Las tres grandes sombras económicas que sobrevuelan sobre la futura Presidencia de Donald Trump en EEUU son, básicamente, su intención de regresar al proteccionismo comercial, el posible aumento del déficit y la deuda pública como consecuencia de su política presupuestaria y las medidas que adopte con respecto a la inmigración. La economía norteamericana y, con ella, buena parte de la economía mundial evolucionarán de una u otra forma en función de cómo se concreten estos tres ejes.
Por el momento, las expectativas de que las políticas de Trump aumentarán la inflación ya se han traducido en un repunte generalizado de las rentabilidades en el mercado de deuda pública a largo plazo, tanto en EEUU como en Europa. Este incremento, sumado a una posible nueva subida de tipos de interés por parte de la FED el próximo diciembre, elevan el temor a que, finalmente, acabe estallando la enorme burbuja de deuda pública que ha sido alimentada por la banca central durante los últimos años.
Pese a ello, es pronto todavía para saber si, efectivamente, las políticas de Trump resultarán o no inflacionistas. La reducción de impuestos, la liberalización del sector energético, la derogación -total o parcial- del Obamacare o su plan inicial para reconstruir infraestructuras sin tirar de gasto público, entre otros puntos, podrían beneficiar a la economía norteamericana. Por el contrario, el aumento del déficit y la deuda y, muy especialmente, el rechazo abierto de Trump al libre comercio podrían perjudicar, y mucho, tanto a EEUU como al resto del mundo, dibujando así un panorama con luces y sombras.
El punto más preocupante, sin duda, es las aspiración proteccionista de Trump. De momento, ya se da por hecho la anulación del Trans-Pacific Partnership (TPP), el mayor acuerdo comercial de la historia, alcanzado entre EEUU y once países del Pacífico (entre ellos Japón o Australia), la paralización sine die del TTIP, el tratado de libre comercio entre EEUU y la UE -aunque ya se había frenado por culpa de Bruselas antes de la victoria de Trump-, así como cambios sustanciales en el NAFTA, que eliminó aranceles y barreras comerciales entre EEUU, México y Canadá.
Estos planes supondrán, pues, revertir o, como mínimo, paralizar el progresivo proceso de globalización que ha experimentado el mundo en los últimos 30 años, desde la caída del Muro de Berlín, y que, entre otras muchas ventajas, ha logrado reducir la pobreza del 35% a menos del 10% de la población mundial, al tiempo que se duplicaba la riqueza y se reducían los conflictos bélicos.
El principal riesgo, sin embargo, es que, si Trump aplica su programa proteccionista, EEUU no será el único, desencadenando con ello una gran guerra comercial a nivel mundial. Los planes iniciales del futuro presidente norteamericano incluyen acusar formalmente a China de "manipular" su moneda, mediante devaluaciones artificiales, para favorecer su industria exportadora, pese a que esta estrategia también ha sido aplicada por el resto de grandes bancos centrales. Además, durante la campaña, Trump amenazó incluso con imponer aranceles de hasta el 45% a los productos procedentes de China.
Las amenazas de China y de la UE
Este tipo de ideas ya han obtenido la primera reacción por parte de Pekín. El Global Times, un periódico chino muy próximo al Gobierno, se preguntaba en un reciente artículo qué pasará si Trump declara la "guerra comercial" a China, y la respuesta no puede ser más clara: "China adoptará contramedidas". Las relaciones comerciales entre ambas potencias se volverán mucho "más tensas".
En concreto, Pekín podría adoptar medidas similares a las de Trump, de modo que el comercio entre China y EEUU quedaría "paralizado", advierte. Los pedidos realizados a Boing serán sustituidos por Airbus; las compras de coches y de iPhone en China sufrirán un importante revés; las importaciones estadounidenses de soja y maíz serán anuladas; el número de estudiantes chinos en universidades norteamericanas será limitado… Se pasaría de una relación mutuamente beneficiosa a otra en la que todos perderían, incluido el comercio global.
Pero es que, además, en tal escenario, es muy posible que la UE también se anime a levantar barreras proteccionistas, y no precisamente impulsadas por los nuevos líderes populistas, sino respaldadas por los partidos tradicionales. No en vano, el expresidente francés Nicolas Sarkozy afirmó el pasado fin de semana que la UE debería aplicar medidas equivalentes frente a EEUU si Trump apuesta por el proteccionismo.
En concreto, señaló que si Trump incumple el acuerdo climático de París, la UE debería imponer "una tasa de carbono en las fronteras" a los productos estadounidenses. Se trataría de grabar con un "1 al 3%" los productos importados de EEUU para tener en cuenta que en sus costos de producción no incorporarían las cargas por el respeto de ese pacto, es decir, esencialmente de renunciar a energías fósiles en favor de las renovables.
Sarkozy, que está en plena campaña de las primarias de la derecha y del centro por la candidatura para las presidenciales francesas del año próximo, también reclamó que, como hace EEUU, Europa imponga a las empresas extranjeras que ganen una licitación que al menos un 50% de la carga de trabajo correspondiente tenga que hacerse en territorio europeo.
Además, el que fuera jefe del Estado de Francia de 2007 a 2012 también se pronunció en contra de la posibilidad de que la Comisión Europea conceda en diciembre a China el estatuto de "economía de mercado", que impediría tener barreras aduaneras ante la llegada de sus productos, con el argumento de que Pekín subvenciona, por ejemplo, su acero. "Quiero que Europa se rearme y se defienda", concluyó Sarkozy.
El proteccionismo ha crecido desde el estallido de la crisis financiera en 2008, pero, especialmente, en el último año, tras aprobarse unas 350 medidas que limitan el comercio mundial. La victoria de Trump y la posible reacción del resto de grandes potencias amenazan con desencadenar una auténtica guerra comercial, cuyo resultado, tal y como demuestra la historia, acaba generando cuantiosas pérdidas para todo el mundo.