Cosas veredes que farán fablar las piedras. Con los republicanos yanquis y los conservadores ingleses, los dos grandes mentores intelectuales del revival de la ideología del libre mercado cuando los ochenta, compitiendo ahora por ver cuál de los dos echa más paladas de estiércol y olvido sobre la tumba de Adam Smith, resulta que el único defensor con mando en plaza que le queda al orden surgido de la globalización es el camarada secretario general del Partido Comunista de la República Popular de China, Xi Jinping. El mundo al revés: mientras al presidente de los Estados Unidos y Mercantilistas de América ya solo le falta redactar un tuit a las cinco de la madrugada reivindicando las bondades del Arancel Cambó y el añorado fielato de la puerta de la muralla de Lugo, el camarada Jinping se deshace en encendidos elogios al capitalismo desregulado, el puro y duro, ese mismo al que en tiempo no tan lejano se le solía llamar salvaje, todo ello en la genuina Capilla Sixtina de los dueños y señores del gran capital: el Foro de Davos. Bonitas, enternecedoras palabras, las del camarada Jinping, que, sin embargo, nada tienen que ver, ¡ay!, con la realidad.
El gran mito de la globalización es la creencia, tan extendida como infundada, de que la adopción de los principios del libre mercado ha sacado de la pobreza a millones de personas de los llamados países en desarrollo. La verdad es que ha ocurrido justo lo contrario: ha sido el deliberado y sistemático incumplimiento de las normas del libre mercado por parte, sobre todo, de los gobiernos de China e India lo que facilitado el crecimiento espectacular de esos dos países, los que por su tamaño determinan la tendencia de las estadísticas internacionales de desarrollo. Así, China no ha cumplido jamás, ni antes ni ahora, esos deportivos principios que con tan impostada devoción invoca el camarada Jinping. No los cumplieron antes, cuando consiguieron romper las cadenas que los ataban al subdesarrollo crónico merced a un exhaustivo arsenal de medidas hiperproteccionistas que iban desde los aranceles ubicuos y los contingentes sistemáticos al dumping y la piratería masiva de la propiedad intelectual ajena. Y siguen sin cumplirlos ahora, cuando Pekín, tras haber concedido obedecer las normas librecambistas de la Organización Mundial del Comercio impuestas por Occidente, volvió a hacer lo mismo de siempre, pero esta vez con su moneda. Es de sobra sabido que la permanente manipulación a la baja del renminbi para favorecer las exportaciones, tarea que el Partido Comunista encargó al Banco Nacional de China, quien lleva más tres lustros forzando a diario su depreciación ficticia en los mercados monetarios, amén de constituir un cotidiano corte de mangas a la libre concurrencia, fue una de las concausas que provocaron el derrumbe de la economía mundial el 2008 (el desmedido superávit comercial del 11% a que llevó la depreciación china generó un desequilibrio crítico en el comercio internacional que aún hoy persiste). Lo dicho: cosas veredes.