De un tiempo a esta parte, en España está aumentando el empleo, eso es evidente, y están disminuyendo los salarios de esos nuevos empleos, eso también es evidente. Lo que ya no resulta en absoluto evidente, en cambio, es que la tan loada reforma laboral haya tenido algo que ver en todo ese asunto. Porque lo más probable es que el cambio en la legislación, simplemente, no haya influido para nada en el reciente mutación de tendencia de la economía. Y es que, como cualquier escolar de doce años sabe pero tantos economistas de la órbita del PP ignoran, correlación no es sinónimo de causalidad. De ahí que no podamos afirmar que a los niños los traen las cigüeñas de París. Y ello pese a la evidencia estadística, comprobada con cifras oficiales a lo largo de todo el siglo XIX, de que, cuantas más cigüeñas visitaban Francia en un año cualquiera, más niños nacían en Francia ese mismo año cualquiera. Y viceversa. La prosaica verdad era que el número anual de cigüeñas que iban de visita a Francia dependía de la bonanza de la cosecha agrícola. A mejor cosecha, más cigüeñas. Pero es que, a mejor cosecha, más alegría también de los campesinos para animarse a engendrar otro hijo.
Lo sabe, decíamos, cualquier alumno de la ESO: correlación no implica causalidad. Las extravagantes cifras del desempleo español, una tasa de paro que triplica la media europea, no fueron consecuencia de las peculiaridades de nuestra legislación laboral, sino de la desmedida hipertrofia que alcanzó un sector concreto de la economía, de de la construcción, antes de 2008. El día que estalló la burbuja del ladrillo en España, lo de menos fue la legislación laboral. Los albañiles, los jefes de obra, los aparejadores y los arquitectos se hubieran ido al paro exactamente igual que se fueron si las leyes que regulan el trabajo hubieran sido distintas. Y seguirían en el paro exactamente igual por muy radicales que fueran las ulteriores modificaciones de ese ámbito legal. Pero los economistas del PP creen en la magia de mercado con la fe del carbonero. De ahí que estén convencidos de que bastaría con dejar que los sueldos bajasen lo suficiente para que todos esos desempleados de la construcción encontrasen un nuevo empleo en cualquier otro sector. En ese mundo imaginario donde viven los economistas del PP, un albañil cincuentón y con estudios básicos se puede reconvertir en guía turístico, operario informático o director de periódico a condición de que se pliegue a ingresar un poco menos de dinero cada fin de mes.
Aunque parezca imposible, lo creen; o simulan que lo creen, que para el caso viene a ser lo mismo. La economía española, sí, está creciendo desde hace un par de años. Pero la genuina causa efectiva de tal novedad no tiene que ver ni con las cigüeñas ni con la reforma laboral. Simplemente, tras ocho años sin atreverse a cambiar la lavadora, el televisor y el coche, los españoles, por fin, van perdiendo el miedo a gastar. Al fin crecemos porque al fin gastamos. Y por eso están equivocados los publicistas del PP. Porque si el motor de nuestro crecimiento actual hubiesen sido las exportaciones, entonces sí sería cierto que la reforma laboral impulsa el cambio de ciclo. Pero resulta que no son las exportaciones sino el consumo interno. Ergo, su tesis es falaz. ¿Y entonces por qué están bajando los salarios de los nuevos contratos? Pues por un motivo que tampoco nada tiene que ver con la reforma laboral. El sesgo dominante en nuestra economía, es sabido, la empuja a crear, sobre todo, empleos de muy baja calificación, empleos cuya remuneración es baja o muy baja por norma. Ya era baja sin reforma laboral y siguió siendo baja con reforma laboral. Esos son los puestos de trabajo por los que ahora mismo están compitiendo entre sí los cientos de miles de inmigrantes que se quedaron sin ingresos cuando estalló la crisis. Por eso, y únicamente por eso, la caída sostenida de los salarios en los trabajos de nueva creación. Ah, los mitos.