A unos les gusta más Suecia. A otros Dinamarca u Holanda. Suiza también es un ejemplo. Incluso países más alejados, como Australia, Canadá o Nueva Zelanda salen en algunas conversaciones. Hasta Singapur o Hong Kong se usan para las comparaciones. Los políticos (y los periodistas) españoles son ambiciosos y cuando explican sus programas casi siempre tienen a mano un referente del que tirar. Un país al que parecerse. Un modelo que funciona. Una meta a la que aspirar.
El problema es que quizás estamos siendo demasiado ambiciosos. O irrealistas, según se mire. Porque sí, está muy bien mirar a las multinacionales suizas y pretender que las españolas se les parezcan. O fijarse en los servicios públicos suecos o daneses y querer igualarlos. Y a quién no le gustaría que nuestros ingresos fueran similares a los de los canadienses o australianos.
La pregunta es si estamos haciendo lo que debemos para lograrlo. Porque para llegar al nivel de prosperidad de todos esos países no puede uno sentarse a esperar a que esa prosperidad brote del suelo, sin más. Tampoco es algo que se consiga sólo con desearlo. Ni hay que confundir los signos de esa prosperidad (buenos servicios públicos, capacidad para recaudar impuestos,…) con las causas de la misma.
Esta semana, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el club que agrupa a los 35 países más ricos del mundo) publicaba su informe Skills Outlook 2017 en el que mide las "competencias" de los trabajadores de los países miembro y su capacidad para integrarse en las cadenas de valor mundiales y en los mercados globales. Este término –"competencias"- es uno de esos economicismos complicados de definir. Mezcla conocimientos formales e informales, aprendizaje reglado y no reglado, habilidades básicas individuales y de trabajo en equipo… Podríamos decir que intenta agrupar todo el conjunto de capacidades que un individuo necesita para destacar en su empleo y generar valor con su trabajo.
Pero no es un mero tecnicismo. Como Libre Mercado explicaba hace unos meses, los salarios de un país están ligados a su productividad. Puede haber pequeñas diferencias a corto plazo o puede sentirse más o menos el impacto de una crisis como la que ocurrió entre 2007 y 2008… pero a medio plazo, la riqueza de un país y las rentas de sus trabajadores y empresarios dependen de su capacidad para generar riqueza: hacer más cosas con menos recursos y conseguir que otros quieran comprarles esos bienes y servicios a un precio superior a sus costes. Quizás a algunos les suene simplista, pero de ahí nace la prosperidad de una sociedad.
Pues bien, echar un vistazo a los gráficos del informe de la OCDE no deja mucho margen para el optimismo. Los trabajadores españoles (que es como decir sus empresas) aparecen prácticamente en todos ellos en el vagón de cola de los países desarrollados. Somos poco productivos, tenemos un bajo nivel de competencias-habilidades, nuestros conocimientos son escasos -al menos los que tiene relación con su aplicación al mercado laboral- y el nivel de formación –tanto en lo que respecta al sistema educativo como a la formación recibida a lo largo de la carrera profesional- deja mucho que desear.
Está muy bien fijarse en los mejores y querer parecerse a ellos. Pero hay que ser realistas. Como puede verse en las siguientes imágenes, nuestros compañeros de viaje en esta economía globalizada, son Italia, Grecia, Turquía o Chile.
Los gráficos
La primera imagen recoge los resultados de las pruebas realizadas a adultos sobre las habilidades básicas que cualquier persona necesita para su desarrollo profesional (pruebas PIAAC de la OCDE). En el gráfico de arriba vemos la puntuación en las pruebas relacionadas con el lenguaje y en el de debajo, las de matemáticas básicas. En ambos casos, vemos que España se sitúa en la parte baja de la clasificación, con Italia, Grecia, Turquía y Chile; y lejos de lo países del norte de Europa, asiáticos y anglosajones.
Algo parecido puede decirse de la siguiente imagen, que recoge la proporción de trabajadores que no alcanza el mínimo en competencias matemáticas y lingüísticas. Lo anterior era una media, ahora vemos el porcentaje de la fuerza laboral con carencias muy graves en habilidades básicas. De nuevo, España está en los últimos puestos. No somos los peores, eso es cierto. Incluso en Europa podemos consolarnos viendo los datos de griegos e italianos. Pero la realidad es que existe una gran diferencia con las cifras de los países más avanzados.
Alguien podría pensar que es un tema relacionado con el nivel de formación. Aunque en los últimos 20-25 años se ha disparado el número de universitarios en nuestro país, es cierto que los trabajadores de más de 50 años tienen un nivel de formación inferior al habitual en otros países europeos. Pero tampoco esto explica demasiado. En primer lugar porque las carencias en cuanto a conocimientos en pruebas como PIAAC son comunes a todas las edades (en comparación con trabajadores de esa misma edad en otros países). Pero además es que si dividimos las competencias según el nivel de educación alcanzado, la fotografía también deja mucho que desear. Por ejemplo, el gráfico de debajo muestra las notas de los universitarios de la OCDE de 20 a 34 años (para eliminar el sesgo de la edad o del mercado laboral) en competencias matemáticas básicas. De nuevo, España es el cuarto país por la cola: es decir, el cuarto que tiene más jóvenes que no pasan de los niveles 0-1-2 en los exámenes. ¿A quién ganamos? Sí, otra vez, a Grecia, Turquía y Chile (Italia nos supera por poco en esta ocasión).
Y esto tiene consecuencias. Una, muy importante, es que nos cuesta atraer talento. En parte porque fuera no se nos ve como un país líder en formación, especialmente en cuestiones técnicas. También influye el hecho de que muy pocas universidades españolas están entre las mejores del mundo de su especialidad. Por ejemplo, los dos gráficos siguientes no tienen que ver directamente con las competencias, pero sí nos dan pistas de algunos problemas a resolver. El primero muestra el porcentaje de estudiantes extranjeros en las facultades de los países de la OCDE (no cuenta Erasmus ni otros estudiantes similares, sino alumnos que se licencian en estos centros). El segundo recoge el porcentaje de titulaciones que se ofrecen en inglés en las instituciones de enseñanza superior de cada país. De nuevo, en los dos casos, España está a la cola: ni hay muchas posibilidades de recibir educación en inglés (estudios que podrían atraer a estudiantes extranjeros) ni la calidad de nuestros centros ejerce de imán para los universitarios extranjeros.
En la siguiente imagen, recogemos el conjunto de gráficos con el que la OCDE desglosa los habilidades de los trabajadores en los diferentes sectores de la economía. Hay alguna excepción, pero puede verse que prácticamente en todos ellos España está en la parte de abajo de la clasificación.
Las recetas
Con este panorama, llega la hora de las soluciones. Recetas hay muchas, pero lo primero debería ser asumir la realidad. Tenemos un grave problema en productividad, competencias, formación y capacidad de nuestra fuerza laboral. En parte es culpa del sistema educativo, tampoco las empresas ayudas (la formación en el puesto de trabajo está a años luz de lo habitual en los países más avanzados), la ley se ve más como un obstáculo que como una ayuda y los políticos miran a los países desarrollados como si fuera posible alcanzar su posición con solo desearlo.
También es cierto que no hay que idealizar este tipo de clasificaciones o pruebas, que miden cosas muy diferentes y que es complicado que se amolden bien a todos los países, con las diferencias que cada uno de ellos tienen en mercado laboral, sistema educativo, historia, cultura o sociedad. Por eso, el problema de España no es que aparezca mal clasificada en tal o cual gráfico. Lo preocupante es la reiteración; y es que apenas hay un índice en el que no estemos en el furgón de cola junto a los demás sospechosos habituales: Italia, Grecia, Turquía, Chile. Ninguno de estos países tiene nada de malo y todos ellos se merecen nuestro respeto. Pero a la hora de buscar un ejemplo para el futuro de la economía española, probablemente no son los modelos con los que nos gustaría compararnos.
También es cierto que las cifras nos pueden dar otra perspectiva no tan negativa. Éste no es un laberinto en el que es imposible encontrar la salida. Irlanda, Corea o Nueva Zelanda eran países menos desarrollados y con niveles de PIB per cápita inferiores a los españoles hace unas décadas. Nos han superado. Eso nos dice que podríamos haberlo hecho mejor, pero también que hay modelos a los que imitar ahí fuera. Por no hablar de países del este de Europa como Estonia (y no es el único caso), que se codea con los mejores sistemas educativos en PISA y en otras muchas pruebas de calidad de la enseñanza y competencias. Esto ha ayudado a que el país báltico haya generado un crecimiento constante en las últimas dos décadas: sigue estando por detrás de la media de la OCDE en ingresos, pero ya ha cerrado buena parte de la brecha que le separaba de la UE en 1989 y mira al futuro con optimismo.
No habrá una única solución para este problema. Los expertos piden que se empiece por el colegio (incluso la guardería), subiendo la calidad de nuestro sistema educativo. Haciendo que los estudios, sobre todo a partir de secundaria, estén más cerca de las demandas del mercado de trabajo (desde la FP Dual a una universidad que no ignore a las empresas que la rodean). Con un ecosistema empresarial más competitivo, en el que los mejores sean capaces de crecer (a más tamaño, las empresas son más productivas, ofrecen mejores condiciones laborales y mejoran las capacidades de sus trabajadores). Con más compañías de tamaño medio-grande (España tiene un grave problema con las empresas de 100-200 a 1.000-2.000 empleados, que forman la columna vertebral de una economía moderna y productiva). Y con una carrera profesional flexible, abierta, definida por una búsqueda de la mejora continua (sin trabajadores atados a puestos que no les gustan pero a los que temen renunciar).
Un ejemplo de lo que no funciona lo tenemos en el gráfico de la derecha, que muestra a los adultos que han recibido formación en los últimos 12 meses. Aquí puede haber un problema de definición (qué es formación y cómo se mide en cada país). Pero de nuevo, España está en la parte baja. Ya esté la persona ocupada, desempleada o incluso inactiva, los españoles estamos entre los que menos formación recibimos en comparación con el resto de la OCDE. Dicen que con las nuevas tecnologías, los cambios disruptivos en numerosos sectores y la competencia que trae la globalización, todos los trabajadores deben estar siempre alerta, formándose y reinventándose en cada momento de su carrera profesional. No parece que nuestro país siga ese camino precisamente.