Este lunes, el segundo Gobierno de Mariano Rajoy echa a andar. Hace cinco años, el gallego llegaba a La Moncloa en una coyuntura muy diferente, con el país al borde de la quiebra y entrando en una profunda recesión, un déficit público que rondaba el 10% y una burbuja inmobiliaria que, aunque había explotado hacía mucho tiempo, seguía latente en los balances de los bancos (sobre todo, de las cajas).
Ahora, las cosas se ven de forma diferente. España crecerá por encima del 3% este año. Las últimas previsiones apuntan a una cifra similar para 2017. La creación de empleo que muestra la última EPA es histórica. Y en lo que peor lo estamos haciendo, el déficit público sigue por encima del 5%, tenemos a un profesor benevolente en Bruselas, que nos da una y otra oportunidad para incumplir con los límites.
Por lo tanto, el Gobierno tiene mucho margen para actuar. Es cierto que le falta una mayoría parlamentaria sólida, pero el entorno macro es ideal. Si la primera legislatura sirvió para apagar los fuegos, ésta debería ser la de la competitividad: es decir, poner las bases para el crecimiento a medio plazo de la economía española, sin las urgencias de la prima de riesgo. Eso sí, precisamente la falta de presión puede convertirse en el peor aliado de las reformas.
Dicho esto, hace unas semanas el World Economic Forum publicaba su Informe de Competitividad Global 2016-17. De entre todos los índice que se publican cada año, éste es quizás el más completo, con más de 100 categorías analizadas en todo tipo de campos: seguridad jurídica, incidencia del crimen en la economía, infraestructuras, mercados financieros….
Pues bien, aunque sólo sea como indicador, puede ser interesante ver cuál es la posición de España, en el conjunto del ranking y en los su-apartados. No hay que sacralizar estos índices, que obtienen sus datos de cientos de fuentes diferentes, pero sí pueden servir para hacerse una idea de en qué aspectos una economía tiene más margen de mejora. Y no hay nada más importante para determinar el futuro de un país que su productividad y su competitividad.
España está en el puesto 32º (página 328 del documento) a nivel mundial en cuanto a competitividad. Muy lejos de los primeros países de la lista (Suiza, Singapur, Estados Unidos, Holanda, Alemania) y por detrás de los grandes de la UE. Sólo Italia está peor, no es gran consuelo, que nosotros, entre los países con los que normalmente nos comparamos. De los 12 grandes capítulos del índice (luego se dividen en apartados) lo hacemos especialmente mal en "Entorno macroeconómico" (mide la situación de las cuentas públicas y caemos al puesto 86), "Eficiencia del mercado laboral" (puesto 69) y "Desarrollo del sector financiero" (puesto 71). También es cierto que la tendencia es ascendente y hemos pasado del puesto 35 al 32 en el último lustro.
Aquí vamos a dejar al Gobierno un decálogo de tareas pendientes. Son los diez sub-epígrafes del Índice en los que España puntúa por debajo del puesto 100 a nivel mundial de las 138 economías analizadas (bueno, en realidad, son nueve por debajo del puesto 100 y uno en el 98). Para este comienzo de legislatura, el próximo ministro de Economía se los puede apuntar como deberes. No son los únicos aspectos en los que hay margen de mejora, pero sí pueden ser un buen punto de partida:
- "Confianza pública en los políticos": puesto 100. Empresarios, trabajadores y contribuyentes en general miran con enorme desconfianza a las instituciones y a las personas que en ellas ocupan puestos relevantes. Peligroso por dos motivos: sin seguridad jurídica no hay inversiones (y sin confianza no hay seguridad) y porque crece el riesgo de que el populismo arraigue allí donde la política tradicional fracasa.
- "Despilfarro del gasto público": puesto 106. Los encuestados por el WEF creen que España es uno de los países en los que el gasto público es menos efectivo y en los que más se derrocha lo mucho que se les cobra a los contribuyentes.
- "Carga regulatoria: puesto 113. Otro clásico en las listas de deseos de empresarios y trabajadores españoles. No es sólo que tengamos muchas leyes (que también) y que éstas se contradigan entre sí (que muchas veces)… es que además, es complicado y oneroso cumplir con las mismas.
- "Equilibrio presupuestario del Gobierno": puesto 98. Nos salvamos por los pelos de caer por debajo del puesto 100. Con una década consecutiva con déficits superiores al 3% del PIB que marca el Pacto de Estabilidad, lo extraño es que consigamos quedarnos en una posición de dos dígitos. Otro mal consuelo: otros lo hacen peor.
- Deuda pública: puesto 126 (de 138, recordemos). El gran reto de los países ricos para la próxima década será desapalancarse. No lo tendrán sencillo. Las obligaciones contraídas (deuda, Estado del Bienestar, pensiones…) lo harán muy complicado. Pero con esa carga sobre los hombros de los contribuyentes, tampoco es fácil crecer. España comenzó la crisis con apenas una deuda pública equivalente al 35% del PIB; ya estamos por encima del 100%.
- Impuestos sobre los beneficios: puesto 110. Que las empresas españolas pagan pocos impuestos en un mito, ya hablemos de las grandes o de las pequeñas. Estamos en el puesto 110 de 138 economías. Luego, los políticos hablan de atraer talento y generar inversiones. No lo ponen nada fácil.
- Importaciones: puesto 103. A pesar de la mejoría de los últimos años, seguimos siendo un país muy dependiente del exterior, especialmente en sectores estratégicos como la energía. Cuando, como ha pasado en los últimos años, esto se equilibra con las ventas, no hay mayor problema. Pero si el sector exterior no funciona, corremos el riesgo de volver a acumular grandes déficits comerciales.
- Regulación sobre contrataciones y despidos en el mercado laboral: puesto 110. Dualidad, precariedad, temporalidad, baja productividad, decisiones empresariales basadas en el coste de despido y no en lo que es mejor para la empresa, trabajadores insatisfechos en su puesto de trabajo que no se cambian por miedo a perder la indemnización, rigidez… Nos lo han dicho tantas veces, que ya nos suena hasta aburrido. Pero no está mal recordarlo de vez en cuando: la legislación laboral española es más propia de un país tercermundista que de una de las grandes economías de la UE.
- Efecto de los impuestos en los incentivos a trabajar y contratar: puesto 103. El título lo dice todo. Los tributos en España parecen diseñados específicamente para castigar la creación de empleo y riqueza. Ya no es cuestión de que sean más altos o más bajos (y los impuestos sobre el trabajo, incluyendo las cotizaciones, no son nada bajos). Es que destruyen los incentivos sobre los que se asienta cualquier economía competitiva.
- Salarios y productividad: puesto 102. Para hacer este epígrafe se pregunta a trabajadores y empresarios hasta qué punto están relacionados, en su país, salarios y productividad. En España, no mucho. Vamos, casi nada. Vuelve a aparecer la palabra mágica: "incentivos". No hablamos de bonus o de esquemas salariales, sino de algo más general. La sensación de trabajadores y empresarios de que el que lo merece es premiado y el que no se esfuerza lo suficiente castigado. Pues bien, esa sensación, en España no existe. No es, ni mucho menos, un tema menor.