No quiero ser un brexiter. No quiero romper la UE. No quiero estar en el lado de Marine Le Pen, Nigel Farage o Pablo Iglesias. Ni cerca de ningún otro de los populistas euro-escépticos que claman contra Bruselas y piden más fronteras, más leyes, menos libertad, más tribu.
Por eso, llevo tres meses leyendo a los mejores, en la última semana de forma compulsiva, intentando convertirme. Quiero estar con el Financial Times, con The Economist, con mi amigo Suanzes, que está en Bruselas enfadado con los británicos como nunca le he visto, con Timothy Garton Ash… Ellos son los buenos en esta historia, eso lo tengo claro. Son los que de verdad defienden una Europa más abierta, más cosmopolita, más solidaria (y no según el uso habitual de esa palabra en nuestros días) y más libre. La Europa del Estado de Derecho, del principio de legalidad, de los derechos humanos, de la igualdad ante la ley, del respeto a los contratos, de los mercaderes, del capitalismo...
Les leo y siento que tienen razón:
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Tienen razón cuando nos recuerdan que casi todos los líderes del euroescepticismo son gentuza, tipos que se envuelven en su bandera sólo para ganar votos alentando los más bajos instintos del votante. Populistas sin principios que no quieren una Europa más abierta y liberal. Personajillos de medio pelo que si llegasen al poder harían todo lo posible por limitar nuestras libertades y romper con los principios sobre los que construimos nuestra prosperidad.
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Tienen razón cuando alertan sobre las consecuencias económicas para la economía británica y la europea. Incluso aunque a medio plazo el Reino Unido lograse situarse como un referente liberal, una especie de Singapur europea (y eso habría que verlo), entre medias le quedan al menos 5-10 años de estancamiento o recesión, de ruptura de relaciones con sus principales socios, de deslocalizaciones, de fuga de inversiones. Y eso en el mejor de los casos.
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Tienen razón cuando dicen que la UE, sin el Reino Unido, será peor. Que el contrapeso liberal que los británicos suponían, incluso su euroescepticismo, era positivo a su manera.
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Tienen razón cuando explican que el sueño de un Reino Unido más abierto, liberado de las ataduras de Bruselas, no deja de ser una ilusión. Los votantes que han pedido el Brexit lo que quieren son más fronteras en Dover y menos rumanos en su vecindario, no una bajada de los aranceles o menos directivas sobre el proceso de comercialización del pepino.
Son buenos argumentos. Todos apuntan a un futuro peor para el Reino Unido y la UE. Nos hablan de un continente más miedoso, más cateto, más cerrado, menos próspero.
Lo que todavía no le he leído a nadie es que la UE sea un proyecto de futuro en el que merezca la pena estar. Un argumento que vaya más allá del "mejor no tocar las cosas" o del "era un bonito sueño". Aún estoy por encontrar una columna que les diga a los noruegos o a los suizos o a los islandeses que ahora que el Reino Unido se ha ido, ellos tienen aquí un hueco. Y no la he leído, porque nadie lo creería. Porque en el especial del The Economist sobre el Brexit, la UE que se dibuja es la que les gustaría que fuera y no la que en realidad es.
"¡Se van a enterar!"
No hay más que ver la reacción de las instituciones comunitarias, de la mayoría de los medios de comunicación europeos, de los ciudadanos del resto de la UE. Es una mezcla de "¡Qué se fastidien!" y "¡Ahora se van a enterar!". Que dicen que es un sentimiento de dignidad ante los británicos, pero a mí me parece que es la expresión máxima de la debilidad de la UE.
Si la Unión fuera tan buena como defienden los que ahora se llaman pro-europeos sin serlo, los que se dicen ofendidos por la afrenta británica… no haría falta castigar a nadie. Con su votación, los británicos se habrían castigado a sí mismos. Habrían abandonado el mejor club que la humanidad nunca ha fundado. Ya no sería necesario ir más allá. Ahora lo normal sería firmar un acuerdo de libre comercio similar al que tenemos con Canadá y esperar a que el error que han cometido les pase factura.
Pero no. No es eso en lo que piensan. Los que ahora piden latigazos para los británicos lo hacen porque saben que es lo único que les queda. Que la UE es un proyecto fracasado (y en buena parte por su culpa). Que la única forma de evitar nuevas deserciones es penalizar a los que se han atrevido a señalar que el rey está desnudo y que estar en la Bruselas actual no supone ninguna ventaja y sí muchos inconvenientes. Porque saben que es mejor ser Suiza que Austria, Noruega que Finlandia. Que lo que era un proyecto apasionante, que podía unir a los ciudadanos y las empresas del Viejo Continente, se ha convertido en una realidad penosa, que gira alrededor de una burocracia distante, que no tiene objetivo a medio plazo, una Unión mediocre y mezquina, en la que el cortoplacismo nacional se impone casi siempre sobre el proyecto común, en la que todos señalamos al de al lado por egoísta, pero en la que nadie está dispuesto a cumplir sus compromisos…
Miren a los españoles. ¿Por qué durante 30 años fuimos los más eurófilos de la UE? Porque nuestros políticos y periodistas nos decían (casi siempre de forma implícita, para que no se notase mucho lo miserable del argumento) que nos salía rentable. Que éramos receptores netos de fondos. Que las carreteras se hacían con dinero alemán. ¿Qué ha pasado cuando se acabó ese dinero, cuándo nos ha tocado ser contribuyentes? Pues que el enamoramiento se ha terminado. Así es fácil: yo pertenezco al club si es con el dinero de otros, pero si me toca pagar la cuota… entonces me lo pienso.
¿Han visto ustedes a alguien que haya echado en cara al Gobierno español (de PP o PSOE) que se haya saltado el objetivo de déficit de forma desvergonzada desde hace una década? Llevamos diez años riéndonos en la cara de alemanes, holandeses y finlandeses. España no ha quebrado porque desde 2010-2012 los contribuyentes de estos países nos respaldan con su solvencia (incluso aunque no lo sepan). ¿Y cuál es la reacción del ciudadano medio, de los partidos políticos o de los medios de comunicación? ¿Pedir a su Gobierno que cumpla con sus compromisos? ¿Exigir lealtad con nuestros socios? No. Lanzamos unas cuantas soflamas populistas contra Merkel, exigimos que nos dejen mantener a su costa un Estado que no podemos pagar y les insultamos porque nos piden que dejemos de gastarnos su dinero.
En Bruselas se preguntan cómo mantener la UE unida. Y lo único que se les ocurre es castigar a los que quieren irse, hacerles pagar su insolencia. Eso es lo que resta del proyecto europeo. Durante la campaña del Brexit quedó muy claro que era la principal (¿única?) razón que tenían en su poder los partidarios del bremain. En realidad, aunque no se den cuenta, esta amenaza es lo que mejor refleja la debilidad de la Unión que dicen defender.
Se lo digo en serio. Me encantan Schengen y las Becas Erasmus. Me gusta que sea fácil cruzar fronteras. Me apasiona el Mercado Único. Me parece perfecto que nos inunden los productos alemanes y los turistas británicos. Yo no quiero ser un brexiter... pero me lo ponen cada día más difícil.