Messi tiene un talento extraordinario para jugar al fútbol. Muchísimo más que el de la inmensa mayoría de futbolistas profesionales. ¿Es equitativo el reparto del talento futbolístico? Para los menos talentosos, seguramente no. Para Messi, seguramente sí. "¿Qué querés que haga? Nací así", diría Lionel.
¿Es esto negativo para la sociedad? No lo parece. Los seguidores del Barcelona disfrutan cada vez que Messi aprovecha su talento, desproporcionadamente superior al de sus rivales. Amantes del fútbol de todos los rincones del planeta llevan gustosos camisetas con el número 10 y un "Messi" escrito en la espalda. Ese mismo talento es también puesto al servicio de causas benéficas y de empresas comerciales, que utilizan la imagen del jugador para aumentar el impacto de su publicidad.
A nadie se le ocurriría intentar revertir la inequitativa distribución del talento futbolístico, por ejemplo, obligando a Messi a no utilizar su pierna izquierda o limitando el número de disparos a puerta que pueda realizar en cada partido. Si algo así se intentara, solo se beneficiarían sus rivales; el resto de la sociedad, inmensamente más numerosa, perdería, entre otras cosas, la posibilidad de ver a un genio en acción. Lo mismo que acabo de decir para Messi es válido también para cualquier otro que haya nacido con un talento superior, sea músico, escritor, deportista o ingeniero.
Pensemos ahora en el reparto de bienes. Pensemos ahora en el señor Amancio Ortega, dueño de una fortuna de miles de millones de euros. ¿Es equitativa semejante acumulación de bienes en una sola persona? Algunos dirán que no. Yo pienso que sí. Porque es el resultado del extraordinario talento empresarial del señor Ortega.
Las empresas puestas en marcha por Amancio Ortega dan empleo a decenas de miles de personas. Además, pagan una cantidad gigantesca de impuestos (cotizaciones sociales, Sociedades, IBI, etc.), con los que se financian servicios que benefician a toda la sociedad. Sus locales comerciales en el centro de muchas ciudades contribuyen a un mejor entorno urbano. La Fundación del señor Ortega hace donaciones de cientos de millones de euros para mejorar la atención sanitaria de la sociedad. Y por si a alguno aún le pareciera poco todo lo anterior, tenemos que muchos miles de personas, cada día, se benefician del acceso a ropa de buena calidad a un precio asequible. La riqueza social ha crecido gracias al señor Ortega mucho más que su fortuna personal.
Desde este punto de vista, defender el Impuesto sobre Sucesiones como un medio para una distribución "equitativa" de la riqueza no tiene el menor sentido. Porque castiga a gente que, como el señor Ortega, ha acrecentado la riqueza social. Porque es un desincentivo a que otros intenten recorrer el camino del éxito empresarial. Porque, por lo anterior, limita las posibilidades de crecimiento de la riqueza social, cosa que perjudica, incluso, a quienes nunca tengan que pagar ese impuesto. A nivel conceptual, además, significa ceder ante la borrosa idea de "equidad" al precio concreto de una menor libertad.
Hablar de "equidad" para defender el Impuesto sobre Sucesiones es apenas una forma de intentar elevar la envidia y el resentimiento al rango de un valor social. No es algo nuevo. Ya en 1835, en La democracia en América,Alexis de Tocqueville escribió que "existe en el corazón humano un gusto perverso por la igualdad que lleva al débil a intentar menguar al poderoso hasta su propio nivel y conduce a (algunos) hombres a preferir la igualdad en la esclavitud a la desigualdad en la libertad".
Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados (@diebarcelo)