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El efecto frontera (también) era esto: la fuga de empresas devuelve al separatismo a la realidad

A pesar de la presión nacionalista, fue suficiente el anuncio de la declaración de independencia para demostrar que las advertencias eran ciertas. 

A pesar de la presión nacionalista, fue suficiente el anuncio de la declaración de independencia para demostrar que las advertencias eran ciertas. 
Imagen del pasado martes, en Barcelona, tras la comparecencia de Carles Puigdemont en el Parlamento catalán. | EFE

Nunca fue legal pero entre el domingo 1 y el jueves 5 de octubre una buena parte del nacionalismo pensó que la independencia era factible y sin costes. Habían puesto sus urnas (o lo que fuesen aquellos recipientes de plástico), habían votado (algunos, llevados por el fervor de la causa, en varias ocasiones) y habían coreado lemas largamente preparados. No importaba el resultado ni la participación real. Ni las reacciones en el resto de España o en la Unión Europea.

Parecía como si no pasara nada. Desde las filas secesionistas se mantenía la ficción: "Habrá independencia la semana que viene, el lunes 9 o martes 10", se decía; luego se hablaba de un proceso transitorio para asegurar la permanencia en la UE y al final parecía como si todos fuéramos a volver a nuestras vidas con normalidad. Con un nuevo Estado, pero sin que el ciudadano de a pie lo notase. Según el relato dominante entre el nacionalismo, colegios, hospitales, carreteras o empresas abrirían el día 11 como si nada hubiera ocurrido.

Y entonces llegó el bofetón de realidad. Más doloroso para algunos quizás por inesperado. Durante años la consigna oficial era la negación. Incluso había imágenes de Artur Mas despreciando a los que la rebatían: nadie se iría del nuevo país, ni las empresas catalanas ni las españolas, ni siquiera las multinacionales extranjeras que tuvieran su sede en Cataluña. Porque, ¿quién iba a querer irse? No querrían abandonar un mercado tan atractivo.

Ese 5 de octubre, el Banco Sabadell, castigado en Bolsa y con rumores sobre continuas retiradas de depósitos, tanto en Cataluña como en el resto de España, anunciaba el cambio de su sede a Alicante. Fue el pistoletazo de salida: 72 horas después apenas quedaba ninguna gran empresa que mantuviera su sede societaria (y la mayoría también se ha llevado la fiscal) en la región. Daba igual lo asociada que estuviera una compañía con la imagen de Cataluña, ante el riesgo de quedar fuera del paraguas de la UE y el Banco Central Europeo (esto último, fundamental en el caso de los bancos) se extendió la consigna del sálvese quién pueda.

En la versión oficial, los departamentos de comunicación de muchas de estas empresas sólo hablan de seguridad jurídica y dejan la puerta abierta a su vuelta si las cosas se calman. Pero como explicamos este viernes, en Quebec decían lo mismo y luego cientos de compañías no volvieron nunca. El nacionalismo intenta convencer a sus bases de que es un tema administrativo sin importancia. Pero lo cierto es que Oriol Junqueras y el resto de los mandamases de la Generalidad están en shock, sin saber muy bien cómo reaccionar y con un justificado temor a que el apoyo a la aventura independentista en la sociedad catalana se vea aún más disminuido.

El efecto frontera

Para explicar este movimiento de empresas hay dos factores fundamentales. El primero es el de la seguridad jurídica. Nadie quiere quedarse en un Estado que juega a la independencia sin apoyo internacional, aislado en la UE, saltándose la legalidad vigente… Pero hay otro elemento fundamental que el nacionalismo ha negado una y otra vez, a pesar de todas las evidencias: el efecto frontera.

Probablemente, el informe que mejor ha analizado este fenómeno lo público Convivencia Cívica Catalana en 2012, cuando la apuesta abiertamente secesionista daba sus primeros pasos, bajo el título de "Las cuentas claras de Cataluña". También hay buenos datos en el informe "Análisis del comercio entre las autonomías", también de CCC.

- Cataluña y Schengen: aunque España y Francia forman parte desde hace casi tres décadas del mercado común europeo (y desde 1995 del área Schengen), lo cierto es que en 2014 sólo Aragón, con 1,3 millones de habitantes recibía más exportaciones de Cataluña que toda Francia, con sus más de 65 millones. Según datos del último ejercicio, Francia es ya el primer mercado de Cataluña con algo más de 10.000 millones de euros en exportaciones por unos 9.600 de Aragón... Eso si tomamos el resto de autonomías de forma individual: en total, el resto de España sigue comprando casi cuatro veces más que todo el país vecino a las empresas catalanas y sigue siendo con una diferencia abismal el principal mercado catalán.

De hecho, hasta hace muy poco, las otras 16 regiones españolas seguían acaparando más del 50% de las ventas de las empresas catalanas. El nacionalismo celebró como un triunfo el que hace unos pocos años ese porcentaje bajase de la frontera del 50%: no se daban cuenta de que lo llamativo es que tras tres décadas de integración en la UE, las economías de las regiones españolas estén tan interconectadas. De hecho, si a las ventas de bienes sumamos las de servicios, el resto de España sigue siendo el mercado de más del 50% de las ventas catalanas.

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Convivencia Cívica Catalana. Datos del año 2010

Lo mismo puede decirse del resto de países de la UE: en teoría (al menos eso es lo que dice el nacionalismo) las ventas perdidas en España tras la independencia se recuperarían con un incremento al resto de Europa. La lógica nos dice que dentro de un mercado unificado esto no debería ser tan difícil… pero el caso es que lo es. Sólo así se explica que Valencia tenga un peso similar al de Italia o Madrid al de Portugal o Reino Unido. Sí, la integración europea avanza y es bueno que así sea. Pero en temas comerciales y de relaciones económicas, el Estado nación sigue teniendo un peso indiscutible.

Para una comunidad como la catalana, que tiene el superávit comercial más elevado de todas las autonomías con el resto de España (17.000 millones de euros, casi un 9% del PIB catalán) y al mismo tiempo un déficit comercial con el resto del mundo de 12.000 millones, éste no es un tema menor (y más teniendo en cuenta las tensiones financieras que surgirían tras la independencia).

- De Francia a España: podría pensarse que esto es porque quizás Cataluña todavía no es independiente y España limita su capacidad de salir al exterior. Por eso, los autores del informe hacen otra comparación (los datos son de 2010): cuánto vende una región similar en cuanto a número de habitantes y cercanía geográfica en el conjunto de España. Hablamos del mediodía francés.

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Convivencia Cívica Catalana

Y las cifras son muy similares a las que veíamos antes: hay diez veces menos ventas de empresas de este territorio (que comprende varios departamentos galos) al resto de España respecto a lo que venden las empresas catalanas en las otras 16 autonomías. También aquí la frontera es algo más que una bandera y un cartel al lado de la carretera. Repetimos, todo esto veinte años después de Schengen.

- Eslovaquia y República Checa: habrá quien diga que al final no puede saberse lo que ocurrirá con las empresas catalanas y su integración en la economía española si los nacionalistas lograsen la independencia. Quizás no se produzca ese alejamiento del que hablamos. Puede que mantengan los clientes y proveedores que ahora tienen, que no se note la independencia. Como es algo que ocurriría en el futuro, está sujeto a una lógica incertidumbre.

Una solución es mirar al pasado y ver qué ha ocurrido con situaciones similares. Por ejemplo, Eslovaquia y República Checa: el caso que más le gusta poner al secesionismo, por tratarse de una separación amistosa, pacífica y en el que los dos países (una década después, eso sí) ingresaron en la UE. Pues bien, según CCC, las cifras indican que "cuatro años tras la disgregación de Checoslovaquia, las empresas eslovacas y checas vendían al otro lado de la frontera un 65% menos que antes de la separación". En 2010, sólo el 15% de las ventas de Eslovaquia acababan en su vecino y el 9% de las ventas al exterior de las empresas checas iban a clientes eslovacos.

Incertidumbre

Los datos demuestran que el efecto frontera es muy real. Los economistas denominan así al hecho de que dos regiones cercanas geográficamente comercien menos (no sólo en bienes, en realidad hablamos de todo tipo de relaciones económicas) por el mero hecho de que haya una frontera estatal entre ellas. Es un fenómeno curioso, porque en teoría no tendría por qué producirse. Al fin y al cabo, en el mundo globalizado de hoy en día y aún más dentro de la UE, no hay ninguna razón aparente para que Galicia no tenga más relación económica con el norte de Portugal que con Valencia o Murcia... pero el caso es que es así. En todo el planeta hay cientos de casos similares.

El independentismo siempre ha negado este efecto o ha despreciado las consecuencias que tendría para la nueva Cataluña independiente. Entre otras cosas porque sabe que es un argumento muy dañino para su causa. La economía catalana está absolutamente integrada en la española. En Libre Mercado, lo apuntábamos el otro día en esta galería: La ruina del nacionalismo catalán, en diez datos. Las relaciones de dependencia entre Cataluña y el resto de España son enormes: el 27% de los puestos de trabajo en la región y el 31% de lo producido está directamente asociado a compras del resto de españoles (además de todos los efectos indirectos e impactos de otro tipo). Por eso, una independencia que interrumpiese o dificultase estas relaciones sería muy dañina para la economía catalana que necesitaría de muchos años para encontrar nuevos mercados, establecer nuevas relaciones con clientes y proveedores, encajar la fuga de profesionales que se irían con las empresas deslocalizadas... Por todo esto, nadie en el campo nacionalista quería admitir que el efecto frontera tuviera importancia.

Hasta que comenzó la fuga de empresas. Ahora ya no se discute sobre un futuro desconocido: ¿Qué pasaría con las empresas sí Cataluña fuera independiente...? Sino que se analiza una realidad tangible: esto es lo que pasa en caso de independencia. Las empresas se van por miedo a la inseguridad jurídica y para no perder su principal mercado, que es España.

En realidad, lo del efecto frontera tiene toda su lógica. Para empezar, porque por mucho que exista una UE y un Espacio Schengen, siempre habrá diferencias entre países que compliquen, aunque sólo sea un poco, la relación entre dos empresas. Desde cuestiones legales (qué ley se aplica, a qué tribunal acudimos en caso de desacuerdo, idioma del contrato...) a prácticas (hay que contratar dos campañas de publicidad, tener dos equipos de finanzas, dos responsables de RRHH...). Algunas son cuestiones más importantes y otras menos pero todas ellas apuntan en la misma dirección: encarecen y dificultan la relación.

Sí, es cierto que estas diferencias cada vez son menores y que exportar cada vez es más sencillo y barato. Pero no nos engañemos, formar parte de un único Estado tiene unas ventajas indudables. De hecho, ése es el objetivo de la UE, que las relaciones dentro de sus fronteras se parezcan cada vez más a las intraestatales. Y es evidente que en Bruselas todavía no lo han conseguido.

Además, hay otras cuestiones que empujan a las empresas a la fuga, a pesar de las advertencias (cuando no amenazas) del nacionalismo. También hay miedo al daño a la imagen de las empresas (no sólo con los famosos boicots, que dañan a toda la economía española, no sólo la catalana), a la reacción de sus empleados que podrían abandonar el barco si saben que ahora trabajan para una empresa extranjera, a las dudas de los trabajadores sobre temas como sus cotizaciones... En el mejor de los casos, poner una nueva frontera generará de un día para otro un parón en la actividad económica, mucha incertidumbre y un encarecimiento de las relaciones comerciales.

En el peor, lo que se produciría es la expulsión de Cataluña de los mercados internacionales, un país cerrado sin financiación exterior y que no podría tener déficit comercial, porque sólo podría gastar fuera lo que previamente hubiera vendido en esos mercados, lo que se traduciría en una congelación de la actividad. Como explicamos en su momento, sólo aplicando el efecto frontera en su versión más ligth, aquella que dice que el comercio entre el nuevo Estado y el resto de España se reduce en la proporción habitual en este tipo de procesos, el PIB catalán se desplomaría un 20% en los primeros años tras la secesión. A eso es a lo que se arriesgan (o arriesgan tomando como rehenes a sus ciudadanos) los políticos nacionalistas. ¿Podría no ocurrir? Quizás dicen algunos economistas nacionalistas. Pero nunca explican que el desplome podría ser peor.

Durante años, los expertos de cabecera del nacionalismo despreciaron a los que advertían de esta posibilidad, del efecto frontera o de la fuga de empresas. Decían que era un mito destinado a meter miedo sin ningún anclaje con la realidad. Desde el día 5 de octubre ya sabemos lo que hay: la independencia, desde el punto de vista de la economía, era esto.

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