención televisada.

Esta semana, el protagonista ha sido Rodrigo Rato, que acudía al Congreso, a la Comisión que investiga la crisis financiera y el rescate subsiguiente. Allí, el ex director gerente del FMI aprovechó para saldar cuentas. Con sus excompañeros del PP, por lo que entiende que ha sido una persecución judicial. Y con De Guindos, por el proceso de recapitalización de Bankia. En este último tema, hubo acusaciones duras, como cuando insinuó una confluencia de intereses entre el ministro de Economía y las grandes entidades financieras para debilitar al banco nacionalizado.

Las dos versiones

Más allá del enfrentamiento personal, lo que es cierto es que existe un interesante debate sobre cómo fue aquel proceso. Sobre si la solución que se adoptó era la única posible o si se podría haber conducido de otra forma; si era inevitable la nacionalización de Bankia o había otras opciones. Como casi siempre en estos casos, la opinión de cada uno vendrá determinada por la versión que escoja. Porque no tienen mucho que ver. Los dos bandos se agarran a los datos y hablan de objetividad, pero la realidad que pintan son contrapuestas.

Rato alega que Bankia era solvente (con matices) en mayo de 2012. Necesitaba 7.000 millones, pero eso no implicaba ni su nacionalización total ni la pérdida de ese dinero por parte de los accionistas. De hecho, la idea era hacerlo a través de los famosos CoCos: un deuda convertible en capital en determinadas situaciones. Sus explicaciones de este martes dejan en muy mal lugar a De Guindos y a su Ministerio (si uno opta por creerle). En su vertiente más light, Rato acusa al ministro de sobrerreaccionar y entrar como un elefante (19.000 millones) en una cacharrería que necesitaba mucho menos dinero para sanearse. La consecuencia, según dejó ver en el Congreso, es que los españoles no recuperarán la mayor parte de lo invertido en Bankia. Y eso si uno no hace caso a las insinuaciones (cada vez más explícitas) de colusión de Guindos con los competidores de Bankia, para debilitar a esta entidad y sanear el sistema financiero al tiempo que reducía la competencia en el mismo.

De Guindos no ha respondido y eso que Rato también recordaba el otro día que el propio ministro de Economía declaró en mayo de 2012 que con 7.000 millones sería suficiente para sanear Bankia, pero añadió que el Gobierno le daría a los nuevos gestores lo que pidieran.

Desde 2012, la postura oficial es que el Gobierno nacionalizó Bankia para evitar la quiebra de la entidad y que sus depositantes se vieran afectados. Los 19.000 millones fueron una petición de la nueva dirección: y estos ya han explicado en varias ocasiones, incluso en sede judicial, que era una cantidad que se explica por la necesidad de despejar cualquier tipo de dudas. Hablamos de la primavera de 2012 y de un tsunami que no se sabía hasta dónde podía llegar. Había que dejar claro que la entidad era viable.

Quizás por eso, Rodrigo Rato, el martes en el Congreso, declaraba lo siguiente (y le dio mucha importancia, de hecho, lo repitió varias veces a lo largo de su comparecencia): "Sobre los 19.000 millones, me parece interesante añadir lo que el señor Martínez Tello, director de supervisión del Banco de España, declaró como testigo ante la Audiencia Nacional el 23 de julio de 2014: ‘Esta cifra era la que garantizaba un beneficio del 13% para un inversor mayorista’. (…) Bankia es ahora el banco más capitalizado de España. Oliver Wyman sólo respaldaba los 19.000 millones en el escenario más estresado, que nunca se ha dado, y a lo largo de tres años".

Este es un resumen de lo que dijo Rato sobre la inyección de dinero público en Bankia. De hecho, lo repitió, con otras palabras, en sus respuestas a todos los grupos parlamentarios, cada vez que estos le acusaron del dinero que el Estado tuvo que meter en su entidad. "Yo no los pedí", venía a decir Rato, que recordaba algo obvio: el rescate llegó una vez que él dimitió como presidente de Bankia y la cantidad, excesiva, sólo ha servido para ponérselo muy fácil a los nuevos gestores, que tienen una entidad sobre-capitalizada.

Aquí, sin embargo, el exvicepresidente incurre en una trampa retórica que, sorprendentemente, ninguno de los diputados le afeó: es cierto que el dinero llegó tras su marcha, pero la acusación es que fue su mala gestión lo que obligó a esa recapitalización. Y es cierto que Oliver Wyman sólo planteaba esa necesidad de capital en el peor escenario, pero no lo es menos que en aquellos meses de 2012, todo el mundo quería asegurarse de que todo iba bien incluso en esa coyuntura (para eso se hacen los tests de estrés, para ponerse en lo peor).

Un apunte más: también es verdad que Bankia es ahora el banco más capitalizado de España. Pero el Estado no metió los 19.000 millones y se fue. Se quedó con la propiedad del banco. Como decía José Ignacio Goirigolzarri unas semanas después de su llegada a la entidad: "No son ayudas, es capital". Es decir, podemos interpretar que el Estado compró Bankia a cambio de 19.000 millones (que no fueron a los antiguos accionistas, sino a tapar el agujero del balance). Si ahora tiene capital de más, lo lógico es que esa solvencia sirva para encontrar un precio de venta (cuando llegue la salida del Estado del accionariado) más elevado. Otra forma de verlo es que da igual pedir 7.000 millones y perderlo todo, que pedir 19.000 y luego vender tu participación en el capital por 12.000. En ambos casos, el resultado final es el mismo. Eso sí, en el primer caso, los propietarios originales habrían mantenido al menos algo de su inversión.

Rato también se agarró a otra anomalía de este caso que, en su opinión, refuerza su postura: ésta fue la primera resolución de un banco en la historia moderna en la que el Banco de España no tuvo ningún papel. El propio Miguel Ángel Fernández Ordóñez afirmó que el Gobierno le había "impuesto silencio".

Debates 'menores'

La cuestión más relevante es esta: si el Estado gastó mucho o no en Bankia, si la factura para el contribuyente podría haber sido menor y si las cuentas de la entidad se encontraban en una situación tan calamitosa como para justificar su nacionalización. Pero hay otros debates, quizás menores en comparación, pero también muy interesantes.

- Con pólvora del Rey: este tema no se tocó de forma directa en el Congreso pero ha generado polémica en los últimos años. Bankia ha tenido que hacer frente (como el resto del sector) a sucesivos problemas judiciales: preferentes, salida a Bolsa, cláusulas suelo… Y su actitud ha sido, cuando menos, poco combativa. Sus rivales le han acusado (a veces de forma más clara y otras más sutil) de disparar con pólvora del Rey. Es decir, usar ese exceso de capital para no meterse en líos ante la opinión pública ni en complicaciones en los tribunales. La entidad defiende que en realidad lo han hecho así para ahorrarse el dinero en unos juicios que, de una forma u otra, al final iban a perder. Eso sí, también lo hemos dicho en otras ocasiones: cada vez que Bankia pierde un juicio (ya sea de preferentes o de la salida a Bolsa) es su propietario (los contribuyentes españoles) el que pierde, en forma de menos beneficios y de un valor inferior cuando quiera deshacerse de su participación.

- Salida a Bolsa: en 2014, Luis de Guindos aseguraba en el Congreso que en la salida a Bolsa de Bankia el Gobierno del PSOE había "forzado voluntades" y presionado a la entidad y a los organismos supervisores. Rato lo negaba esta semana (de hecho, animó al que pensara lo contrario a ir a los tribunales) y Elena Salgado se alineó con él, negando cualquier tipo de interferencia política. Es evidente que el Gobierno de Zapatero intentó, primero a través de los SIP y luego con exigencias reforzadas de capital, que las cajas se fusionaran y salieran a Bolsa a buscar capital fresco con el que sanear los balances. ¿Hasta qué punto presionó? ¿Animó a que los reguladores fueran condescendientes con las cuentas de Bankia? ¿Tenía sentido la estrategia?

- ¿Estafa?: el problema es cuando De Guindos habla de "forzar voluntades", con la opinión pública en estado de máxima alerta y frentes judiciales de todo tipo. Porque todo el mundo piensa lo mismo: estafa y engaño deliberado a los pequeños inversores.

Viendo las cosas con cierta perspectiva, parece complicado pensar en una conspiración de la directiva de Bankia, sus bancos colocadores, los inversores institucionales, el Gobierno, el Banco de España, la CNMV… ¿De verdad estaba todo el mundo metido en el ajo? ¿Y con qué fin? Porque muchos de ellos perdieron dinero con la salida a Bolsa. Mucho dinero. Y los responsables, con Rato a la cabeza, se han metido en un lío que no tenían ninguna necesidad de buscar. "Yo no soy ningún kamikaze", le explicaba el otro día a los diputados, a los que recordó que no tenía ninguna necesidad de aceptar la presidencia de Bankia y que fue una decisión que sólo le ha traído problemas.

En este sentido, el exvicepresidente recordaba el otro día en el Congreso que el Estado se ha jugado mucho en Bankia, pero los particulares han perdido hasta 170.000 millones. Y la mayoría de ese dinero no era de pequeños inversores. De hecho, Rato repitió varias veces en la Comisión del Congreso que entre el verano de 2011 y la nacionalización de 2012, la acción de Bankia se comportó mejor que la media del sector.

- Bancaja:la gran pregunta que todo el mundo se hace es por qué Rato aceptó la presión del Banco de España para meter a Bancaja en el SIP. Es cierto que, como explicó el otro día en el Congreso, el organismo avaló las cuentas de la caja valenciana. Pero la decisión fue un enorme error. Probablemente, nada de lo que ahora le ocurre al político madrileño le estaría pasando (ni en el terreno profesional, ni en el personal ni en el judicial) si hubiera hecho lo que todo el mundo pensaba que iba a hacer: una fusión con La Caixa. ¿Por qué no lo hizo?

- Las cuentas de 2011: si todo estaba tan claro, ¿por qué el auditor se negó a validar las cuentas de 2011, una decisión que precipitó la salida de Rato? Hablamos del mismo auditor (Deloitte) que avaló las cuentas que seis meses antes sirvieron para la salida a Bolsa. Tiene razón Rato en que en el último semestre de aquel año se vivió un deterioro de la situación económica sin precedentes, con un impacto desmesurado en la deuda soberana y el sector financiero. Pero todo apunta a que el agujero era enorme y creciente y que desde la entidad no se transmitía certidumbre. Ni se reconocieron los problemas ni se afrontó con rapidez el saneamiento. Luego se precipitaron las cosas. Y sí, en la salida de Rato y la inyección de 19.000 millones no hubo espacio para las sutilezas. Pero quizás en mayo de 2012 es que no había esa posibilidad.

- Las declaraciones y los decretos del ministro: ¿cuánto influyeron las declaraciones de Luis de Guindos en la pérdida de confianza de los inversores en el sector financiero español? ¿Cómo afectaron las nuevas exigencias de provisiones de los sucesivos decretos Guindos 1 y 2? Desde el Gobierno se defiende que sirvieron sólo para que se supiera quién estaba desnudo y quién tenía con qué taparse. En las cajas intervenidas siempre se quejaron de que fue una soga que les apretó justo cuando más necesidad tenían de aire.

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