A estas alturas pocos son los que aún no han oído hablar de bitcoin, esta nueva moneda digital sobre el soporte de la aún incipiente pero muy prometedora tecnología blockchain. Con la gran subida de este año, de más de un 1.000%, no han faltado voces alertando sobre si era o no una burbuja (no diremos nombres para no sonrojar a nadie). Lo cierto es que la discusión sobre cuál es el valor de bitcoin y, por tanto, si su precio se ajusta a la realidad o no, es un imposible dadas las prematuras circunstancias que rodean bitcoin. En este sentido, conviene ser cautos a la hora de hacer afirmaciones categóricas sobre su precio que desvían la atención sobre su posible valor y evolución como solución en la difícil tarea de proteger el ahorro en el futuro.
Entender qué es bitcoin pasa por abordar dos planos bien diferenciados: por un lado, entender en qué consiste la tecnología blockchain y los retos a los que se enfrenta; por otro, contar con un buen instrumental de teoría monetaria, sin la cual es imposible evaluar el impacto y perspectivas de esta nueva y prometedora divisa digital.
Se han dicho tantas cosas y tantas cosas absurdas sobre bitcoin que lo primero que me pide el cuerpo es quizás tratar de atenuar mucho del ruido generado por analistas que comparan, por ejemplo, el valor total de bitcoins (nominativo en dólares o euros) con la capitalización bursátil de grandes compañías, cuando, de hecho, bitcoin ni siquiera es una activo financiero. En todo caso, como (incipiente) forma de dinero, podría compararse con la cantidad de oro, euros o dólares.
¿Qué es el bitcoin?
Para empezar a entender bitcoin hemos de entender primero qué es. Bitcoin nace con la aspiración de convertirse en una nueva forma de dinero (y no como activo financiero). Una forma de dinero muy particular, un dinero cuya oferta monetaria sería limitada, transparente e imposible de manipular, fijada en una algoritmo redactado por el anónimo más célebre del mundo, Satoshi Nakamoto.
Es decir, todo lo contrario al dinero nacionalizado con el que nos vemos obligados a operar todos los días, un dinero envilecido de manera constante e imparable por políticos y banqueros centrales y en donde unos pocos próximos a estos focos de creación de dinero, ya sea vía gasto discrecional o vía monetización de deuda (pública y privada), se ven beneficiados al poder saldar sus deudas con moneda envilecida a costa de que una gran mayoría vea cómo, irremediablemente, el poder adquisitivo de sus ahorros y su salarios se reduce de forma inexorable.
¿Qué es el dinero?
Si bitcoin aspira a convertirse en una nueva forma de dinero digital cabe preguntarse ahora qué es el dinero. La definición más perfecta de dinero nos la da Carl Menger, fundador de la Escuela de Viena, en On The Origins of Money en 1892. Menger establece cómo cualquier bien, dadas las circunstancias, puede convertirse en dinero. Por ejemplo, en la cárcel, los cigarrillos son considerados una forma de dinero. El dinero, prosigue Menger, es una institución espontánea que permite superar las limitaciones propias de una economía de trueque.
Según esta definición clásica de dinero (que coincide también con las propiedades que le arroga desde el desordenado de John Law hasta el libertario Murray Rothbard), el dinero es un bien capaz de cumplir con tres funciones básicas: unidad de cuenta, medio de pago, y, más importante con diferencia, depósito de valor. En definitiva, el dinero es lo que permite articular el ahorrar, todo aquello que generamos y no consumimos y que nos permite acumular reservas para hacer frente a las eventualidades impredecibles de la vida y emprender proyectos de inversión en bienes de capital cada vez más sofisticados y costosos. Por eso su función es tan importante.
Cuando esta función de depósito de valor se elimina debido a los efectos de la inflación (impresión de moneda por encima de la cantidad de ahorro real, como en el escenario de represión financiera actual), los agentes económicos se ven obligados a incrementar su perfil de riesgo, a especular, si no quieren, de manera irremediable, perder el poder adquisitivo de su ahorro.
Durante siglos, el oro ha sido la forma más genuina de dinero. Se trataba de un bien relativamente escaso, con una oferta estable y limitada, relativamente fácil de transportar, inalterable (pese a los muchísimos intentos alquímicos), fungible y casi imposible de manipular. A medida que las economías se sofisticaron, y también lo hicieron los mercados de crédito y la banca, el papel moneda, respaldado por oro, se convirtió en la forma más efectiva de dinero hasta la llegada de la primera oleada de revolución informática, en donde las tarjetas de crédito y débito ocuparon una parte importante del dinero, aunque (y pese a que cueste de creer) el pago más habitual en todo el mundo sigue siendo en efectivo.
Mientras se sucedían estos cambios con respecto al medio de pago, el dinero también cambiaba, y mucho, con respecto a su función de reserva de valor: desde principios del s.XX y, especialmente tras la creación de la Fed en 1913 y el final de la Gran Guerra, el antiguamente anclaje con el patrón oro se fue desprestigiando y, poco a poco, fueron los bancos centrales, y no el anclaje metálico, los encargados de determinar la oferta monetaria. De esta forma, ante cualquier eventualidad financiera se acudía a la impresión de moneda como salida fácil, aparentemente indolora (sin coste político), con la consiguiente devaluación generalizada de la moneda por la subida general de los precios a todos los niveles. Una dinámica especialmente intensa en el último cuarto del siglo XX y hasta nuestros días.
La diferencia entre bitcoin y el papel moneda
Este contexto inflacionario es importante para entender las posibles perspectivas de bitcoin y su imparable auge en los 2-3 últimos años. La oferta de bitcoin, a diferencia de la oferta de dólares o euros, está estrictamente limitada: exactamente a 21 millones de bitcoins, igual que pasa con el oro. La oferta la regula el algoritmo diseñado inicialmente por Nakamoto en 2009 (vale la pena leer los escritos de Nakamoto disponibles en bitcoin.org); hoy, un consenso descentralizado entre cientos de miles de nodos que operan y mantienen de manera descentralizada la blockchain. Cualquier cambio que se quiera imponer, debería de ser aprobado por una gran mayoría de estos nodos.
Pequeña pausa en el camino para aquellos que escuchen la palabra blockchain por primera vez. Una blockchain (cadena de bloques), muy resumido, es una base de datos, libro abierto, distribuida y dinámica, cambiante con cada bloque de información que se une a la cadena. Cada blockchain tiene sus normas y está pensada para un propósito concreto: en el caso de bitcoin, el intercambio de valor de una moneda con oferta limitada. De esta manera, dentro de la blockchain de bitcoin cada usuario puede enviar una unidad de valor a otro usuario, como un pago en efectivo, de manera privada y directa, sin la necesidad de ningún intermediario (ni Santander, ni Visa, ni siquiera PayPal o la Tarjeta de Crédito de El Corte Inglés). Para el lector interesando, recomiendo la lectura del paper de Benito Arruñada al respecto. Cierro paréntesis.
Cada blockchain tiene un consenso, el conjunto de normas que regulan su funcionamiento y que incluyen (también en el caso de bitcoin) una serie de incentivos para los cientos de miles de nodos que dedican tiempo y (sobre todo) energía a operar y mantener la red de manera descentralizada en beneficio de todos. La blockchain es como un libro abierto de contabilidad: un registro en donde todos los miembros de la red tienen acceso. De esta manera, un bitcoin no se pueden robar ni alterar, no se puede copiar y tampoco se puede incrementar su oferta a placer.
Bitcoin reúne unas propiedades muy singulares que lo sitúan en una posición muy ventajosa para convertirse en una especie de oro digital en el futuro; de ahí el creciente interés de muchos y su subida tan vertiginosa. Se trata, hasta cierto punto, de un oro mejorado; con menores costes de transporte y una custodia más segura y económica. Por eso, y al margen de su precio, bitcoin es para muchos una cosa muy importante e interesante, ya que es una forma de dinero al margen de los poderes públicos, una forma de dinero "desnacionalizada" en feliz expresión de F.A. Hayek.
Por eso me parece prematuro limitar el análisis de bitcoin únicamente a su precio y decir simplemente que es una burbuja; como igualmente temerario resulta no ser consciente de los retos y obstáculos que aún tiene por superar. Véase, por ejemplo, el fundamental análisis de George Selgin, Bitcoin: Problems and Prospects.
En cualquier caso, por eso resulta incorrecto comparar el valor de bitcoin con la capitalización bursátil de Wal Mart o resulta equivocado hablar de invertir en bitcoin, cuando, únicamente, hoy podemos especular y ni siquiera con su precio (que es lo de menos), sino sobre si bitcoin se convertirá en una nueva forma de "sound money", lo verdaderamente interesante.
Si bitcoin bajara mañana a 100 euros, me seguiría pareciendo una tema igualmente interesante a seguir. Al final, comprar bitcoins es apostar por la descentralización, la privacidad y la libertad, una apuesta que en mi caso no depende del precio.
Luis Torras es consultor financiero y gestor de fondos. Profesor en ESADE Business School.