Los países no son ricos por lo que tienen, sino por lo que hacen. La Unión Soviética tenía bajo su dominio el territorio más extenso que nunca haya conocido ningún imperio, las reservas de minerales más cuantiosas del planeta, más tierras fértiles y bosque que ningún otro país. Y sin embargo, en 1990, sus habitantes eran muchísimo más pobres que suizos o holandeses, que en teoría no tenían ninguna de sus ventajas naturales.
La clave es que Suiza y Holanda hacían cosas y sabían que la principal riqueza de cualquier país reside en la capacidad creativa de sus ciudadanos. Para incentivarla, protegían su propiedad y tenían un Estado de Derecho que garantizaba el principio de legalidad, el respeto a los contratos y la libertad de sus ciudadanos.
Y es que si fuera por las riquezas naturales, ningún país sería más rico que Venezuela. Petróleo, buen clima, tierra fértil… A finales de los años 80, cualquier apuesta sobre cuál sería el primer estado latinoamericano que se incorporaría al club de los países desarrollados habría tenido a Venezuela entre sus candidatos. Medio siglo después, las calles de Caracas son las más inseguras del mundo, escasean comestibles básicos y medicinas, y las clases medias del país caribeño huyen del chavismo y de sus políticas. También aquí se repite la historia: la clave para ser rico es lo que haces con lo que tienes (incluso aunque aparentemente sea poco) y no unos recursos naturales que sólo se convertirán en riqueza si los pones en valor.
Raúl Gallegos, un periodista centroamericano que ha trabajado como corresponsal en Caracas para la agencia Dow Jones y en The Wall Street Journal, publica estos días en España su libro ¿Cuándo se jodió Venezuela?, un relato sorprendente y tragicómico de un país que se deshace. Las historias se suceden y cada una es más sorprendente que la anterior:
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Esos venezolanos que hacen cola de forma permanente ante los supermercados estatales, esperando que llegue cualquier cosa, porque sea lo que sea, se lo quedarán. Si lo pueden consumir ellos mismos, bien… Y si tienen que revenderlo en el mercado negro, también.
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El floreciente negocio del mercado negro del cambio de moneda, en un país que tiene hasta 3 tipos de cambio oficiales y en el que el precio de una noche en un hotel de lujo puede ser más barato que en ningún otro lugar (si puedes pagar en dólares USA) o más caro que en el mejor establecimiento de Nueva York (si hay que abonarlo con bolívares al tipo de cambio oficial que marca el Gobierno).
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Todos esos venezolanos que van con una bolsa de plástico por la calle, por si en algún momento ven que hay suministros en alguna tienda, para no perder ninguna oportunidad de conseguir lo que sea.
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Las viviendas de protección oficial chavistas, que se dividen en dos tipos. Las que se caen a pedazos, habitadas por las bases que auparon a Hugo Chavez y Nicolás Maduro al poder: muchos de ellos votantes agradecidos durante todo este tiempo y que sólo ahora empiezan a ser conscientes de que no son propietarios de sus casas y de que una decisión gubernamental puede acabar con lo que creían que era suyo de un día para otro. Y las que tienen una calidad decente y que están en manos de los jerarcas del chavismo, los boliburgueses, que negocian con ellas o las ocupan sin coste alguno.
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O esa venezolana desesperada, que necesitaba una vivienda y que decidió lanzarle un mango al presidente Maduro, con su número escrito, para llamar su atención. Y le dio en la cabeza. Y consiguió su objetivo: en televisión, delante de todos sus compatriotas, Maduro le anunció que le daría una casa.
Es lo que ocurre cada día en un país en el que lo importante no es lo que hagas ni en qué trabajes, sino sólo si consigues la atención y el favor del Gobierno. Incluso, aunque sea a mangazos. El país con las mayores reservas de petróleo del mundo se desmorona. Y esto no empezó con Chávez. En realidad, como cuenta Gallegos, éste fue sólo el síntoma de una enfermedad que era mucho más profunda. Desgraciadamente, como le contaba a Libre Mercado hace unos días, en una entrevista en Madrid, recuperarse de los males del chavismo necesitará de una rehabilitación larga y dolorosa.