De la Encuesta de la Población Activa -en adelante EPA- del segundo trimestre de 2016 podrían destacarse dos elementos, uno coyuntural –el bajo crecimiento del empleo- y otro estructural –la dualidad del mercado laboral.
El crecimiento del empleo en el segundo trimestre, comparado con el primero, y corregido por la estacionalidad de ambos periodos, muestra un crecimiento notablemente por debajo del registro de afiliaciones a la Seguridad Social. Si bien es probable que el dato de la Seguridad Social de junio haya sido atípico, y por lo tanto el promedio del segundo trimestre podría no haber crecido si se excluyera dicho atípico, la estimación del empleo a través de los ocupados por la EPA muestra una ralentización excesiva. De todas formas, hay que tener en cuenta que EPA y afiliaciones no miden lo mismo (ver aquí párrafos cuarto y quinto)
Además, si se compara el crecimiento del empleo con el del PIB del segundo trimestre, la cifra sería más coherente con un crecimiento de la actividad inferior al 0,5%, cuando el propio INE ha estimado un crecimiento del PIB del 0,7%.
La (doble) dualidad
Otro elemento de interés a partir de los datos de la EPA es que se confirma una peculiaridad de nuestro mercado laboral. Por una parte, existe un importante segmento de la población que puede calificarse como casi inmune a los efectos de la crisis sobre el empleo. Se trata de los trabajadores con una mayor antigüedad –representados en el siguiente gráfico como ocupados con seis o más años en su actual empleo- y, por lo tanto, mayores costes de despido. Por el contrario, desde 2008 la rotación entre los trabajadores con menor antigüedad ha sido muy superior: en un primer momento entre los de menos de tres años, con especial impacto al principio entre los de menos de un año de experiencia. A partir de 2012, también lo ha notado el segmento con entre tres y seis años en su puesto de trabajo.
En 2008, el 45% de los trabajadores tenían seis años o más de antigüedad en su empleo, actualmente la proporción se ha incrementado hasta el 58%. En el otro extremo, el peso de los trabajadores con menos de un año de experiencia se ha incrementado, coincidiendo con la recuperación, del 14% al 18%. Son dos datos que ponen de relieve que los efectos de la crisis en el empleo han sido desiguales y que ha habido mucha menos renovación entre los trabajadores con una mayor antigüedad.
Si se analiza el desempleo, también hay indicios de dualidad. En este caso podemos distinguir entre los parados de larga duración (más de un año en el paro) y el resto. Por una parte, la proporción de parados de larga duración ha crecido sensiblemente con la crisis, desde un 10% en 2008 hasta un 42% en la actualidad. En cuanto a los desempleados de menor duración, en estos momentos tienen un promedio de tres meses en situación de desempleo con cierta tendencia a la baja.
Del empleo al paro
¿Cómo compara la situación del mercado laboral con la de otros países europeos? Los datos de Eurostat y OCDE ofrecen algunas pistas.
En cuanto a la ocupación, España tiene una tasa de empleo del 58%, una de las más bajas en Europa (promedio 66%). Y el porcentaje de trabajadores que perdió su empleo para pasar al paro en 2015 sólo es superado por Macedonia. Es decir, el empleo es relativamente menor y la transición del empleo al paro relativamente alta.
El análisis combinado de la antigüedad media y la temporalidad confirma que la mayor dualidad en el empleo en España es una realidad. El mercado laboral español tiene una tasa de temporalidad del 24%, sólo superada entre las economías de la OCDE –con un promedio del 14%- por la de Polonia. Sin embargo, la antigüedad media se sitúa en la parte medio-alta, con 11 años en el caso de España: ocupa la posición 9ª entre los 23 países de la muestra de la OCDE (el promedio entre estos 23 países es de 10 años). Esta combinación sólo es posible si, trabajadores temporales aparte, existe una importante proporción de los ocupados con una elevada antigüedad.
En cuanto al desempleo, tenemos una ratio de paro, medido como población desempleada sobre el total de población, de las más elevadas, con un 14% sobre población en edad de trabajar –sólo superada por Grecia. Y el dato es igualmente elevado si contamos el paro de larga duración –con un 11% sobre el total de la población, de nuevo sólo nos gana Grecia-. Sin embargo, el porcentaje de desempleados que ha encontrado empleo se sitúa en la parte media-baja. Es decir, considerando que existe un elevado porcentaje de parados de larga duración que, evidentemente, no tienen nada fácil el tránsito al empleo, el porcentaje de parados que han encontrado trabajo es relativamente elevado.
En definitiva, en el mercado laboral coexisten dos colectivos diferenciados tanto en el empleo como en el desempleo. En el empleo, hay un segmento de trabajadores con una mínima rotación y otro de continua transición entre empleo temporal y paro. Este segundo colectivo coexiste a su vez con otro grupo formado por parados de larga duración en los que los riesgos de histéresis –cada vez mayor pérdida de capacidades para reincorporarse al empleo- es creciente.
La paradoja es que, aunque existe una notable proporción de la población en continua concatenación de contratos temporales y, en algunos casos, en transición de temporalidad al desempleo y viceversa, no puede afirmarse que el mercado laboral sea flexible. Y no lo es porque hay otros dos colectivos –trabajadores con una mayor antigüedad y parados de larga duración- también muy importantes como una situación –en un caso voluntaria y en otro involuntaria- está muy lejos de la movilidad y la flexibilidad habitual en las economías de nuestro entorno.