Trinitario Casanova es un empresario muy conocido en Murcia, donde inició a los 16 años su carrera en el mundo de los negocios, hoy agrupados en el holding Baraka Global Invest. De su padre, pequeño exportador de frutas y hortalizas, dice que aprendió todo lo necesario para convertirse en un empresario de éxito. Ahora bien, la capacidad para sobrevivir a los políticos que acredita Casanova debe ser innata.Eso no hay padre que lo pueda enseñar.
El nuevo propietario del Edificio España tuvo su primer encontronazo importante en 2004, cuando trató de hacer una urbanización de lujo en Águilas, municipio costero murciano próxima a la comunidad andaluza. Allí compró los terrenos de la finca La Zerrichera, que previamente a ser recalificados habían sido adquiridos por un concejal de la localidad.
El expediente fue aprobado en el pleno municipal y, con posterioridad, superó todos los trámites en la administración autonómica, que autorizaban a Casanova a construir 4.000 viviendas y hoteles de lujo con el obligado campo de golf.
La inversión era muy importante y, además, la garantía del despegue definitivo de Águilas como destino turístico, pero las organizaciones ecologistas no opinaron lo mismo.
La Zerrichera, ubicada en la sierra de La Almenara, es lo más parecido a un paraje lunar que se puede encontrar en el planeta Tierra, junto tal vez a las planicies de Atacama y el desierto de Omán. Allí no van ni los senderistas, cuya capacidad de sacrificio está fuera de toda duda. Sin embargo parece que en esos parajes olvidados de la mano de Dios mora la tortuga ídem, una especie protegida cuyo hábitat hay que preservar.
Los ecologistas denunciaron y la fiscalía inició un expediente. ¿Qué hizo entonces el presidente murciano Ramón Luis Valcárcel, campeón de la seguridad jurídica? Pues naturalmente dar marcha atrás a todo el proceso y afirmar solemnemente que en La Zerrichera jamás se pondría ni un puñetero ladrillo.En efecto, así fue.
Las pérdidas en la operación podrían haberse llevado por delante a cualquier empresario, pero no a Trinitario Casanova.
Después de la traición de su amigo Valcárcel, vendió su parte de la empresa a un socio por 650 millones de euros y siguió su camino por separado.
El siguiente traspiés tuvo lugar en el mundo de la banca, cuando decidió entrar con fuerza en el accionariado del Banco Popular. Poco tiempo después de comprar las acciones, Casanova trató de desprenderse de esa participación (el 3,5% del banco) y fue acusado de esparcir el rumor de que Carlos Slim iba a lanzar una OPA con una importante plusvalía, lo que hizo subir como la espuma su cotización. Un grupo de accionistas lo denunció y el mes pasado la Justicia lo condenó a un año de cárcel, que no cumplió por tratarse de la primera condena.
¿Quién representaba a esos accionistas? Pues otro campeón de la seguridad jurídica: el ministro principal de Gibraltar, Fabián Picardo.
De hecho, Casanova acusa a Picardo de ser él quien contactó con el grupo inversor de Slim y montó toda la operación, antes de pasarse a representar a los damnificados cuando el negocio se fue al garete. La Justicia no opinó lo mismo y acabó condenando al empresario murciano.
La trayectoria empresarial de Trinitario Casanova en los negocios que dependen de la voluntad política no puede ser más estremecedora, pero nada ni nadie es capaz de desanimar a este hombre. Ahora ha decidido comprar la propiedad inmobiliaria que ha logrado aburrir hasta a los chinos, cuya voluntad de hierro y capacidad de sufrimiento tienen también difícil parangón.
Valcárcel le dio la licenciatura y Picardo lo doctoró. Ahora se enfrenta a los podemitas madrileños en busca del Honoris Causa definitivo. ¿Sobrevivirá también a Carmena? Yo apuesto por él.