A lo largo de las últimas cuatro décadas, pocos países han experimentado una transformación tan significativa como China. El gigante asiático sufrió una dura guerra civil en la segunda mitad de la década de 1940 y entró en los años 50 con el liderazgo implacable de Mao Tse Tung, cuyo régimen totalitario de inspiración comunista llevó al país a la más absoluta miseria.
Las políticas de colectivización y planificación de la economía hicieron de China un país tremendamente pobre, con el agravante de que hablamos de una nación particularmente grande. Mao no solamente no cambió de rumbo ante el fracaso de sus medidas sino que las apuntaló con "purgas" políticas como la "revolución cultural".
Cuando Deng Xiaoping tomó las riendas del país en 1978, China empezó a plantearse un cambio de rumbo. El primer cambio significativo fue la creación de las llamadas Zonas Económicas Especiales (ZES), en las que se permitía el desarrollo de un marco económico capitalista frente al sistema comunista que seguía en vigor en el resto del país.
En 1980, China contaba con ZES en Shenzhen, Zhuhai, Shantou, Xiamen, Hainan… A la lista se sumaron casi quince ciudades costeras, que recibieron el estatus CES en 1984. A lo largo de los años siguientes, el estatus de las ZES llegó a más y más ciudades del país, generalizando poco a poco el giro hacia la economía de mercado.
Apertura comercial
En esta línea, las autoridades del Partido Comunista empezaron a perfilar un nuevo marco de relaciones comerciales con el resto del mundo que estaba marcado por la pretensión de abrirse al mundo para potenciar la llegada de inversión extranjera y el desarrollo de sectores exportadores. Poco a poco, China empezó a incorporarse al comercio mundial, beneficiándose de la globalización.
A comienzos de los años 90, el arancel medio ya había bajado hasta el 30%, aunque a mediados de la década se situaba por debajo del 20% y a comienzos del siglo XXI no llegaba al 5%. La entrada en la Organización Mundial de Comercio blindó estos avances y certificó el nacimiento de una nueva China abierta al mundo.
Libertad empresarial
Poco a poco, las autoridades chinas han ido reduciendo el peso del Estado en la economía y han apostado por facilitar la entrada de nuevos competidores así como por privatizar la gestión de los ineficientes conglomerados empresariales ligados al poder público.
Por ejemplo, en el sector industrial vemos que la producción generada por las industrias estatales ha caído del 80% al 20% como consecuencia de esta agenda de privatización y liberalización.
Espectacular desplome de la pobreza
Los datos del Banco Mundial confirman que estas reformas iniciales tuvieron un enorme éxito a la hora de reducir la pobreza. Entre 1980 y 2010, la tasa de pobreza (ajustada a inflación y poder de compra) se redujo del 80% al 10%, una caída sin precedentes en la historia. Esto significa que 500 millones de personas salieron de la pobreza a raíz del aperturismo económico del gigante asiático.
El PIB per cápita refleja ese espectacular salto de desarrollo que ha experimentado China conforme su marco económico ha abandonado el comunismo radical de la era de Mao. El PIB per cápita creció un 730% entre 1990 y 2014, mientras el PIB mundial aumentaba un 63%.
Esto redujo notablemente las diferencias entre China y el resto de países del globo. En 1990, el PIB chino era un 83% más bajo que el PIB mundial (1.500 dólares frente a 8.800 dólares), pero en 2014 este diferencial negativo se había reducido al 13% (12.600 dólares frente a 14.400 dólares).
Pero el desarrollo de China no está garantizado. Quedan pendientes reformas de nuevo cuño que permitan aumentar la competitividad, como también sigue encima de la mesa el inevitable debate sobre la falta de libertades que, lamentablemente, siguen sufriendo los ciudadanos del país asiático.