Me refiero a los directivos de empresa, los que hasta ahí han llegado por sus méritos, no a través de la puerta corredera de la política. Hoy como antes, constituyen un estrato bastante raro por su forma de pensar y actuar, con independencia (ahora dicen "más allá de") de su filiación ideológica. Se corresponde bastante con el empresariado, pues, aunque muchos de ellos trabajan por cuenta ajena, su vocación es la situarse al frente de una organización. Dado que en ellos prima la cualidad innovadora, no extrañará tampoco su título de emprendedores, aunque suene un tanto raro. También se pueden emprender malas acciones, disparates.
Ya digo que las cualidades de los directivos resultan bastante atípicas. Por ejemplo, en España domina ahora la idea obsesiva de que los puestos de trabajo deben ser fijos, cuasi vitalicios. Pero las biografías de los directivos revelan una continua movilidad geográfica y de posición. No parecen satisfechos con el puesto que desempeñan en cada momento. La eventualidad laboral es lo suyo, aunque naturalmente a niveles acomodados.
Otro rasgo que los hace extravagantes es que estos directivos practican hasta el límite la ética del esfuerzo. No es la que rige para el común de los españoles. Por lo mismo, es central en los directivos el hábito de trabajar en equipo, cosa que en España parece reservada a los deportistas profesionales. También es cosa de los científicos, otra especie aún más rara en España.
Como es natural, los directivos buscan la acumulación de dinero como símbolo del éxito. Se introduce aquí un curioso mito. Es frecuente oír o leer el disparatado argumento de que el presidente de Inditex o el de Mercadona acumulan cada uno inmensos capitales, como expresión de la gran desigualdad que ahora reina entre nosotros. Es una gran falacia. En esos dos ejemplos que cito (y hay muchos más), la inmensa riqueza que han adquirido después de una vida de esfuerzo no equivale a una montaña de oro. Se trata más bien de una gigantesca disposición de capital que, al moverse, ha dado lugar a cientos de miles de empleos en todo el mundo y en distintos ramos de actividad. La función de los empresarios con éxito (como los que digo) consiste en expandir organizaciones que hacen mucho más productivo el trabajo de otras personas. Visto así, su éxito económico no es un signo de desigualdad, sino todo lo contrario. Resulta una memez argüir que los beneficios de los empresarios con éxito equivalen a la pobreza de cientos de miles de personas que viven en la indigencia. Pero la falacia se repite por personas que se las dan de inteligentes, lo que prueba el carácter extravagante del estrato al que me refiero.
Si acaso, se puede criticar que, para algunos directivos o empresarios, su éxito está en conseguir dinero para fundirlo y aparentar, no para alentar la creación de más empleos. La crítica la realizó hace casi un siglo Ramiro de Maeztu, al elogiar "el sentido reverencial del dinero", típico de sus paisanos, los vascos. Pero como al hombre lo fusilaron los republicanos, su gigantesca figura se desvaneció en las anfractuosidades de la memoria histórica.
La mayor igualdad de los españoles se logrará si se potencia el estrato de los directivos, se llamen como se llamen. Deben crecer en cantidad y sobre todo con la calidad que supone participar en la mentalidad del "sentido reverencial del dinero". Es lo más alejado que pueda haber de lo que llamamos populismo.