Cuando, en noviembre de 2003, Esperanza Aguirre fue investida presidenta de la Comunidad de Madrid por primera vez, tras ganar las dos elecciones regionales madrileñas que se celebraron dicho año, muchas personas no imaginaban la auténtica revolución política y económica que su gestión iba a suponer en la comunidad autónoma que alberga la capital de España. Y es que, desde una visión absolutamente liberal de la política -liberalismo clásico o europeo, no el liberalismo que se entiende en Estados Unidos, de corte socialdemócrata-, la presidenta Aguirre iba a dar la vuelta a Madrid como a un calcetín, hasta erigirla en el motor económico de España.
Política y economía marcan el sello personal de los gobiernos que lideraron primero, Esperanza Aguirre, y, después, Ignacio González, con idéntico estilo en el fondo y cada cual con su personalidad en las formas, pero con los mismos buenos resultados y determinación. Por eso, cuando desde Civismo me propusieron relatar en un libro lo que ellos definieron como El milagro económico de Madrid, acepté encantado. Creo que no está de más que quien esté interesado pueda acercarse a una época que cambió la radiografía económica de Madrid.
De hecho, puede hablarse de un milagro económico por partida doble: en primer lugar, por los propios resultados económicos conseguidos, que hablan por sí mismos; en segundo lugar, porque, dada la tentación socialdemócrata que siempre hay en nuestro país, fue un auténtico milagro que en España se pudiesen aplicar políticas liberales en lo económico por segunda vez, tras las llevadas a cabo por el presidente Aznar entre 1996 y 2004, que condujeron a nuestra nación a altísimas cotas de crecimiento y a la creación de cinco millones de puestos de trabajo.
Pues bien, entre noviembre de 2003 y junio de 2015, esas políticas liberales se aplicaron en la Comunidad de Madrid, que se transformó para bien. Dichas políticas liberales de impuestos bajos, gasto limitado, déficit controlado, reducido endeudamiento y reformas profundas, con la eliminación de trabas y obstáculos a la actividad económica, permitieron que Madrid se convirtiese en el motor económico de España. Estas políticas y los resultados de su aplicación son los elementos que he pretendido exponer a lo largo del citado libro, editado por Civismo, circunscrito exclusivamente a dicho período.
Dos periodos: burbuja y crisis
Este periplo puede dividirse en dos grandes bloques: el de la fase alcista del ciclo, entre 2003 y 2007, con las grandes inversiones que el presupuesto entonces posibilitaba, que permitieron dotar a Madrid del incremento de medios para atender al millón y medio de nuevos madrileños que hubo, y el de la más grave crisis económica que ha atravesado España desde hace décadas, entre 2007 y 2015, con el ajuste presupuestario de 5.000 millones de euros, pero preservando, e incrementando, incluso, el gasto esencial -de hecho, el 100% del incremento presupuestario del período 2003-2015 es incremento de gasto esencial, en Sanidad, Educación, Servicios Sociales y Transporte-. Todo ello, siempre, dentro de un marco de impuestos bajos y de eliminación de trabas, en definitiva, en el marco de la mayor libertad económica de España.
Adicionalmente, en esta etapa de bonanza se inició la política de rebaja ordenada y selectiva de impuestos, con el descenso del IRPF en 1 punto y la bonificación del 99% del impuesto de Sucesiones y Donaciones para los familiares más cercanos. En la etapa de crisis, Madrid da ejemplo desde el principio con la necesaria austeridad para cuadrar las cuentas y preservar los servicios esenciales. Se inicia, así, la reducción de todo gasto que antes podía ser importante pero que ahora pasaba a ser secundario.
Con ello, se redujo el gasto en 5.000 millones de euros, 2.000 millones de manera estructural. Por supuesto, y de manera ejemplarizante, se acompañó de la reducción de la mitad de consejerías, dos tercios de los coches oficiales y hasta un 20% de reducción del salario de los altos cargos, que si bien suponía un porcentaje mínimo de gasto, sí era necesario el empezar a aplicarse el esfuerzo por los propios altos cargos.
Fueron momentos difíciles, donde los ingresos cayeron a plomo: por ejemplo, Madrid llegó a recaudar por ITP y AJD 5.000 millones de euros, más que lo asignado por IVA, mientras que en 2014 la ejecución se había reducido a 980 millones. Obviamente, con dicha caída, la dificultad para mantener los servicios se acrecentaba, máxime si le unimos un perjudicial Sistema de Financiación Autonómica que, al menos, perjudica a Madrid en 1.000 millones de euros al año.
Rebaja de impuestos
Pues bien, los esfuerzos realizados en materia de gasto, permitieron mantener y mejorar los servicios esenciales y ahondar en la política de rebaja de impuestos, con la exención del Impuesto de Patrimonio al 100% -única región que lo mantuvo en la crisis y la única que todavía lo mantiene- y una rebaja adicional de 1,6 puntos en el IRPF, además de una bajada del 16% en ITP y del 25% en AJD, dentro de la mayor rebaja de impuestos de toda la historia de las CCAA, realizada en 2014, que los consolidó como los más bajos de España.
Con esas políticas de impuestos bajos se recaudó más -por ejemplo, las donaciones pasaron de 5.000 a 28.000 al año, con un incremento de 100 millones en Sucesiones y Donaciones, y por IRPF se recaudaban 1.200 millones más que Cataluña y 4.000 más que Andalucía, con 5 puntos menos en el tipo de IRPF que esas regiones, además de menor población.
Todo ello, dentro de las turbulencias tremendas de la crisis, con los mercados casi cerrados en 2012, y una presión creciente para que solicitásemos nuestra entrada en el FLA. Madrid, entonces, nunca pidió asistencia financiera, porque tenía capacidad para financiarse por ella misma, como demostró incluso en aquel terrible 2012 al completar su financiación un mes antes del final de año. Madrid no quería verse contaminada por el mal rating de otras regiones, cosa que habría pasado al mutualizar riesgos, al tiempo que no quería perder la capacidad sobre su política económica, pues no estaba dispuesta a subir impuestos, ya que habría sido el camino más rápido para perder la prosperidad y habría supuesto un perjuicio para los ciudadanos, y siempre se miró por los intereses de los ciudadanos, pese a que fuese menos cómodo que otras opciones.
Con las estrecheces presupuestarias motivadas por la crisis y con el perjuicio del sistema de financiación, se impulsaron nuevas reformas, pues en 2013 había que ajustar 2.759 millones de euros, de manera que 1.335 se obtuvieron por el lado de los ingresos, sin subir ni un solo impuesto, y 1.424 millones por ajuste de gasto, siempre preservando el gasto esencial.
Trabas a la senda de reformas
En cuanto a dichas grandes reformas, también hubo muchas dificultades: se impulsó la externalización sanitaria, que por supuesto, no era una privatización (sólo podía serlo en la demagogia o ignorancia de los que lo tildaban de esa manera) y que ahorraba muchos costes. Un defecto en los pliegos permitió que políticamente pudiesen emplearlo para que la justicia la paralizase un tiempo. Cuando levantó dicha paralización, ya era tarde para poder aplicarla en dicha legislatura.
Igualmente importante fue el establecimiento del conocido como "euro por receta". En los 21 días en los que se aplicó, logró ahorrar varios millones de euros en gasto farmacéutico, pero al interponerse un recurso de inconstitucionalidad, la medida dejó de aplicarse y, con ella, se esfumó el ahorro. Del mismo modo, nos encontramos con momentos en los que hubo que defender firmemente los principios de la política económica aplicada en interés de los madrileños, como fue la ya mencionada anteriormente posición en contra frente al déficit asimétrico en julio de 2013, que penalizaba a Madrid en favor de las regiones incumplidoras de los objetivos de estabilidad presupuestaria. Con todas estas dificultades, derivadas de las propias de la crisis y de las trabas políticas que hubo, pese a todo se logró preservar la política económica liberal de la Comunidad de Madrid.
Fue un período fantástico -muy difícil, pero fantástico- del que me siento muy honrado en haber participado, motivo por el que estaré siempre agradecido a los presidentes Aguirre y González, que en mí confiaron para ello. Fue, en definitiva, una etapa que cambió a Madrid, que la convirtió en motor económico de España y en una de las regiones más prósperas de la UE, con el mejor y mayor conjunto de servicios públicos para todos los ciudadanos, el nivel más bajo de impuestos de toda España, el menor déficit, la menor deuda y la mayor solvencia.