También podríamos encabezar estas líneas con lo de Spain First, como alguna vez se ha utilizado el America First por presidentes de los Estados Unidos; eso sí, olvidándonos de cómo les hemos criticado por su egoísmo, en épocas tan recientes que no permiten ni disculpan el olvido.
El alegato-respuesta del señor ministro de Energía durante la reciente sesión de control al Gobierno en el Senado debería ser causa de preocupación, no tanto para los italianos como para los españoles, pues, al fin y al cabo, somos los directamente afectados por las políticas, en este caso económico-energéticas, y, más aún, por los espacios de libertad, o de restricciones a ésta, que se vislumbran en un futuro no muy lejano.
No es la primera vez, y temo que no será la última, que un miembro del Gobierno –en este caso, un ministro– se las apaña para buscar y encontrar responsables externos a la acción gubernamental; unas veces será Europa, otras, ese eufemismo que llamamos "mercados", y otras, en fin, cualquiera que se ponga a tiro, renunciando con ello a averiguar si algo de lo que se está denunciando tiene que ver con su misión al frente de la acción pública.
Esta vez le ha tocado a ENEL, empresa italiana propietaria de Endesa que, en busca de sus intereses legítimos –consecución de los máximos beneficios–, ha anunciado su intención de cerrar dos centrales térmicas de carbón en nuestro país: una en Teruel y otra en León.
Es bien cierto que la pregunta en el Senado a la que estaba contestando se la había formulado un senador socialista, y quizá esta fuera la razón por la que el señor ministro no respondiera con sólidos argumentos económicos y empresariales y renunciase también a argumentos de orden medioambiental que habrían puesto en aprietos al senador, dado que su partido presume de paladín conservacionista. La realidad es que eligió centrarse en el desempleo que provocaría la medida en España para conservar el empleo en Italia. Por encima de todo, españoles.
No le importó demasiado al ministro la incoherencia de una política energética que por un lado subvenciona las energías limpias –cantidades ingentes de recursos– y por otro las energías sucias, las contaminantes –el carbón–.
Tampoco importó al ministro respetar la libertad de empresa, que implica la libertad en la toma de decisiones empresariales, y, al modo como se manifestaría en una economía altamente dirigida, amenazó con un real decreto en el que se regularían las posibilidades y condiciones para el cierre de una empresa de generación de electricidad.
Cuando conocí los argumentos del ministro, y ese patriótico canto al trabajador y a los consumidores españoles, sometidos ambos a los intereses del ciudadano italiano, mi mente retrocedió no menos de cincuenta años, y mi espacio vital se redujo, acotado por impermeables fronteras proteccionistas.
Me sentí marginado y cautivo.