El Brexit es el tema de la semana… bueno, en realidad del mes, del año. Como además no se sabe qué pasará, pues hay mucho margen para la especulación. Por no estar claro, ni siquiera es del todo seguro que al final Reino Unido acabe saliendo de la Unión Europea. ¿Cómo afectará a la UE? ¿Cuál será la reacción de los socios? ¿Qué implicaciones tendrá en la economía europea? Y por supuesto, ¿qué harán las empresas con sede en las islas?
Cristina Cifuentes ha debido pensar que el que no corre vuela y el lunes anunciaba una serie de medidas "fiscales, financieras y de localización" para atraer a los bancos de inversión que salgan huyendo de la City. El pasado viernes, el Gobierno en funciones anunciaba que intentará atraer a España las sedes de la Autoridad Bancaria Europea (EBA, por sus siglas en inglés) o la de la Agencia Europea del Medicamento (EMA).
Pero claro, todo esto es mucho más fácil de decir que de hacer. Una cosa es asegurar a las empresas que deben venir a tu país y decir que aquí se las tratará mejor que en ningún sitio. Y otra muy distinta es convencer a sus CEO de que tomen la decisión de trasladarse a Madrid, Barcelona o Sevilla.
Desde hace años, un tema recurrente en nuestro país es la idea de consolidar a España como una especie de Florida europea. En EEUU, los estados del sur son los que más han crecido en las últimas tres décadas. Las razones son múltiples (impuestos más bajos, pocas trabas a la construcción, vivienda más barata, menos regulaciones…) pero también influye la cuestión geográfica. Por decirlo de otra manera, si una empresa tiene que decidir dónde abrir su nueva planta y más o menos percibe unas condiciones similares en Pittsburgh que en Dallas, probablemente elegirá ésta última, porque le será más sencillo atraer trabajadores cualificados a un sitio en el que hay 300 días de sol al año que a uno en el que hay 300 de lluvia. La cercanía a las materias primas alrededor de las que crecieron los grandes centros industriales del siglo XX es cada día menos relevante y sin embargo la calidad de vida (entendida ésta en un sentido amplio) se valora mucho en la nueva economía. Libre Mercado también se puso en su día el traje de regeneracionista optimista (y un poco ingenuo) y se planteó qué tendría que hacer España para convertirse en "la California de Europa".
Ahora, con la oportunidad del Brexit, a los políticos españoles les han entrado las prisas y están decididos a atraer inversiones. No será fácil. Ni en términos de productividad ni de libertad económica, nuestro país está especialmente bien situado. Nadie va a poner en Málaga una empresa sólo porque haga mejor tiempo que en Stuttgart. Pero sí hay algunas cosas en las que podemos vendernos… Ahora la cuestión es que los demás lo sepan, lo crean y actúen en consecuencia.
Competitividad, la clave de todo
Después de siete años de crisis, al menos sí hay una buena noticia para la economía española. Nuestra posición de partida para la recuperación no es nada mala. En términos de competitividad estamos en una situación envidiable respecto a nuestros vecinos. Y ésa es la clave que los inversores siempre analizan cuando se plantean si invertir o no en un país.
La competitividad, esa palabra que encanta a los economistas y asusta a los profanos, tiene dos caras: productividad y coste. España aún tiene mucho camino por recorrer en la primera parte (aunque también nuestra productividad ha subido desde 2008); pero tras la crisis ha mejorado mucho en lo segundo. Y eso nos abre muchas oportunidades. Quizás las empresas francesas o alemanas sigan siendo más productivas que las españolas (esto hay que reconocerlo), pero en la relación coste por unidad de producción la ventaja es nuestra. De hecho, hace tiempo que los expertos advierten que nuestro país es una de las economías mejor situadas para la próxima década.
Por ejemplo, el Banco de España le dedicaba un capítulo a este tema en su último informe anual y confirmaba que desde el punto de vista de la competitividad, somos un caramelito para los inversores, aunque hay que seguir mejorando, sobre todo en productividad:
Un elemento crucial que no solo explica la recuperación que se está observando, sino también las perspectivas de que esta se prolongue en el medio plazo, es el proceso de mejora competitiva que se inició con la crisis. El impacto positivo de los avances en la competitividad sobre el desequilibrio exterior de la economía discurre, en primer lugar, a través de su capacidad dinamizadora de las exportaciones. (...) El análisis realizado considera dos fuentes diferenciadas de ajuste frente a las economías competidoras: por un lado, los precios relativos de los bienes y servicios y, por otro lado, los costes de producción, incluidos tanto los laborales como los financieros, en relación con los de otras economías de nuestro entorno. (...) Desde una perspectiva de largo plazo, las ventajas competitivas duraderas han de proceder de aumentos de productividad, que, a su vez, son el resultado de reformas estructurales de los mercados de trabajo y de bienes y servicios.
No sólo desde dentro de España se destaca esta realidad. La Comisión Europea también ha reiterado en todos sus informes que nuestro país ha sido uno de los que más "ganancias" ha conseguido "en términos de competitividad coste/precio".
Incluso el Ministerio de Economía francés, en un documento de finales de 2014, se preguntaba por qué "las exportaciones españolas post-crisis son tan dinámicas". Y llegaba a la conclusión de que uno de los principales motivos era "la profunda mejoría en términos de competitividad/coste, en parte hecha posible por la moderación salarial pero también por la fuerte mejoría de la productividad que acompañó las pérdidas de empleo durante la crisis". Esto se podría traducir, más o menos, en que las empresas que cerraron o destruyeron empleo fueron las menos productivas, así que la buena noticia es que los que quedaron de pie tras el huracán eran los mejor preparados para competir.
En este sentido, hay que tener en cuenta que las empresas y las ciudades españolas luchan fundamentalmente con alemanas, italianas, francesas o inglesas. Es decir, a la hora de comparar niveles de productividad y competitividad, no tiene mucho sentido analizar la evolución de la economía china o india. Al final, nuestro campo de acción es la UE y el tipo de inversiones que podemos recibir son las que tienen el Viejo Continente como objetivo. No es muy normal que alguien esté dudando entre Bombay o Valencia, pero sí puede ser que la disyuntiva se plantee entre Bilbao o Lyon. En este punto es en el que las enormes ganancias de competitividad de la última década cobran importancia.
Junto a esto, hay tres-cuatro aspectos más muy relevantes. Para empezar la inestabilidad político-económico-social de muchos países de nuestro entorno, con Grecia y Portugal gobernados por ejecutivos de extrema izquierda a los que los inversores miran con recelo. En el campo turístico, los competidores de la orilla sur del Mediterráneo tampoco pasan por su mejor momento.
Y a todo esto se le puede sumar un factor importante: la enorme cantidad de construcciones vacías (no sólo viviendas, aunque también) y de terreno urbanizado no utilizado que existe en nuestro país. Lo que no deja de ser el recuerdo más triste de una burbuja inmobiliaria que destruyó una gran cantidad de riqueza puede ser también una oportunidad. En un contexto de lucha por la inversión, la disponibilidad de terreno y espacios baratos es clave para los posibles interesados. Por ejemplo, los estudios realizados en EEUU demuestran que una de las claves del crecimiento que muchas ciudades del sunbelt han experimentado en las últimas décadas es la facilidad para construir y los bajos precios de terrenos y oficinas. En España las leyes urbanísticas no son precisamente sencillas, pero terreno disponible hay para dar y regalar. Y en cuanto a infraestructuras, el derroche en estaciones vacías y aeropuertos fantasma no se va a convertir en una buena inversión de la noche a la mañana, pero sí asegura sobrecapacidad y buenas vías de transporte si la coyuntura lo requiere.
No hay que engañarse. Las empresas británicas no van a salir huyendo mañana del Reino Unido hacia España ni nuestro país se va a convertir por arte de magia en el nuevo Singapur. Pero sí hay algunas ventajas que podríamos explotar. Eso sí, también hay problemas que pesarán en nuestra contra (inseguridad política, costes laborales, intervencionismo, formación de la fuerza laboral). La clave ahora es si sabremos aprovechar aquellas y limitar estos. De la respuesta dependerá buena parte de nuestra prosperidad futura de la próxima década... y no sólo por el Brexit.