Las nuevas tecnologías digitales, la robótica y su eficacia en la producción de bienes y servicios, está reduciendo exponencialmente los puestos de trabajo. La alarma ante esta circunstancia no es nueva, ya en la primera revolución industrial las máquinas eran vistas por los obreros con recelo porque vieron en ellas la causa de los bajos salarios y la reducción de puestos de trabajo en las empresas donde se asentaban. Pero en realidad fue todo lo contrario, no sólo crearon nuevos puestos de trabajo, sino que produjeron más bienes y más asequibles para un mayor número de personas.
Ante la crisis actual y el elevado paro que se resiste a bajar, puede que nos debamos replantear la leyenda nunca cumplida de la sustitución del hombre por la máquina. Puede que, por primera vez, el paro elevado se acabe convirtiendo en estructural, dándose la paradoja de que cuanto más eficaces se hagan las empresas y más se capitalicen, menos puestos de trabajo generen.
Si ese panorama es el futuro o sólo es un paréntesis más que el sistema volverá a absorber, no cambia la realidad. Y la realidad, en España al menos, es que un paro estancado en el 20 % de la población necesita imaginación y políticas sociales capaces de revertir la situación si queremos mantener la sociedad del bienestar y la justicia social.
Pongamos que ponemos la imaginación en un sector en expansión dedicado al cuidado de las personas, aún no desarrollado y muy abandonado, que hoy sobrevive con salarios precarios y a la intemperie de la legislación laboral. ¿Cuántos servicios son necesarios para el cuidado de las personas con problemas de dependencia?
El aumento de las expectativas de vida, la incorporación de la mujer al trabajo, el cuidado de niños y enfermos crónicos, la atención al cuidado y limpieza del hogar provocado por el trabajo fuera de casa de los dos cónyuges, la necesidad de la conciliación trabajo-familia generan en España actualmente alrededor de un millón de puestos de trabajo, pero casi todos ellos en la economía sumergida. Esos trabajos son precarios, sostenidos por personas no especializadas y con un altísimo número de mujeres. Por ejemplo, las empleadas del hogar. Mal pagadas, casi nunca aseguradas, sin derecho a vacaciones, paro… y sin cotizar para su jubilación. Algo que además no provoca mala conciencia en quienes las contratan. Los actores tienen medios para quejarse del IVA cultural, pero ¿quién habla en nombre de un sector abandonado hasta por los sindicatos?
No estamos hablando del futuro, esa realidad ya está presente entre nosotros. Un sector laboral que debería incentivarse para sacarlo de la economía sumergida por pura justicia social y reconocimiento a la importantísima labor que hacen a las personas con necesidades, pero también por sostenibilidad fiscal. Regulado el sector, se podría incorporar a las cotizaciones de la Seguridad Social, IRF e IVA no sólo este millón de puestos de trabajo precarios hoy fuera de la regulación del mercado, sino otro millón de empleos potenciales no deslocalizables y sostenibles en el tiempo. Ese trabajo no se puede trasladar al sureste asiático como una fábrica de bambas, y cada día tendrá más mercado porque las mayores expectativas de vida aumentan la dependencia y el trabajo en los hogares. Serviría también para fijar población en zonas rurales, hoy más necesitadas de estos servicios que nadie.
Creo que el Estado debería reparar en la preparación de esos potenciales trabajadores para garantizar un servicio de calidad y seguridad a las personas, y dar incentivos fiscales a las empresas y a los autónomos dispuestos a crear puestos regulados que garanticen los derechos laborales de los trabajadores. Una oportunidad hermosa para igualar salarios reales entre mujeres y hombres, pues el 80% de los trabajadores de este sector precario son mujeres. Todos tenemos madres, abuelas, hermanas, hijas, es un bien social que nos alcanza a todos. La rentabilidad social está garantizada y repartida.
Hoy se debate mucho sobre la renta básica universal y muy poco de inversiones por parte del Estado en la incentivación de un sector que solo puede traer beneficios, y que, en buena parte, acabaría por cotizar.