A mediados de los años 90, el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, sufrió un duro revés en las elecciones legislativas que renovaron la composición de la Cámara de Representantes y el Senado. La nueva mayoría republicana puso fin a la deriva izquierdista del mandatario demócrata, que se vio obligado a cambiar su hoja de ruta ante la presión de parlamentarios conservadores como Newt Gingrich.
Aquello podía haber acabado mal, pero la capacidad para llegar a acuerdos que demostró Clinton y la voluntad constructiva de las reformas sugeridas por los republicanos terminó arrojando como resultado una serie de reformas presupuestarias que, a base de replantear el "gasto social", lograron aflorar el primer superávit fiscal registrado por Estados Unidos en muchas décadas.
El siguiente paso era la privatización del sistema de pensiones. Clinton llegó a tantear a José Piñera, el artífice del exitoso modelo de capitalización que lanzó a Chile al desarrollo. Sin embargo, los escándalos sexuales que sacudieron los últimos años de la legislatura terminaron apeando la posibilidad de consolidar un cambio estructural en el Estado del Bienestar. Y, aunque George W. Bush mostró voluntad de tomar el testigo, su presidencia acabó volcada hacia el exterior, al hilo de la lucha contra el terrorismo.
Por primera vez en dos décadas, el clima político en Washington vuelve a favorecer una agenda de medidas orientada a controlar los excesos del Estado del Bienestar. Las cifras son duras: el 49% de los ciudadanos del país norteamericano cobra algún tipo de ayuda y dos tercios del presupuesto federal van a parar a alguno de los más de cincuenta programas "sociales" vigentes en el país del Tío Sam. De los Estados Unidos de América a los Estados Unidos del Subsidio…
Endurecer los requisitos
Paul Ryan sabe que ha llegado el momento de actuar. Algunos de nuestros lectores le recordarán como el número 2 de la candidatura presidencial de Mitt Romney. Aunque aquella campaña no terminó bien, Ryan ha mantenido una notable relevancia en la Cámara de Representantes, donde ejerce como portavoz y lleva años pidiendo una reforma de la "red de seguridad" que, a pesar de haber sido introducida para ayudar a los necesitados, ha terminado generando incentivos perversos que desaniman la búsqueda de empleo y favorecen el asistencialismo subvencionado.
En Bloomberg tienen claro que Trump ha logrado una gran victoria legislativa con la aprobación de la reforma fiscal, de modo que la agenda de la Casa Blanca vuelve a estar despejada para los intereses de Ryan. La publicación recuerda que la reforma migratoria y el impulso de las infraestructuras son los asuntos que preocupan más al mandatario estadounidense de cara a 2019, pero también explica que la reforma del "gasto social" es un asunto pendiente que Trump no va a poder ignorar por completo.
Pero, ¿por dónde van los tiros? Los parlamentarios republicanos publicaron el pasado año un documento que puede servir como base para iniciar la conversación. La idea de Ryan y sus aliados es endurecer los requisitos para recibir ayudas, concentrar las transferencias en personas que atraviesen situaciones de verdadera necesidad, simplificar la maraña de programas y línea de ayuda, permitir que los programas sean gestionados de forma descentralizada, tumbar definitivamente la polémica reforma sanitaria de Obama…
Como apunta National Review, Trump no tiene apetito de grandes ajustes en el gasto público. De hecho, promete siempre de forma explícita que no habrá "recortes" en la Seguridad Social ni en el programa de asistencia sanitaria Medicare. Sin embargo, la Casa Blanca reconoce que la reforma fiscal va a reducir los ingresos de la Agencia Tributaria estadounidense, de modo que el presidente se ha visto obligado a plantearse otro tipo de ajustes. De momento, el mandatario ha centrado el tiro en distintas ayudas valoradas en 275.000 millones de dólares.
Aunque Ryan convenza a Trump y logre iniciar el debate, necesitará que el Senado de luz verde a la reforma que salga de la Cámara de Representantes. Según informa el influyente portal POLITICO, su homólogo en dicho parlamento, Mitch McConell, comanda una mayoría republicana que puede verse alterada con apenas dos legisladores díscolos, de modo que un ajuste muy agresivo al "gasto social" puede terminar descarrilando a la hora de lograr el sello de aprobación de los senadores.