La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca fue interpretada por un buen número de gurús como una suerte de apocalipsis político llamado a hundir la economía estadounidense. Un año después, la mayoría de los indicadores muestran que, lejos de producirse un deterioro, el desempeño productivo del país del Tío Sam ha seguido una línea ascendente.
El crecimiento económico, indicador por excelencia de la buena o mala salud de la economía, refleja una tendencia cada vez más positiva, después de haber alcanzado cotas superiores al 3% en el segundo y tercer trimestre de 2017. Para ser precisos, el pasado año arranca con un crecimiento trimestral del 1,2%, pero la expansión de la economía llegó al 3,1% entre abril y junio, anotando un 3% de julio a septiembre. Las proyecciones para el último trimestre oscilan entre el 2,7% y el 4,6%, de modo que el año cerraría con una tasa superior al 3%, muy por encima del promedio de la Era Obama, en la que el PIB aumentó a un ritmo del 1,5%.
Los niveles de inversión privada han sido especialmente favorables desde que se produjo el relevo en la Casa Blanca. Tras más de un año moviéndose entre el estancamiento y la recesión, este indicador ha empezado a crecer con fuerza y, a lo largo de 2017, ha subido hasta alcanzar cotas cercanas al 5%. Un fuerte repunte que puede ir a más ahora que el Impuesto de Sociedades va a bajar del 39% al 25%.
Igualmente sólido ha sido el comportamiento de la Bolsa. El Dow Jones se disparó la jornada después de las Elecciones Presidenciales, con un repunte histórico del 28,5%. Desde entonces, el índice ha ganado 5.000 puntos, cerrando 71 jornadas en niveles récord de cotización. Hay euforia, sí, pero también mejoran los fundamentales (las ganancias de las empresas del S&P 500 subieron casi un 10% en el último trimestre) y se van retirando las distorsiones monetarias (con la retirada de estímulos y la subida de tipos).
Empleo y sueldos
De enero a noviembre, la creación de empleo se movió a una tasa mensual media de 170.000 nuevos puestos de trabajo. El paro es del 3,6% entre los trabajadores blancos, mientras que alcanza el 7,3% entre la población negra y llega al 15,9% entre los jóvenes. La tasa de participación laboral, que cayó bruscamente en la segunda mitad del siglo XX y en los tres primeros lustros del siglo XXI, ha abandonado su línea descendente y ha crecido con fuerza, especialmente gracias al mayor empleo femenino, una buena noticia que, curiosamente, ha pasado desapercibida entre los círculos feministas que tan duramente han cargado contra Trump.
La creación de nuevos puestos de trabajo ha sido sorprendentemente positiva en el sector industrial, cuyo desmantelamiento fue criticado insistentemente por Trump a lo largo de la campaña presidencial que le llevó a la Casa Blanca. Desde el triunfo del empresario hasta el pasado mes de noviembre, las fábricas del país norteamericano aumentaron sus plantillas en 190.000 trabajadores, un espaldarazo a la América trabajadora que abandonó al Partido Demócrata en los últimos comicios y depositó su voto a favor del nuevo mandatario estadounidense. La industria ocupa ahora a 12,5 millones de trabajadores, una cifra que se sitúa lejos de los 14,5 millones alcanzados antes de la crisis.
La mejora en los indicadores laborales permite una caída de la dependencia y de los subsidios. El mejor ejemplo son los llamados food stamps, que no son más que los cheques de comida financiados por el gobierno federal que llegaron a ser entregados al 15% de la población en los años de Barack Obama. En 2017, a la espera del cierre definitivo del año, este porcentaje ha caído hasta niveles cercanos al 12%. Esto supone que seis millones de estadounidenses vuelven a pagarse sus gastos de comida sin necesidad de recibir ayudas estatales.
También hay una progresiva mejora en los sueldos. Durante el último año, la retribución laboral ha seguido una línea ascendente. Aunque noviembre y diciembre de 2016 cerraron en tasas del 0,6% y el 0,8%, el arranque de la Era Trump coincidió con una subida de los salarios hasta tasas del 2,5%. Tras subir un 3,9% en febrero, un 3,7% en marzo y un 3,2% en abril, los sueldos crecieron un 2,8% en mayo, un 2,6% en junio y un 2,5% en julio. Los últimos meses con cifras cerradas son agosto y septiembre, que dejaron aumentos del 2,8% y el 3,2%, respectivamente.
El promedio final para 2017 oscilará entre el 2,5% y el 3%, por encima de los niveles de la Era Obama, cuando el aumento de los salarios se estancó durante años en el entorno del 2%. La productividad también está subiendo (rondaba el 1% con Obama pero se ha acercado al 3% en los últimos datos trimestrales), de modo que anticipar un mayor aumento de los sueldos en los próximos años parece razonable.
Más déficit fiscal y comercial
Pero no todo son buenas noticias. El déficit se estaba acercando al 2% del PIB en 2016, pero la falta de compromiso de Trump con el superávit presupuestario se ha traducido en un aumento del desaguisado fiscal. Además, la reforma tributaria puede elevar un 10% la falta de ajuste entre ingresos y gastos, de modo que Trump deberá tomar medidas para evitar una nueva crisis fiscal como la que enfrentó su predecesor con el cierre del gobierno y el secuestro presupuestario.
Tampoco hay cambios a mejor en el abultado déficit comercial que acumula Estados Unidos con el resto del mundo. Pese a la retórica proteccionista y a la introducción de las primeras sanciones comerciales, la balanza comercial de la economía yankee ha aumentado sus números rojos durante el último año.