Resulta curioso, con todo lo que se ha escrito sobre PISA en los últimos días, que nadie o casi nadie (yo no lo he visto escrito en ningún otro sitio, pero me imagino que alguien más lo habrá dicho) haya reparado en lo evidente. En 2015, una de las pocas cosas que Castilla y León, Madrid, Navarra y Galicia, las cuatro regiones españolas punteras en PISA, tenían en común era el PP (o UPN, que para el caso viene a ser más o menos lo mismo).
Además, no hablamos de comunidades peperas por casualidad. Desde 1995 a 2015, en las cuatro regiones sólo ha gobernado el PP con la única excepción de la Legislatura de Emilio Pérez Touriño al frente de la Junta gallega, entre 2005 y 2009. Es decir, de 80 años posibles entre las cuatro, en 76 el PP estuvo al frente.
Uno pensaría que un dato tan llamativo, en un informe al que se le presta tanta atención en todos los medios, merecería como mínimo un titular por ahí y una columna por allá. Pues no. Una búsqueda en Google de "pisa 2016 regiones pp" se salda con un significativo vacío. O nadie lo ha dicho o quien lo ha dicho ha sido silenciado. Curioso…
Habrá quien se me ponga estupendo y me diga que hace falta un análisis más detallado, que correlación no implica causalidad y que hay que analizar mejor todas las variables que también pueden influir. Y es cierto, pero no estamos hablando de una tesis doctoral, sino de dos datos evidentes (notas de PISA y gestión política) que en todos los demás casos sí nos sirven para sacar conclusiones y dar lecciones a uno y otro lado. A ver si todos esos que explican estos días el éxito en Finlandia se marcan sesudos análisis estadísticos.
Ni lo hacen en ese caso ni tampoco en el de la educación española. Así, la explicación que ha triunfado es la del Norte vs Sur, como si todo fuera una cuestión de renta: comunidades ricas y con familias mejor formadas contra comunidades pobres. También se ha aludido a la supuesta perpetuación de una tendencia que viene de muy lejos: de este modo, se defiende con gráficos de alfabetización en siglo XIX los resultados académicos de comienzos del siglo XXI.
No seré yo quien diga que la renta o los estudios de los padres o los ingresos familiares o el peso de la historia no importen en los resultados educativos. Cualquiera que analice las cifras de PISA comprobará que son factores clave a la hora de explicar esos datos en cualquier país. Pero en España es evidente que eso no es suficiente. Lo del Norte-Sur se queda cojo:
- En PIB per cápita, tanto Castilla y León como Galicia están por debajo de la media española. Sin embargo, sus notas son muy superiores a las de regiones mucho más ricas como Cataluña, País Vasco o Baleares.
- Las dos regiones ricas que se posicionan en PISA a un nivel comparable al de nuestros vecinos europeos más avanzados (como corresponde a su PIB per cápita) son Madrid y Navarra. Las dos destacan también, sobre todo la primera, por estar entre las regiones que más críticas (y manifestaciones y enfrentamiento en las calles) han recibido por su gestión de la educación.
- Los que se sacan de la manga los mapas del siglo XIX tendrán que explicarnos por qué, si ése es el factor principal, Cantabria, Asturias o las mencionadas anteriormente País Vasco y Cataluña, también con buenas cifras históricas de alfabetización y más ingresos por hogar, se quedan tan atrás en PISA.
- Porque además, las otras tres comunidades peperas eternas en 2015 (Valencia, Murcia y La Rioja) sin destacar tanto como las cuatro magníficas, sí puede decirse que lo hacen sustancialmente mejor que sus vecinas comparables. Así, Murcia, una región por debajo de la media en PIB per cápita y con un gran peso del sector turismo en su economía, como Andalucía o Canarias, vence a estas dos con holgura en PISA. Lo hace mal y no debería su gobierno regional caer en la autocomplacencia, pero lo hace menos mal que las otras. Lo mismo podría decirse de Valencia y Baleares: entre las dos, la región más pobre y más del PP también lo hace mejor que la otra. Y La Rioja está sustancialmente mejor que el País Vasco.
No se hagan líos, el único dato que muestra consistencia es el PP: allí donde ha gobernado, los resultados de PISA son superiores. Y cuanto más ha gobernado, mejor.
No me extraña que los medios de comunicación españoles hayan callado ante la evidencia. Tras años clamando contra los recortes y uniendo las palabras PP y destrucción de servicios públicos en uno de cada dos titulares, reconocer lo que cualquiera ve les habría obligado a una catarata de explicaciones que ríase usted del Caso Nadia. El relato que se ha hecho de esta crisis, en teoría causada y amplificada por la maldad de la derecha, es mentira. Pero es una mentira que a muchos les ha resultado rentable, monetaria e ideológicamente. En vez de cuestionarse unos postulados que llevan fracasando en todos los países que los han puesto en práctica desde hace un siglo, se aferran al espantajo de la 'derechona' enemiga de los pobres. Por cierto, que en esto no sólo hablo del paleo-comunismo podemita, todavía estoy por ver una columna de uno de esos opinadores progresistas ilustrados, que tanto han proliferado en la prensa española en los últimos años, que tan objetivos se proclaman y a los que tanto preocupa la educación, que admita o al menos se pregunte por las razones de una realidad tan palpable.
Siempre he creído que detrás de los buenos resultados del PP en las urnas está la gestión de sus concejales, consejeros y altos cargos. Desde hace años, hay un tema clásico en las tertulias españolas: cómo puede ser que a un partido anegado por la corrupción se le siga votando. Y aunque el PP tiene menos corrupción de lo que se dice, tanto en términos absolutos como comparado con sus rivales, es evidente que nos encontramos ante una formación que necesita una limpieza a fondo de buena parte de su aparato. En los medios que se llaman a sí mismos progresistas la explicación a esta resistencia electoral va del insulto moral (a los votantes de derechas no les importa la corrupción) al insulto personal (al PP sólo le votan viejos y palurdos). En realidad, al PP le votan, fundamentalmente, donde ya le han votado y eso es en buena parte porque los resultados de su gestión en los municipios y regiones donde gobiernan son bastante razonables. Una vez que llega al poder, el partido tiene una capacidad de resistencia que al PSOE ya le gustaría igualar (vean los pueblos de la Comunidad de Madrid, por ejemplo). Si quisieran salir de su sectarismo, algo poco probable, muchos de esos tertulianos podrían encontrar en PISA alguna explicación más convincente con la que renovar su argumentario.
Lo llamativo es que ni siquiera desde el propio partido se hayan destacado unas calificaciones tan notables en PISA. Mariano Rajoy no tiene motivos para alardear tan a menudo ante sus electores. Entre otras cosas porque ha incumplido buena parte de su programa. Sí, ha evitado el colapso absoluto de la economía española (y no es un logro menor) y sí, ha conseguido cambiar la tendencia en el mercado laboral (aunque la reforma de 2012 se le quedó a medio camino). Pero si de algo debería presumir el PP es de la gestión de sus gobiernos regionales. Porque además, la educación no es una excepción: cuando se publican informes sobre sanidad o infraestructuras, también las comunidades peperas, con Madrid a la cabeza, aparecen en el top de la lista. Parecería como si en Génova hubieran interiorizado el discurso del rival o como si temieran cualquier tipo de análisis sobre servicios públicos porque creen que saldrán escaldados. Es absurdo pero el complejo de pepero que tienen en la cúpula popular es así, a veces parece que les gustaría estar en otro partido. Si yo fuera ellos, conociendo los valores imperantes en la sociedad española, mi único lema en los próximos cuatro años sería "Si quiere educación y sanidad de calidad, vote PP". Pero yo no soy ellos, afortunadamente para ambos.
Tengo para mí, sin embargo, que detrás del silencio del PP ante los logros de sus comunidades se esconde un segundo factor, que también explica buena parte de lo bueno y malo que le ocurre a ese partido desde hace al menos una década. Los éxitos populares en la gestión del día a día igualan a su dejación en el debate político, algo que a Rajoy y a su tropa les cuesta reconocer, me temo que por una mezcla de vergüenza, mala conciencia y envidia.
Mientras los líderes del PP han renunciado a dar la batalla de las ideas frente a sus adversarios, su tropa, la clase media pepera, trabaja en las instituciones para mejorar la vida de los españoles, aplicando buena parte de esas ideas que el arriolismo ha declarado proscritas en el debate público. Por suerte para España, esa clase media del PP ha recogido el testigo de lo mejor de este país. Son esos funcionarios de nivel alto (algún que otro profesional liberal y pequeño empresario también se cuela en la lista) que se pasan a la segunda fila de la política para desde allí mejorar poco a poco lo que los políticos de la primera les dejan. Continúan una tradición que comenzó en España, ésta sí, en el siglo XIX, y que en el XX se consolidó. Son los mismos que desarrollaron los planes tecnócratas con el franquismo, los que ayudaron a UCD en la transición y los que se pasaron en masa al PSOE en los 80 (si existe un drama para el socialismo español es la expulsión de sus aledaños de esa masa de funcionarios de primer nivel que tanto ayudó en su momento a la modernización de la sociedad española).
Desde hace años, el mandarinato ilustrado español es fundamentalmente pepero. Aquí sí hablamos de una casta, en el mejor sentido de la palabra, que disfruta de unas condiciones laborales relativamente buenas, tentada con buenos sueldos por el sector privado pero que muchas veces se queda en el público por una mezcla de comodidad profesional y lealtad a su vocación y a su país. Son unos tipos con cierta conciencia de su papel social como grupo, poco politizados (quizás sería mejor decir poco ideologizados), obsesionados con la gestión y sabedores de que los políticos profesionales son muchas veces antes sus enemigos que sus aliados, incluso aunque militen en su mismo partido. Son apenas unos pocos centenares, unos miles a lo sumo: secretarios de Estado o su equivalente en la administración autonómica, subsecretarios, directores generales, altos funcionarios en puestos de libre designación… Alguno incluso llega a ministro y muchos de los mejores vienen de un pasado socialista del que se desencantaron hace tiempo. Por ejemplo, Rajoy y Montoro también fueron mandarines y de los buenos. Como muchos otros líderes del PP, la decepción con ellos ha llegado cuando han tenido que pasar a primera fila y han abdicado, en su discurso y en su compromiso normativo, de los principios que tan bien defendieron en la gestión diaria.
Los periodistas los conocemos de los briefing de los ministerios y la presentación de informes, porque son los que acaban explicando la ley que el ministro de turno muchas veces no se conoce. Siempre he pensado que detrás de la buena administración del PP están ellos… Pero no espere verlos en los titulares de PISA. Ni la mayoría de ellos quieren salir ni los medios lo consentirían. Entre otras cosas porque implicaría reconocer la realidad que muchos no quieren ver: en España, los servicios públicos de calidad, donde existen, los gestiona casi siempre el PP.