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Manuel Llamas

Mujer trabajadora, datos para el optimismo

La igualdad plena ya casi se ha alcanzado entre los más jóvenes (menores de 25 años).

La igualdad plena ya casi se ha alcanzado entre los más jóvenes (menores de 25 años).

Como cada año, la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora se convierte en una nueva excusa para denunciar la supuesta desigualdad y discriminación a la que está sometida el sexo femenino en el ámbito laboral dentro de los países ricos, donde la igualdad ante la ley y la economía de mercado rigen desde hace tiempo.

Uno de los indicadores más utilizados por el activismo feminista para respaldar su particular discurso de presunta opresión e injusticia social es la famosa "brecha salarial", que, en teoría, mide la diferencia de sueldo existente entre hombres y mujeres. Y digo en teoría porque, en realidad, ese indicador no refleja correctamente la naturaleza del problema, ya que compara situaciones que no son homogéneas, tal y como detalla el siguiente vídeo.

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Es cierto que, de media, el colectivo femenino en España cobra casi un 19% menos al año que el masculino, pero la razón de esa divergencia no tiene nada que ver con la discriminación de género que algunos denuncian, sino con el nivel de formación, actividad y tipo de jornada laboral que desempeñan unos y otros. Por un lado, la tardía incorporación de la mujer al mercado laboral y al ámbito de la educación superior es lo que explica su menor peso relativo en puestos de responsabilidad y elevada cualificación, asociados a sueldos más altos, mientras que, por otro, el factor de la maternidad hace que muchas opten por trabajar menos horas para tratar de conciliar vida familiar y laboral.

Prueba de ello es que los hombres dedican una media de 2.300 horas al año al trabajo, frente a las 1.900 de las mujeres, y que la ocupación a tiempo completo asciende al 90% en el caso de los primeros y al 65% en las segundas. Este fenómeno no es exclusivo de España, ni mucho menos. En la muy avanzada Alemania, por ejemplo, tan sólo el 10% de las madres con niños menores de tres años trabaja a tiempo completo fuera del hogar, frente al 83% de los padres, según la Oficina Federal de Estadística (Destatis).

Además, resulta absurdo y pueril pensar que los empresarios pagan menos a las mujeres por ser mujeres pese a realizar idéntico trabajo que el hombre, entre otras razones porque, en tal caso, el paro femenino dejaría de existir. Es posible, sin duda, que existan empresarios machistas, pero no tan estúpidos como para no ahorrarse un dineral en costes laborales mediante la contratación masiva y exclusiva de mujeres, siendo su productividad idéntica a la del sexo masculino.

De ahí, precisamente, que las habituales medidas intervencionistas consistentes en la imposición de cuotas o la pura igualación salarial en función del género del trabajador estén condenadas al fracaso, en el mejor de los casos, o acaben provocando daños aún mayores, en el peor -el elevado coste de las bajas por maternidad y las fuertes restricciones existentes en materia de despido, por ejemplo, lejos de beneficiar a la mujer, dificultan su contratación y futuro ascenso laboral-.

Ahora bien, dicho esto, conviene destacar el espectacular avance que ha experimentado la mujer trabajadora en las últimas décadas por sí misma, sin ayuda de ningún político, gracias, precisamente, al creciente desarrollo económico que lleva aparejado el capitalismo y la libertad de mercado, así como al principio esencial de igualdad ante la ley que introdujo el liberalismo político. A continuación, algunas claves sobre el caso de España.

La participación de la mujer en el mercado laboral se situó en el 53,7% en 2015, frente al 65,7% de los hombres, en línea con la media de la OCDE, que agrupa a las 35 economías más ricas del planeta, por encima de Francia (51,6%) y a poca distancia de Alemania (54,7%). Lo más relevante, sin embargo, no es la foto fija que pueda arrojar uno u otro año, sino la positiva evolución que ha registrado este indicador con el paso del tiempo.

Y es aquí donde se observa un salto cualitativo: el porcentaje de mujeres en edad de trabajar que estaban ocupadas era del 34,2% en 1990, frente al 70% de los hombres. Así pues, el peso de la mujer trabajadora ha aumentado un 56% en los últimos 25 años, mientras que su brecha con respecto al hombre se ha reducido un 66,4%, al pasar de los 36 puntos porcentuales de diferencia registrados en los 90 a los 12 existentes en la actualidad.

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Participación laboral de la mujer en España (línea naranja) | OCDE

Si, además, se analiza por edades, dicha evolución es aún más espectacular cuando se acota el espectro a las mujeres de entre 25 y 54 años, cuya participación supera el 82%, frente al 47% de 1990. De hecho, la igualdad plena ya casi se ha alcanzado entre los más jóvenes (menores de 25 años), con una participación del 37% en el caso de las mujeres y del 40,6% en el de los hombres.

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Participación laboral de la mujer en España entre 25 y 54 años (línea naranja) | OCDE

Relacionado con lo anterior, es la tasa de inactividad (porcentaje de mujeres que no trabajan o están en paro). España, curiosamente, es uno de los países de la UE con menor porcentaje de mujeres de entre 25 y 49 años económicamente inactivas, con un 16% en 2016, frente al 20% de media en la UE, tan sólo por detrás de Portugal y Suecia (11%), Austria (14%) y Dinamarca (16%), según el último Focus on Spanish Society, editado por Funcas.

La incidencia de la inactividad está directamente relacionada con la educación. A menor formación, menor incorporación al mercado laboral, y al revés. En este sentido, casi la mitad de las españolas inactivas de entre 25 y 49 años ha completado únicamente la educación secundaria inferior, mientras que nueve de cada diez mujeres con estudios superiores están trabajando actualmente, lo que representa una tasa de ocupación de mujeres con estudios universitarios del 87,3% en 2016, según datos de Randstad.

La mejora en este ámbito ha sido radical en las últimas décadas, ya que, hoy por hoy, más del 66% de las jóvenes españolas está cursando o ya ha completado estudios terciarios, equivalentes a graduados, universitarios y doctores, frente al 52,7% de los hombres. Se trata de uno de los niveles más altos de la OCDE, superior al de EEUU, por ejemplo, con un 64,6%. Aquí, por tanto, no es que se haya alcanzado ya la igualdad entre sexos, sino que la mujer ostenta una clara superioridad.

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Y es, precisamente, en este contexto, teniendo en cuenta la reciente incorporación de la mujer al trabajo, su creciente formación educativa y su mayor propensión a reducir la jornada laboral en caso de ser madre, como debe interpretarse la famosa brecha salarial. Así, una vez que se amplía la perspectiva temporal, se observa el gran avance que han experimentado los países de la OCDE en cuanto a equiparación salarial, ya quela citada brecha ha bajado del 47,6% en 1970 al 14,7% en 2015.

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Brecha salarial media en la OCDE | Human Progress

Y lo más interesante es que si bien hoy, por los factores anteriormente descritos, siguen existiendo diferencias a nivel colectivo, que no individual -mismo sueldo por mismo trabajo-, éstas ya han desaparecido casi por completo entre los jóvenes debido a que sus condiciones de partida ya son muy similares, por no decir idénticas. Según los últimos datos de Eurostat, España registra una diferencia salarial entre hombres y mujeres del 15% por hora trabajada, inferior al promedio de la UE (17%) y muy por debajo de países como Reino Unido (21%) o Alemania (22%). Pero esta brecha es inferior al 6% entre los jóvenes trabajadores de menos de 25 años, siendo incluso favorable a la mujer (ganan más) en países como Bélgica o Francia.

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Si a la mayor formación femenina se suma el hecho de que los espectaculares avances en materia de fertilidad o los llamados vientres de alquiler van a otorgar una mayor libertad y capacidad de elección a la hora de ser madre, no es de extrañar que Accenture se aventure a afirmar que las mujeres de la OCDE que se gradúen en la universidad en 2020 serán la primera generación de la historia en acabar con la brecha salarial. Y todo ello sin necesidad de imponer cuotas arbitrarias o aplicar políticas que implican considerar a la mujer inferior al hombre o una especie de víctima de la sociedad.

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