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José T. Raga

Para mí también

Que el Banco de España compre deuda corporativa de entidades privadas supone un claro privilegio que, teniendo la importancia que hoy tiene la financiación, rompe la competencia, presupuesto de una economía libre.

Lo he pensado y me reafirmo: yo también quiero que el Banco de España compre mis títulos de pasivo, en condiciones equivalentes a las utilizadas en la operación realizada con nueve empresas españolas; para ello estoy dispuesto a convertirme en corporación para que mis deudas sean "deudas corporativas".

Dirá el lector, sabio y bien intencionado que, qué más me da; que no es igual y que cuando la referida institución lo ha hecho, con la anuencia del Banco Central Europeo, por algo será o, simplemente, porque lo ha creído, conveniente. La ingenuidad de tal justificación resulta difícil de aceptar cuando, sobre todo, contradice la casi totalidad de lo que me enseñaron mis maestros.

Por ello, la razón de mi contrariedad debe tener otro fundamento. Por de pronto sólo puedo anticipar que mi rebeldía, no es por los diez mil millones y medio de euros de la operación, que también, sino porque ante hechos como éste, brota siempre la misma duda: hasta cuándo y hasta dónde llegará nuestro manoseo de las instituciones y de los objetivos públicos, cuando del mismo sólo se deriva que la economía, el mercado, la competencia y hasta la función pública, devengan en un galimatías del que nadie es capaz de deducir principios ni razón de ser de las decisiones públicas.

Cómo podemos explicar en un curso de economía que no hay macroeconomía sin microeconomía, y al revés, pero que una y otra tampoco forman un totum revolutum sin diferenciación de los campos de análisis propios de la una y de la otra.

Hace apenas unos años, defendíamos que la misión de un banco central era la de situar en el sistema económico los medios de pago necesarios, y sólo los necesarios, para que las transacciones de la economía real se desenvolvieran con agilidad a precios estables; no pudiendo ser inferiores porque frenarían las transacciones, ni superiores porque romperían la estabilidad de precios provocando inflación.

Si esto hubieran hecho los bancos centrales, la crisis de finales de 2007, o no se habría producido, o habría sido de tenor bien diferente. Por eso, los que ya hemos pasado de los tres cuartos de siglo, nos cuesta mucho aceptar ese uso abusivo de la política monetaria como instrumento para el crecimiento económico y para la consecución del bienestar. Ello, tratando de contener lo que, desde la intimidad, me gustaría manifestar.

El vaso se desborda cuando, al tiempo que uno asume las políticas que no quisiera asumir, el galimatías provoca la confusión entre lo público y lo privado. Que el Banco de España compre deuda corporativa de entidades privadas, supone un claro privilegio financiero que, teniendo la importancia que hoy tiene la financiación, rompe la competencia, presupuesto de una economía libre. Y no vale refugiarse en el precedente americano.

¿Por qué a esas empresas y no a otras? ¿Es temor a la libertad económica? Libertad y patrocinio público, cualquiera que éste sea, son conceptos antagónicos y su cohabitación peligrosa.

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