A lo largo de las últimas décadas, Canadá se ha convertido en una de las economías más liberales del mundo. La austeridad fiscal introducida en los años 90 y las reformas orientadas a reducir el peso del Estado sobre el Mercado han redundado en un fortalecimiento de la economía del país norteamericano, cuyo PIB per cápita ha pasado de 20.650 a 43.350 dólares en los últimos veinte años.
Pero el buen bagaje de los últimos tiempos no fue suficiente para evitar el ascenso al poder de Justin Trudeau. El hijo del ex primer ministro, que destaca por su juventud, se ha convertido en uno de los pocos referentes que le quedan a la izquierda occidental, muy golpeada tras la caída en desgracia de figuras tan dispares como François Hollande, Matteo Renzi o Hillary Clinton.
El inesperado auge de Trudeau pilló por sorpresa al Partido Conservador, que ya ha pasado página y, dando por cerrada la Era Harper, se ha lanzado a la búsqueda de un nuevo dirigente mediante un caótico proceso de primarias al que se han presentado quince candidatos. Hasta ahora, ninguno de los aspirantes ha conseguido generar entusiasmo entre las bases… y ese vacío lo ha aprovechado el mediático empresario Kevin O’Leary, al que algunos medios ya han descrito como "el Donald Trump canadiense".
O’Leary se hizo millonario a finales de los 90, cuando vendió a Mattel su empresa de software educativo. Aquella transacción, valorada en más de 4.000 millones de dólares, le convirtió en uno de los empresarios más célebres de su país. Tras varios años en el sector del capital riesgo, O’Leary lanzó un fondo de inversión que llegó a gestionar más de 1.000 millones de dólares y que terminó traspasando a otro empresario.
De los negocios a la televisión y de la televisión a la política
Pero la popularidad de O’Leary no se debe a su éxito en el sector privado, sino a su fulgurante carrera televisiva. En 2006 empezó a participar en Dragon’s Den, un exitoso programa canadiense en el que jóvenes emprendedores tratan de convencer a un panel de inversores de que inviertan en sus propuestas. La popularidad de O’Leary, que se comporta ante las cámaras como una especie de Gordon Gekko, le llevó a dar el salto a Estados Unidos en 2009. En el país del Tío Sam, O’Leary es la estrella de Shark Tank, la adaptación del programa canadiense que propició su salto a la fama.
Ahora, O’Leary ha puesto sus ojos en el cargo de primer ministro y se ha lanzado a las primarias del Partido Conservador. Su salto al ruedo político empezó a cocinarse a comienzos de febrero de 2016, cuando se plantó en el Congreso Federal del Partido Conservador y explicó qué líneas maestras seguiría su Administración modelo. Por aquel entonces, O’Leary criticó "el despilfarro de dinero público, los impuestos excesivos y la debilidad del dólar canadiense".
A finales de 2016, los rumores sobre su candidatura ya se habían disparado. En las filas conservadoras, no faltaron quienes cargaron contra O’Leary alegando que sus largas estadías en Estados Unidos le alejan de la realidad canadiense. También se le ha afeado que no hable francés o que su trayectoria mediática y su gran fortuna le conviertan en un candidato similar a Donald Trump. Pero las encuestas dejan claro que O’Leary tiene una oportunidad real de convertirse en el nominado de los conservadores para las próximas Elecciones Generales.
O’Leary se ha desmarcado del proteccionismo que enarbola Trump y se ha declarado partidario del NAFTA, el acuerdo comercial que une a Canadá con Estados Unidos y México. También ha reivindicado la eliminación de los impuestos a la energía y la rebaja del Impuesto de Sociedades. Además, se ha mostrado partidario de reducir agresivamente la deuda pública, desregular las telecomunicaciones, explorar el fracking con más intensidad…
En clave social, O’Leary está a favor del matrimonio homosexual y promueve la legalización de la marihuana, dos asuntos que le granjearán críticas desde las filas de su propio partido. En clave militar, O’Leary prefiere que Canadá se desmarque de las intervenciones en Siria y aboga por mantener una actitud neutral ante Rusia, a la que no considera una nación aliada pero tampoco enemiga.