Mi maestro Robert K. Merton, acaso el sociólogo más influyente del siglo XX, publicó en 1968 un seminal artículo sobre el efecto Mateo. Fue una revolución en las ciencias sociales. Tuve el privilegio de asistir a sus clases en la Universidad de Columbia en los primeros años 60, donde empezó a desgranar su famosa teoría. Se inspiraba en el misterioso versículo del Evangelio de San Mateo (13,12): "Al que tiene, se le dará más y abundará; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado". La enigmática frase se enuncia en el contexto de la parábola del sembrador. Su tesis es: la buena cosecha no se deriva tanto de la semilla como de la tierra en que cae. Supone un argumento de hondísima intuición sobre el modo que tienen de organizarse los humanos.
Merton aplica la interpretación del hermético versículo al campo de la sociología de la ciencia. Resulta que los estudiantes brillantes reciben mejores becas y ayudas para trabajar en los mejores centros académicos. Lo cual les permite sobresalir en sus respectivos campos científicos. Conseguidos los primeros éxitos, se ganan todo tipo de recompensas y facilidades para seguir investigando y publicando, y cada vez destacan más. Por el camino se quedan los que, siendo estudiantes y profesores del montón, no resultan tan favorecidos. El resultado es que se incrementa cada vez más la brecha de la desigualdad. Lo que parece ser un premio al mérito es también una fuente de desaprovechamiento de la inteligencia.
La tesis mertoniana se puede aplicar a otras muchas facetas de la vida pública o de relación. El que triunfa se ve enseguida reconocido y admirado. A su vez, esa mejor situación le facilita más éxitos, incluido el de la popularidad y el aprecio general. Dicho de otra forma, la sociedad se organiza de tal forma que se instala el principio de la desigualdad como algo natural. Aunque se diga lo contrario, no funciona verdaderamente el criterio de igualdad de oportunidades. Los políticos todos suelen insistir en las medidas de igualación social a través de los impuestos o las ayudas del Estado. Pero toda esa taumaturgia no es más que un parche en la brecha que mantiene el efecto Mateo, esto es, la espiral de recompensas a los que ya tienen. "Nada triunfa tanto como el éxito previo", dicen en inglés.
Una sencilla demostración de lo anterior puede verse en los títulos de crédito de las películas a lo largo ya de varias generaciones. Los protagonistas cuando jóvenes siguen siéndolo durante toda su vida. Los oscuros actores secundarios o de reparto no suelen pasar al estrellato.
Hay muchas más ilustraciones. Contrariamente a lo que narran las crónicas periodísticas, los agraciados con el premio gordo de la lotería suelen ser los que previamente cuentan con más dinero. De todos es sabido que los bancos otorgan créditos más fácilmente a los clientes ricos, a las empresas poderosas. En el mundillo académico o literario se suelen citar más los autores que se consideran más leídos. En las elecciones primarias de los partidos es más probable que ganen los candidatos que son más conocidos y han salido más en los medios. Los escritores que reciben los grandes premios literarios son los que han sido seleccionados por los editores y a través de premios anteriores. En la carrera de la vida suelen ganar los mejor situados en las posiciones de salida.
En síntesis, el principio de la desigualdad es el que realmente rige en casi todas las ocasiones, y no tanto la económica como la social. El mismo Merton llegó a la cúspide mundial de la influencia en la sociología a partir de un modestísimo origen familiar. Sus padres eran unos pobre inmigrantes judíos de la Europa del Este, que, naturalmente, no llevaban el aristocrático apellido de Merton. Pero su hijo (que tampoco se llamó inicialmente Robert) experimentó cómo sus primeros éxitos como estudiante le llevaron a la fama. Fue una cadena de efectos multiplicadores. El éxito llamó al éxito.