El presidente de EEUU, Donald Trump, cumplió su palabra y, finalmente, decidió abandonar el tan cacareado acuerdo de París contra el calentamiento global, desatando con ello la ira de los ecologistas y la indignación de gobiernos de medio mundo, al tiempo que los tradicionales agoreros casi proclamaban el fin del planeta a corto plazo.
Lo cierto, sin embargo, es que el tan temido cambio climático no es más que un lucrativo e interesado cuento carente de base científica real, ya que el famoso "consenso" no se sustenta sobre evidencias irrefutables, sino sobre alarmistas y catastróficas predicciones cuyo incumplimiento ha sido constante a lo largo de los últimos lustros. Si hace ahora 40 años la gran amenaza para el planeta era la llegada inminente de una nueva glaciación global, el objetivo hoy es frenar el supuesto calentamiento al que estamos abocados por obra y gracia del hombre y sus emisiones de CO2 a la atmósfera. Pese a ello, la ciencia todavía no ha podido demostrar el origen antropogénico del cambio climático y, de hecho, los datos sobre el aumento del nivel del mar, el deshielo de los polos o la frecuencia de las sequías no justifican, en ningún caso, el alarmismo imperante.
Por si fuera poco, lo más paradójico del asunto es que, aunque tales predicciones fueran ciertas, los tratados climáticos y, muy especialmente, el acuerdo de París no servirían para frenar el calentamiento. Tras dos décadas de arbitrarias restricciones, la emisión de gases de efecto invernadero por energía producida pasó de bajar a un ritmo medio del 0,7% anual antes de la firma del protocolo de Kyoto a tan solo un 0,2% después. Y el acuerdo de París, lejos de ser un tratado de obligado cumplimiento para los gobiernos firmantes, no deja de ser una mera declaración de intenciones, ya que no establece ningún mecanismo sancionador en caso de sobrepasar los límites fijados. De ahí que casi todos los países del mundo firmaran, pues, en realidad, no obligaba a nada.
Pero lo más grave, sin duda, es que supondría un ingente coste económico en caso de que los gobiernos cumplieran los objetivos prometidos. Así, mientras China no se comprometía a nada hasta 2030, el impacto estimado para EEUU ascendería a 2,7 millones de empleos perdidos hasta 2025 y cerca de 3 billones de dólares en términos de PIB hasta 2040 debido a la reducción de su industria y el encarecimiento de la energía. Y todo ello, ¿para qué? Para frenar un presunto calentamiento antropogénico que no se ha demostrado o, en última instancia, cumplir un acuerdo que, en todo caso, no serviría para el objetivo marcado.
El Gobierno de EEUU ha hecho muy bien en abandonar París. No así la UE, por desgracia, cuyo pensamiento políticamente correcto impide cuestionar lo más mínimo la verdad revelada por el ecologismo imperante. La factura, cuya cuantía oscilará entre los 300.000 y los 600.000 millones de euros al año, la pagarán todos los europeos, en lugar de apostar por mecanismos de mercado mucho más eficientes y baratos para aumentar y mejorar la producción energética. La verdadera amenaza del calentamiento global no es otra que convertirse en el cuento político más caro de la historia.