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José García Domínguez

La ceguera de España con el turismo

No todas las actitudes críticas frente al modelo turístico predominante en España remiten a alguna variante más o menos retrógrada del cerrilismo antisistema.

No todas las actitudes críticas frente al modelo turístico predominante en España remiten a alguna variante más o menos retrógrada del cerrilismo antisistema.
El Arenal de Palma de Mallorca | Wikimedia Commons

Dos estudios cuantitativos de muy reciente publicación invitan a considerar que no todas las actitudes críticas frente al modelo turístico predominante en España remiten a alguna variante más o menos retrógrada del cerrilismo antisistema. El primero, extraído de las estimaciones de crecimiento regional para 2017, concluye que Baleares será la región que peor índice de crecimiento ofrecerá a final de año entre las diecisiete comunidades autónomas. El segundo, aún mucho más desolador para esos territorios insulares, constata que Baleares es a día de hoy el rincón de España que presenta el peor nivel de competitividad empresarial, frente al País Vasco, que, en sus antípodas, encabeza, entre otros, los indicadores de gasto en investigación, intensidad de uso empresarial de las TIC o cualificación del mercado laboral local. Y es que no a pesar de ella sino gracias a su absoluta dependencia del monocultivo turístico, Baleares ha consumado el triste récord de dejar de ser la primera comunidad en términos de renta per cápita, posición de liderazgo absoluto que ocupó desde los años setenta, para despeñarse a la séptima plaza tras el País Vasco, Navarra, Madrid, Cataluña, Aragón y La Rioja.

Una genuina caída libre, la de las islas, que no se puede achacar a la crisis porque su proceso de decadencia ya estaba muy avanzado antes de que España entera se viniera abajo en 2008. Baleares es el gran ejemplo de todo lo que no hay que hacer si queremos que España salga alguna vez del túnel. Repárese al respecto en el siguiente dato. Desde 1990, el territorio de la Unión Europea que más puestos de trabajo ha creado, y con diferencia, ha sido precisamente ese pequeño archipiélago del Mediterráneo. Bien, pues ahora mismo su tasa de paro es del 17,8%, un nivel de desempleo inaudito en cualquier zona de la Unión Europea, excepción hecha de Grecia y la propia España. ¿Cómo entender esa evolución en el tiempo tan extravagante de un mismo indicador? Por una razón simple: porque Baleares ha querido seguir aferrándose al modelo de sueldos bajos que marcó el gran desarrollo de su sector turístico en la segunda mitad del siglo XX. Pero en el siglo XX no había inmigrantes en España, y hoy sí. He ahí la variable crítica que marca la diferencia. En el primer tercio del siglo XXI, salarios bajos asociados a labores que exigen escasa calificación para su desempeño es lo mismo que decir llegadas masivas de inmigrantes extracomunitarios. De ahí que cuanto más crece su industria turística, más se empobrece Baleares en relación al resto del país.

Dicho de otro modo, en el siglo XXI, más puestos de trabajo ya no significa más empleos para los autóctonos, sino más población de origen foráneo censada en el territorio en cuestión. A más turismo, más salarios bajos que retribuirán, sobre todo, a inmigrantes. A más turismo, más empleos en el sector privado que supondrán un quebranto para los contribuyentes españoles, en la medida en que esos trabajadores obtendrán del Estado del Bienestar español muchísimo más de lo que pueden aportar con sus impuestos para colaborar a su sostenibilidad. A más turismo, menos futuro. Porque hay que mirar a los clusters industriales del País Vasco, no a los chiringuitos de playa de Mallorca y las discotecas de Ibiza. Un asunto, por cierto,que nada tiene que ver con el consabido privilegio del cupo. El cupo sirve para disponer de mejores servicios públicos, pero no para conseguir que se creen buenos puestos de trabajo en el sector privado. Con su apuesta decidida por la industria, el País Vasco ha creado menos empleos que otras zonas. Ha generado pocos, pero buenos. El resto de España creó muchos, pero malos. Los unos, huelga decirlo, remiten al turismo, la construcción o los servicios de bajo valor añadido, los otros son industriales. Los unos se retribuyen con sueldecillos para ir tirando hasta fin de mes, los otros se recompensan con sueldos decentes. Los unos atrajeron a inmigrantes extracomunitarios de muy escasa capacitación profesional; los otros no. ¿Quién acertó? Los resultados saltan a la vista.

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