Soy un descreído respetuoso con la Iglesia católica y todas las demás. Asumo que los cimientos de la libertad y la democracia, que aún experimentamos más o menos, tienen su origen en la idea del alma individual capaz de elegir, algo que Yahvé, por cierto, no deseaba en su Edén. Comprendo que la civilización moderna, ciencia y cultura inclusas, han tenido en el cristianismo un firme impulsor, quisiera o no algunas veces. Admito que la capacidad de convivencia de la Europa de este siglo se debe también a la reconversión del pecado de la violencia dogmática en tolerancia recíproca. Pero, fíjense, no entiendo que, después de tantos siglos, el catolicismo vuelva a la demagogia barata. Verbigracia: "El dinero es el estiércol del diablo", Bergoglio dixit.
Ni siquiera es una metáfora original. Está en los Padres de la Iglesia, que entonces no se sabía de qué iba su función. Más modernamente la recogió Papini en Gog inspirado en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, de Marx ("puta común de todo el género humano", copió a su vez del dinero-oro en Shakespeare). La desentierra Eco en su Cementerio de Praga. Incluso en una reconocida biografía de Aníbal aparece la expresión relacionada con el rostro de la multitud, fíjense, no con el dinero. Hay incluso un libro con ese título, entre otras derivaciones. Con sus términos, se trata de divinizar el dinero, dios visible, situarlo fuera de la acción humana y de su libertad, hacerlo causa de todos los males. Auri sacra fames, lugar común desde Virgilio a Flaubert pasando por muchísimos.
Demagogia de saldo es, no otra cosa, de quienes no entienden que el dinero es, o puede ser, espíritu (Maeztu, Unamuno), un instrumento de libertad personal que convierte en alcanzables los bienes existentes, o posibles, deseados. Colectivamente, el dinero es un maravilloso instrumento humano capaz de aunar esfuerzos para construir desde catedrales a carreteras y ferrocarriles, desde hospitales a un sistema de pensiones, desde universidades a industrias. El dinero común no es otra cosa que un medio al que la política pone, y debe poner, fines. Nada de estiércol ni de diablo. El dinero es una oportunidad de mejora para el individuo y la sociedad. Si fuera estiércol del diablo, vive Dios que olería muy mal el Vaticano.
En realidad, decir que el dinero es caca infernal es o una tontería o quizá un modo de quedar bien con esos progres ingenuos de la izquierda más primitiva tejemanejados por la minoría de leninistas, odiadores astutos, que quieren, estos sí, mandar sobre el dinero de los demás y, en su caso, apropiárselo. Se mezclan en la redoma propagandística el billetaje, los ricos pecadores, of course, el camello católico (no protestante, que sí aprecia el valor del dinero) y el ojo de la aguja, los pobres, el marxismo y la teología y, ¡voilá!, se tiene el paraíso. Hombre, la Iglesia debería explicarse mejor en el siglo XXI.
Por cierto y en lo personal, mi madre, que era bien sincera y realista, decía que no sabía si el dinero daba o no la felicidad porque no lo había tenido nunca. Lo que sí sabía con certeza es que no tenerlo no la daba seguro. Más claro, el agua.