El biólogo Paul Ehrlich, autor de una famosa bobada titulada The population bomb, y que se ha pasado toda la vida augurando el fin de los recursos, y equivocándose sin cesar, fue entrevistado hace tiempo por una francamente partidaria Juana Viúdez en El País.
El motivo fue que lo había premiado la Fundación BBVA. El premio es un bonito ejemplo más de la corrección política predominante en las principales instituciones de nuestro país, empezando por los premios Príncipe (ahora Princesa) de Asturias, sobre el que alguna vez ironicé que era delicioso en su convencionalismo. En efecto, si premiaba a un cineasta, era Woody Allen; si premiaba a un economista, era Krugman; si premiaba a una mujer latinoamericana, era Rigoberta Menchú; si premiaba a un cura, era de la Teología de la Liberación, etc. Hay que buscar con lupa por ahí a una persona liberal.
Lo mismo vale para el resto de nuestras instituciones, públicas y privadas. Aquí no defiende al mercado y a los empresarios nadie. Los supuestos entes pro-empresariales no van nunca más allá de recomendar "reducir el gasto público superfluo", y gansadas análogas; parece que lo que en el fondo quieren es que los trate bien la prensa de izquierdas.
Así se entiende lo de Ehrlich, galardonado por la fundación del segundo banco de nuestro país, cuando es un enemigo de las empresas, a las que echó la culpa de todo, porque hacen trampas, engañan, desinforman, etc. En fin, lo típico para ser premiado por una empresa. Para inmensa alegría del BBVA, supongo, el profesor Ehrlich defendió el aborto para todos y la subida de impuestos generalizada: "Instaurar impuestos al carbono en todas partes".
El hecho de que se haya equivocado siempre no le hace cambiar de opinión: sigue afirmando que el problema es la explosión demográfica: "No conozco a ningún científico que no crea que hay superpoblación". A ninguno, oiga, a ninguno.
El distinguido y galardonado científico siguió desbarrando sin pudor: en la Tierra, sentenció, hay "1.000 millones de personas hambrientas y varios miles de millones más viviendo en la miseria". Este retrato catastrófico del mundo es un completo dislate, pero no amedrenta a la Fundación BBVA, ni mucho menos al catedrático de Stanford. ¿Por qué habría de hacerlo, si le ha ido siempre muy bien diciendo que todo va muy mal?