Desde que llegó a La Moncloa, Mariano Rajoy ha hecho de la credibilidad, la solvencia y la confianza sus principales activos. Casi podría decirse que éste ha sido el único mensaje que el PP ha manejado en los últimos seis años: Rajoy es un tipo fiable.
Fue la consigna en 2011, cuando la estrategia electoral giró en torno a su figura de gestor serio que llegaba a reparar el desaguisado provocado por el irresponsable de José Luis Rodríguez Zapatero. Y lo ha sido a lo largo del último año, cuando los populares han explotado el discurso del miedo, enfrentando la fiabilidad del político gallego con la incertidumbre que generaría un Gobierno con Pedro Sánchez o, aún peor, Pablo Iglesias.
Tenía razón hace cinco años Rajoy cuando denunciaba el pésimo manejo de las cuentas públicas por parte del Gobierno socialista, causa última del drama que España vivió entre 2010 y 2012, cuando nuestro país estuvo al borde del abismo de la quiebra. También hay motivos más que suficientes para intuir que, cómo dice el gallego, un Ejecutivo en manos de Sánchez, Iglesias, Garzón o Echenique sería letal para la economía española y acabaría con la evidente recuperación que ha experimentado ésta en los últimos dos años. Y no es menos cierto que el Ejecutivo que él preside es responsable de este cambio de rumbo que los datos del paro que conocimos esta semana no han hecho más que confirmar.
Dicho esto, cada día está menos claro es que Rajoy sea un político que merezca nuestra confianza. No la merece en el terreno de la corrupción, en el que su inacción avergüenza incluso a sus votantes. Tampoco en el terreno de las convicciones: desde 2008, el PP ha renunciado a dar la batalla ideológica a la izquierda, a la que ha cedido el terreno de juego, el lenguaje y los medios de comunicación. Y todo esto por no hablar del continuo incumplimiento de las promesas electorales con las que fue elegido en 2011.
Pero al menos nos quedaba la economía, la gestión del presupuesto y el control de las cuentas públicas. Nos quedaba… hasta el jueves. La Comisión Europea ha acabado esta semana con el mito de la fiabilidad de Rajoy y de su Gobierno. El informe con el que el Ejecutivo comunitario abre el procedimiento que podría acabar en una multa al Estado español es demoledor. No hablamos de un mero toque de atención, sino de una denuncia que compromete no sólo al actual Gobierno del PP, sino que daña la credibilidad de España ante sus socios. La Comisión acusa a Rajoy y a su ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, de incumplimientos reiterados de los objetivos de déficit, de desprecio a los avisos realizados desde Bruselas, de no aplicar su propia Ley de Estabilidad y de electoralismo en materia fiscal y de gasto público.
Para un país como el nuestro que, no lo olvidemos, está semi-intervenido desde 2012 y sigue dependiendo del aval del Banco Central Europeo para emitir deuda pública, no es un tema menor. Con un nivel de deuda que ya ha sobrepasado el 100% del PIB, la retirada de la confianza de las instituciones comunitarias supondría de forma inmediata una vuelta a la situación vivida hace cuatro años.
Rajoy juega con la idea de que aquello no se repetirá porque, mientras él esté en La Moncloa, seguirá teniendo el respaldo de la UE. Y en cierto modo tiene razón. En realidad, es casi lo único que le queda. Para España ahora es casi más importante lo que opinen Angela Merkel o Mario Draghi que la realidad de las cuentas. Mientras tengamos el apoyo de Bruselas, Berlín y Fráncfurt podemos seguir gastando sin control. La pregunta es cuándo se terminará la bula. El informe de esta semana es un nuevo toque de atención y la prueba más evidente de que la paciencia de la UE, aunque grande, no es ilimitada.
A un político que ha hecho de la inacción una forma de vida y que sólo aprobó reformas de calado en la primera mitad de 2012, cuando la prima de riesgo apretaba hasta casi ahogar nuestras cuentas públicas, enfadar un poco a la Comisión Europea no parece que le vaya a suponer una gran preocupación. Y los 2.000 millones de multa no los pagará él, sino todos los contribuyentes españoles. A las dos cosas (la falta de reacción y la irresponsabilidad) estamos acostumbrados. Por eso, no le vamos a solicitar a Rajoy y a Montoro que nos expliquen qué van a hacer para cumplir este año con un objetivo de déficit que la UE ya asume que se ignorará. Sólo les pedimos que dejen de presumir de solvencia, rigor o credibilidad.
Los votantes del PP saben desde diciembre de 2011, cuando olvidó su programa electoral y su discurso de investidura a las pocas horas de llegar a La Moncloa, que el presidente del Gobierno es cualquier cosa menos fiable. En Bruselas, parece que ya han empezado a darse cuenta.