De acuerdo con la prestigiosa consultora McKinsey, los ingresos de la mayor parte de familias se han estancado en Occidente durante la última década: entre 2005 y 2014, la renta familiar mediana apenas creció un 3% en Francia, un 1% en EEUU, un 0% en Reino Unido, un -2% en Holanda y un -7% en Italia. Sólo hay un país que se salva de la quema: Suecia, donde las rentas familiares se expandieron un 17% desde 2005.
A la luz de estos datos, uno podría pensar intuitivamente que la clave del éxito reside en tener un enorme Estado de Bienestar a lo nórdico: si Suecia triunfa donde los otros países fracasan, acaso debamos acrecentar el tamaño del sector público hasta alcanzar los niveles suecos. La explicación adolece, sin embargo, de un problema: el tamaño del sector público de Suecia (49,2% del PIB) es inferior al de Italia (50,3%) y al de Francia (56,8%), y nada de ello ha evitado que ambos países experimentaran un estancamiento de sus rentas familiares medianas o, incluso, un fortísimo retroceso.
Tal vez entonces quepa pensar que al menos el Estado de Bienestar sueco sí constituye una solución para aquellos otros países que poseen un sector público más pequeño que Suecia, pero tampoco: según McKinsey, la redistribución estatal contribuyó a incrementar la renta familiar mediana en Suecia en un 5% entre 2005 y 2014, escasamente por encima del 3% de mejoría en Reino Unido; al mismo nivel del 5% en EEUU; y por debajo del 10% de Holanda. O dicho de otra forma, el grado de redistribución de la renta de Suecia es idéntico al de EEUU. ¿Por qué entonces en unos países los ingresos de la mayoría de hogares se han estancado durante una década y, en cambio, no lo han hecho en Suecia?
El informe de McKinsey ofrece cuatro causas que potencialmente permiten explicar por qué las rentas familiares medianas han languidecido en el mercado durante estos últimos diez años: la crisis económica (el PIB apenas ha crecido desde 2005 debido a la lenta recuperación), el cambio de composición de los hogares (si el número de miembros de la unidad familiar se reduce, sus ingresos totales tenderán a caer), la estratificación del mercado laboral (los trabajadores cualificados ven mejorar sus remuneraciones, mientras que los poco cualificados experimentan retrocesos) y las rentas del capital (las familias con rentas del capital prosperan a costa de las que carecen de patrimonio). De estas cuatro, las rentas del capital carecen de influencia significativa en todos los países y el cambio de composición de los hogares perjudica apreciablemente a Francia, Italia y Suecia pero no a Reino Unido o Estados Unidos (aparte de ser un efecto esencial, aunque no exclusivamente, estadístico: si se reduce el número de miembros en una familia, el hogar en conjunto obtiene menos rentas aunque las personas que lo componen no lo hagan).
Las dos causas que explican el escaso dinamismo de los ingresos familiares en todas las economías estudiadas son básicamente dos: la crisis económica y la estratificación del mercado laboral. Por un lado, el tamaño de la tarta económica apenas se ha incrementado, de modo que no todos pueden aumentar a la vez el tamaño de sus porciones; por otro, el moderado crecimiento de la tarta ha ido a parar al personal cualificado y a la reinversión empresarial en detrimento del personal no cualificado. Suecia se ha comportado especialmente bien en ambas rúbricas, pero sobre todo en la segunda: de los cinco países analizados, Suecia es el que más crece pero, sobre todo, es el país donde el personal no cualificado no sólo no sale perjudicado del reparto de la tarta en el mercado, sino notablemente beneficiado. A saber, la estratificación del mercado laboral reduce la renta familiar mediana un 15% en Holanda, un 8% en Reino Unido y un 7% en EEUU, mientras que la incrementa un 10% en Suecia. En otras palabras, mientras que en EEUU, Holanda o Reino Unido el crecimiento económico posterior a 2005 se debe a la mayor contribución del equipo de capital y del personal cualificado, en Suecia también se debe a la implicación del personal con menor cualificación.
Así pues, la clave para mejorar la renta de la mayoría de las familias pasa por impulsar un crecimiento económico inclusivo: un crecimiento que sea el resultado no sólo de la aportación productiva de los bienes de capital o del personal cualificado, sino también del resto de ciudadanos con menor formación. ¿Cómo lograrlo? No existe una única vía, pero lo fundamental es aumentar las oportunidades y los incentivos de los trabajadores no cualificados a permanecer en el mercado laboral: es decir, eliminar barreras de entrada en el mercado, proporcionar una educación profesional más adaptada a las necesidades de una economía globalizada y suprimir todas las transferencias gubernamentales que, lejos de actuar como aseguramiento transitorio, aíslan estructuralmente a una parte de la población del mercado.
Suecia ha conseguido muchos de estos objetivos con una economía bastante liberalizada (no menos liberalizada, al menos, que la de EEUU y Reino Unido), con un sistema educativo no universitario que colabora estrechamente con el sector empresarial, con subsidios condicionales a la reintegración laboral, con incentivos fiscales a la contratación del personal poco cualificado y con pensiones públicas nocionales que vinculan muy estrechamente lo cobrado en la jubilación con lo cotizado durante la vida laboral. Todo lo cual ha ayudado a elevar la tasa de actividad y la productividad entre todos los estratos de la población.
Pero el modelo sueco no es el único, ni el mejor, para lograr resultados análogos. La alternativa liberal —frente al neomercantilismo actualmente vigente en la mayor parte de Occidente— permite alinear mucho mejor los incentivos y las capacidades del sistema económico: liberalización de los mercados para permitir que cualquiera emprenda y aproveche las oportunidades de ganancia allá donde existan; educación libre y adaptada a la necesidades formativas y a la responsabilidad de los estudiantes; seguros privados para contrarrestar los riesgos de vivir en sociedad y que, al ser privados y personales, no fomentan el riesgo moral entre sus perceptores; tributos bajos para no hundir artificialmente las retribuciones de los ciudadanos poco cualificados; y sistemas de jubilación basados en el ahorro que no desvinculan por entero contribución y prestación.
No, la clave del éxito sueco no está en su enorme Estado de Bienestar (menor que el de Francia o Italia y tan redistributivo como el de EEUU), sino en los elementos liberales que ha ido introduciendo en el mismo desde su fortísima crisis de los 90. ¿Por qué detenernos ahí y no seguir avanzando hacia una economía mucho más libre, abierta e inclusiva?