En la actualidad, España crece y crea empleo a un ritmo superior al 3% interanual, encadenando así su cuarto año consecutivo de aumento del PIB tras salir de la recesión en el tercer trimestre de 2013. Como resultado, el país ha recuperado el 60% del empleo destruido durante la crisis, el equivalente a casi dos millones de empleos, mientras que el PIB se encuentra ya por encima del registrado a comienzos de 2007 y, de hecho, todo apunta a que marcará un nuevo máximo histórico durante el presente trimestre. Pese a ello, cabe recordar que España ha tardado una década en volver a alcanzar el nivel de producción existente antes del estallido de la burbuja.
Dada la positiva coyuntura que experimenta hoy la economía nacional, cabe preguntarse si la recuperación se sustenta sobre bases sólidas y sostenibles o si, por el contrario, se trata de un espejismo que está condenado a difuminarse, tal y como sucedió durante los felices e irreales años del boom inmobiliario. Los datos demuestran que el actual crecimiento se asienta sobre tres grandes pilares, cuya buena evolución es un indicador inequívoco de fortaleza económica, aunque también existen factores de vulnerabilidad a tener en cuenta.
Cambia el modelo productivo
El primero tiene que ver con el modelo productivo. Las familias y las empresas españolas están logrando cambiar el tan cacareado modelo sin necesidad de arbitrarias -y erróneas- directrices políticas. Otros sectores están tomando el relevo de la construcción, ya que ésta ha pasado de de representar casi el 15% de la inversión en capital fijo en 2007 a un 6,7% en 2014, mientras que el sector energético pasa del 2,3% al 9% y las actividades profesionales, científicas y técnicas aumentan del 1,7% al 4,5%, según Eurostat, tal y como avanzó Daniel Fernández, de UFM Market Trends en Libre Mercado.
Dicho de otro modo, la riqueza irreal derivada de la burbuja de la vivienda, condenada a explotar tarde o temprano, está siendo sustituida por el avance de otros sectores y actividades rentables y productivas.
Y dentro de esta particular transformación destaca especialmente el sector exterior. Su contribución al PIB deflactado -descontando la inflación- es positiva, a diferencia de lo que sucedía años atrás, ya que, desde 1995, o bien restaba riqueza al conjunto del país o, en el mejor de los casos, su aportación era neutra.
Este radical cambio de signo evidencia el incremento de la competitividad registrado en los últimos años. España ya no depende de la financiación exterior para mantener su nivel de consumo e inversión. Es decir, no crece a base de deuda.
En esta positiva evolución han jugado un papel positivo tanto el menor peso de las importaciones -la parte de la demanda de hogares o empresas que es atendida por el exterior- como, muy especialmente, el crecimiento de las exportaciones. Así, España cerró el pasado año con un PIB unos 4.400 millones superior al registrado en el primer trimestre de 2007, pero su composición es diferente: la demanda interna (consumo de los hogares y la inversión empresarial, centrada, sobre todo, en vivienda y obra pública) suma 23.400 millones menos que hace diez años, mientras que las exportaciones suman 19.900 millones más y las importaciones 7.900 menos.
Esto significa que parte de las importaciones se está sustituyendo por producción nacional. Además, el creciente peso de las exportaciones se debe tanto a una mayor venta de bienes y servicios como al extraordinario comportamiento del turismo.
De hecho, la exportaciones de bienes y servicios están ganando cuota en el mercado global desde 2013, lo cual es muy positivo si se considera el gran peso de economías emergentes como China o India.
Competitividad: se corrige la brecha exterior
Como consecuencia de esta positiva contribución del sector exterior, España registra superávit por cuenta corriente, a diferencia del tradicional déficit cosechado años atrás. Y ello, a pesar de que la economía española crece. En períodos de recesión, es normal que las importaciones desciendan debido a la caída del consumo y la inversión, pero la clave ahora es que el PIB avanza sin que el superávit exterior se resienta.
Aunque es cierto que los bajos precios del petróleo ayudan, el hecho de que el superávit se mantenga en el 4% del PIB cuando en su día llegó a registrar un agujero equivalente al 10% (España necesitaba endeudarse con el exterior a un ritmo de unos 100.000 millones de euros al año para mantener su nivel de consumo e inversión) es una muy buena noticia en una economía que crece por encima del 3% en términos nominales. Hoy por hoy, la economía española crece sin necesidad de endeudarse y aprovecha ese superávit para ir amortizando la elevada deuda externa acumulada durante los años del boom.
Menos deuda privada
Por último, el tercer gran pilar de la recuperación radica en la reducción de deuda que está protagonizando el sector privado, que no el público, hasta el punto de regresar a niveles precrisis, tal y como muestra tanto el balance financiero de los hogares…
… como de las empresas.