La economía española comenzó a crecer tímidamente en 2014 y este crecimiento se multiplicó por más de dos en 2015, con un 1,4% y 3,2%, respectivamente. Pero, una vez conseguido el objetivo de salir de la recesión, se comenzó a plantear si este crecimiento sería lo suficientemente vigoroso para afectar a otras variables macroeconómicas, tales como los movimientos migratorios, el empleo, los salarios, la desigualdad…
Si hay algo que está claro a estas alturas es que el avance del PIB ha ejercido una influencia muy positiva en la evolución del empleo, aun con todos los matices que se le pueda hacer a este crecimiento. Estas dos variables juntas, crecimiento económico y empleo, han sido determinantes en el cambio de tendencia de una tercera: el saldo migratorio.
El saldo migratorio -entradas menos salidas de residentes del país- fue uno de los indicadores que más se resintió con la llegada de la crisis a partir de 2008 por el nivel artificialmente alto de inmigración atraída por la burbuja inmobiliaria y la intensa creación de empleo en esos años.
Así, en cuanto la burbuja tocó a su final, el saldo migratorio pasó de un dato positivo de 310.641 personas en 2008 a 12.845 en 2009 y, finalmente, a terreno negativo por primera vez en 2010 con -42.675. Esta tendencia continuó acentuándose no solo por el freno de la inmigración procedente de otros países con fines laborales, sino por elaumento del número de emigrantes, en su mayoría extranjeros o foráneos nacionalizados que retornaban a sus países de origen. Como resultado, el peor saldo migratorio se alcanzó en 2013, con la salida neta de 251.531 personas.
Este dato coincidió con el último año de recesión, cuando se registró la tasa de paro más alta de toda la crisis. En 2014, por el contrario, mejoró por primera vez desde 2008 y se redujo un 62% respecto al año anterior, para continuar bajando hasta llegar casi al equilibrio en 2015.
En los primeros años de crisis, el deterioro del saldo migratorio se debe, en mayor medida, al hundimiento de la inmigración procedente del exterior, mientras que en los años de repunte del saldo migratorio ha ejercido un mayor peso positivo la reducción de la emigración. En el primer semestre de 2016, por fin de volvió a alcanzar un dato positivo, el primero desde 2009, aunque haya que tomar con prudencia estos cifras, puesto que todavía son provisionales.
Considerando el uso reiterado que algunos partidos han hecho de los emigrantes que, por causa de la crisis, se han visto obligados a salir del país en busca de empleo, es razonable crear el mismo gráfico, pero contabilizando solo los nacidos en España.
Así, resulta interesante comprobar que durante la crisis no se alcanzó un saldo migratorio positivo, ni siquiera en 2008. Aun así el saldo empeoró con la crisis hasta llegar a una salida neta de cerca de 50.000 nacidos en España en 2013. Este deterioro no se produjo por una menor inmigración sino, como ya se apuntaba al principio, por un aumento de la emigración al exterior de nacidos en España.
En contraposición al caso anterior, donde el saldo mejoraba por una menor emigración, en este caso ésta ha alcanzado un máximo en 2015 con más de 75.000 emigrantes nacidos en España. Visto esto es evidente que el saldo migratorio difícilmente podría mejorar, sino que más bien tendería a deteriorarse con la recuperación, pero el aumento significativo del regreso de españoles procedente del exterior se ha mantenido estable el saldo en torno a -40.000.
Es razonable pensar que ésta es una inmigración de retorno de los españoles que partieron en los años más duros de la crisis, pero, aun con todo, está claro que el saldo migratorio entre nacidos en España es mucho menos reactivo al nuevo crecimiento que entre personas nacidas en el extranjero.
La evolución en los próximos años nos dirá si, finalmente, el crecimiento ejerce un efecto positivo entre los primeros o si realmente se ha producido un cambio estructural con la crisis que impulsa a los nacidos en España a salir más al extranjero por motivos profesionales.