Si "impuestos altos, déficit y deuda son lo contrario del círculo virtuoso", tal y como acertadamente advertía el expresidente del Gobierno José María Aznar, la combinación de estos tres factores dan como resultado un círculo vicioso a nivel presupuestario y económico, cuya consecución, por desgracia, ha sido obra del actual ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Su comparecencia en el Congreso el pasado jueves para explicar los objetivos y estimaciones generales de cara al presente ejercicio presupuestario demostró, una vez más, la absoluta desidia, falsedad e irresponsabilidad con la que ha actuado el Gobierno de Mariano Rajoy en esta materia.
A pesar de reconocer que España afronta este año el mayor ajuste fiscal de la legislatura, puesto que tiene que reducir el déficit en cerca de 17.000 millones de euros para cumplir el objetivo del 3,1% del PIB acordado con Bruselas, Montoro no anunció ni una sola medida para acometer tan ardua tarea, dejando todo al albur de una favorable coyuntura económica cuya evolución es imposible de predecir. En este sentido, el ministro de Hacienda se limitó a señalar que el gasto público subirá, aunque a un ritmo inferior al del crecimiento económico previsto, y que la recaudación registrará un nuevo récord histórico gracias al avance del PIB. La combinación de ambos factores recortará el déficit de forma automática hasta el límite establecido.
Este diagnóstico, sin embargo, yerra en varios puntos. En primer lugar, que la evolución de los ingresos fiscales, al igual que la del propio crecimiento, es imprevisible y, por tanto, incontrolable. Son muchos los factores inesperados que pueden surgir a lo largo del año con capacidad suficiente para truncar las estimaciones del Gobierno. En segundo lugar, que el aumento del gasto público agrava la peligrosa burbuja estatal que todavía sufre el país, impidiendo con ello la eliminación de gasto público inútil y la necesaria reestructuración de organismos y servicios para mejorar la eficiencia de la Administración. Y, por último, que confiar la reducción del agujero fiscal a la mera coyuntura se traduce en un aumento del déficit estructural, de modo que la solvencia del Estado volvería a estar en riesgo en caso de que surjan nuevas dificultades económicas.
Lo más grave, sin embargo, no es que Montoro se acomode en esta peligrosa complacencia, sino que haya optado por la senda incorrecta de impuestos, déficit y deuda que ya en su día inauguró Zapatero para tratar de combatir la crisis. El Gobierno de Rajoy ha aplicado la mayor subida fiscal de la democracia para evitar, en la medida de lo posible, los impopulares, aunque necesarios, recortes que precisaba, y aún precisa, la Administración Pública. Estos aumentos fiscales han erosionado la capacidad de ahorro e inversión de las familias y empresas españolas, lastrando con ello el crecimiento potencial del país. Y puesto que el gasto no se ha reducido con respecto a los niveles de burbuja, España se sitúa ya a la cabeza del déficit en la zona euro, mientras que la deuda pública supera el 100% del PIB, la cifra más alta del último siglo.
Toda la atención presupuestaria del PP se ha centrado en presionar a Bruselas para negociar al alza, una y otra vez, los objetivos de déficit para poder decir que cumplía, y lo peor de todo es que ni así ha logrado alcanzar los umbrales fijados. En definitiva, impuestos altos, déficit elevado y deuda desorbitada, una fórmula que lo único que garantiza es menos crecimiento, menos empleo y futuras tensiones financieras en caso de nuevas tormentas.