Este miércoles se ha celebrado el Día Mundial Sin Tabaco, una jornada promovida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde 1988 para concienciar a los gobiernos y a la sociedad de los riesgos y problemas sanitarios derivados de este hábito. Sin embargo, más allá de esta labor de concienciación, este tipo de campañas suelen aprovecharse para promover políticas prohibicionistas y todo tipo de restricciones a la venta y comercialización de tabaco con el fin de reducir su consumo.
De hecho, en lo que llevamos de siglo, la Unión Europea ha emprendido una férrea batalla contra el tabaco, que se ha intensificado en la última década. La primera directiva común se aprobó en el año 2001 y, entre otras medidas, exigió a los fabricantes de cigarrillos que incluyeran advertencias de salud en sus cajetillasy prohibió el uso de términos como light, suave o bajo contenido en alquitrán para referirse al tabaco. Aunque la publicidad y el patrocinio del tabaco en televisión ya llevaban prohibidos desde 1989, en el año 2003 se amplió a medios de comunicación impresos, radio y otras plataformas. En la actualidad, las tabaqueras sólo pueden hacer promoción de su producto en los estancos.
Pero el golpe antitabaco definitivo llegó al Viejo Continente en el año 2009. La Comisión Europea instó a los Estados miembros a que no permitieran fumar en ningún lugar público cerrado, como bares y restaurantes. Tres años antes, España había implantado la prohibición de fumar dentro de los centros de trabajo, educativos y sanitarios. Además, a los establecimientos de más de 100 m² les había obligado a crear zonas habilitadas para fumadores, por lo que la aplicación de la propuesta europea supuso un gran mazazo económico para los hosteleros que habían gastado grandes cantidades de dinero en acondicionar sus locales. España implantó la prohibición total en 2010.
Sin embargo, los datos demuestran que esta particular correlación de a mayor prohibición menor consumo no se cumple. Así pues, la hiperregulación no suele cumplir el supuesto cometido que con tanto ahínco anuncian las autoridades estatales. La experiencia de España es un claro ejemplo de ello, ya que, en lo tocante al tabaco, ha pasado de ser uno de los países más tolerantes de Europa hace escasos años a situarse hoy en la liga de los más intervencionistas con la mencionada aprobación de la Ley Antitabaco en 2010.
España, a la cabeza de la regulación
En términos generales, España se sitúa en la parte alta de la tabla de la UE (puesto 11) en cuanto a impuestos, restricciones publicitarias y prohibición al consumo, con una puntuación total de 48,5 sobre 100, por encima de la media comunitaria (47,5), tal y como refleja el informe Estado Niñera 2017 publicado por el Foro de Regulación Inteligente.
Ahondado en la larga lista de restricciones que los países europeos aplican tanto a fumadores como a la industria tabaquera, nuestro país es de los más intervencionistas. Tal y como se observa en la siguiente tabla facilitada por la Mesa del Tabaco, España aplica la prohibición total de fumar en cualquier espacio público cerrado, a diferencia de otros países como Francia o Portugal, que permiten la creación de algunas zonas habilitadas para ello.
Junto con Francia, Italia y Hungría, España es de los pocos países que requiere licencia estatal para vender tabaco. En el mercado nacional, las licencias para abrir una expendeduría solo pueden adquirirse bajo subasta pública y los puntos de venta de tabaco quedan reducidos a máquinas expendedoras de bares, gasolineras y kioskos. La venta de tabaco por internet es otra modalidad que está permitida en algunos países de Europa a diferencia de España.
La excepción en la excesiva regulación española está en la llamada cajetilla antimarca (también conocida como de marca blanca). Se trata de obligar a las compañías tabaqueras a fabricar idénticos paquetes estándar de cigarrillos con sólo un pequeño espacio para poner el nombre de su marca. Por ahora, solo Francia y Reino Unido han aprobado su implantación. Menos Luxemburgo, todos los países europeos han impuesto que el 65% del espacio frontal de las cajetillas de tabaco esté ocupado por las advertencias sanitarias, dejando el resto para los logotipos de las compañías. Por otro lado, todos los países del Viejo Continente coinciden en la prohibición de la publicidad del tabaco y, menos Austria y Bélgica, en la venta a menores de 18 años.
Más restrictiva aún es la normativa sobre cigarrillos electrónicos, siendo España el cuarto país que más trabas impone al vapeo en Europa, con 48,2 puntos frente a los 30 de media de la UE, tan sólo superado por Finlandia, Hungría y Grecia, mientras que Suecia, por el contrario, es el estado más permisivo en esta materia.
Y, de hecho, todo indica que las políticas prohibicionistas irán a más en los próximos años, ya que más de la mitad de los españoles cree que debería prohibirse fumar en los vehículos privados, especialmente cuando viajan menores, y también está a favor de implantar otras medidas restrictivas, como el empaquetado genérico de las cajetillas, según una reciente encuesta elaborada por la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria.
A menor renta, más fumadores
Parece, pues, evidente que ha calado en la población el mensaje oficialista de que las prohibiciones y una estricta regulación ayudan a combatir el tabaquismo. Sin embargo, dicha opinión no se fundamenta en hechos objetivos. Y prueba de ello es que no existe una correlación significativa entre la adopción de fuertes restricciones y un menor consumo de tabaco.
El análisis de consumo por países que arroja el último Eurobarómetro revela que el 28% de la población española mayor de 15 años es fumadora, lo que sitúa a nuestro país en la parte alta de la tabla a nivel europeo a pesar de los esfuerzos de las autoridades por restringir su consumo. Otro dato preocupante es que los jóvenes españoles fumadores son los europeos que antes acceden al primer pitillo, con alrededor de los 13,5 años, lo que desmonta uno de los principales objetivos de las políticas antihumo.
Lo mismo ocurre en Francia, que es el tercer país europeo con más fumadores y uno de los más prohibicionistas con este producto. Por el contrario, resulta paradójico el caso de Suecia, ya que apenas regula el sector del tabaco y sus habitantes son los europeos que menos cigarrillos fuman (7%). Aunque la incidencia del snus, un peculiar tabaco sueco de consumo oral, podría influir en ese porcentaje tan bajo, la siguiente tabla demuestra que no existe una correlación entre el hábito de fumar y las normativas intervencionistas.
De hecho, a excepción de Francia y Austria, que presentan altas tasas de fumadores, el factor clave que explica la incidencia del tabaquismo es la mayor o menor renta per cápita del país. Por norma general, se fuma más en las economías más pobres de Europa, situadas en el sur y en el este del continente, que en los países ricos, situados al norte, con independencia de las políticas prohibicionistas implantadas. Este hecho se ratifica en el siguiente cuadro, que muestra una fuerte correlación entre la esperanza de vida y la renta per cápita. A mayor riqueza, hábitos de vida más saludables...