Comentábamos a principios de semana que un voto a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea constituiría el revés más duro al proyecto europeo en sus seis décadas de historia. El pasado jueves, el electorado británico, efectivamente (y contra los pronósticos iniciales), se decantó por el Brexit.
Los mercados han reaccionado como se esperaba. La libra se ha hundido con respecto al dólar, alcanzando niveles no vistos desde 1985. El índice bursátil FTSE 100 ha sufrido una caída más moderada, del 2%, y son los demás parqués europeos los que más se han resentido, quizá porque no habían anticipado adecuadamente la probabilidad del Brexit. El Ibex 35 se dejó el viernes un 12,5%.
Sin embargo, las consecuencias del voto van mucho más allá de la volatilidad a corto plazo en las bolsas y mercados internacionales. El referéndum ha dejado patente una profunda división, geográfica y social, en el Reino Unido. Por otro lado, aunque es difícil predecir cómo reaccionará Europa a la amputación de su segunda economía, es innegable que la amenaza populista crecerá exponencialmente con el Brexit.
Las dos incógnitas de Reino Unido
Uno de los aspectos más chocantes del referéndum es la división social y geográfica que arrojan sus resultados. Mientras que el campo pro-europeo (Remain) arrasó en Londres y ganó con un amplio margen en Escocia, los partidarios del Brexit se llevaron la inmensa mayoría de distritos en Inglaterra y una parte mayoritaria en Gales. El margen de los anti-europeos (Leave) es especialmente grueso en áreas rurales y distritos de clase trabajadora.
En estos últimos, de adhesión tradicionalmente laborista, una masa importante de electores empobrecidos y frustrados, normalmente no muy proclives a votar, se acercó esta vez a las urnas. Cabe destacar en este sentido que la participación fue sensiblemente más alta en áreas pro-Leave que en aquellas de sesgo pro-europeo. Esto, sin duda, contribuyó notablemente a la remontada de Leave.
El referéndum, por tanto, abre dos incógnitas fundamentales que determinarán la futura prosperidad e influencia del Reino Unido. En primer lugar, ¿conseguirá Gran Bretaña defender su integridad territorial? La lideresa independentista de Escocia, Nicola Sturgeon, ya ha anunciado su intención de convocar un nuevo referéndum separatista, dada la divergencia entre la mayoría pro-europea de Escocia y el resto del Reino Unido, que en su mayoría votó por Brexit. Un razonamiento similar es aplicable a Irlanda del Norte, donde el Brexit podría impactar negativamente la permanencia del proceso de paz.
La segunda incógnita se refiere a la futura orientación económica del Reino Unido. Dentro de la UE, y continuando el legado de Margaret Thatcher, el país ha sido una referencia liberal, promotora del comercio internacional, la globalización y la transformación tecnológica. Pero el voto crítico de Leave ha venido precisamente de los descontentos con la globalización: sectores de la clase trabajadora que han visto empeorar su posición económica relativa en los últimos años.
Son estos electores quienes, animados por el agresivo mensaje anti-inmigración y soberanista de la campaña pro-Brexit, han dado la victoria a los anti-europeos. ¿Podrá el nuevo gobierno que reemplace a David Cameron (cuya partida está prevista para principios de octubre) continuar con la tradición liberal e internacionalmente comprometida del país, al mismo tiempo que satisface los ánimos proteccionistas del electorado pro-Brexit? Y, si no lo logra y frustra las esperanzas de estos votantes, ¿cuánto tiempo hasta que un discurso aún más agresivamente anti-liberal y xenófobo gane popularidad?
Y los tres caminos minados de Europa
Si el Reino Unido tal y como lo conocemos corre el riesgo de desvanecerse en un futuro no muy lejano, las perspectivas de Europa después del Brexit no son mucho mejores. A la Unión se le presentan tres opciones distintas, todas plagadas de riesgos.
La primera es la respuesta clásica de Bruselas a los reveses políticos: más integración, más Europa. Este comportamiento sigue la admonición de Jean Monnet, padre del europeísmo, quien afirmó que "Europa se forjaría a base de crisis". Pero esta vez la receta de siempre puede fallar, no sólo porque la animadversión hacia la UE es feroz en algunos países miembros (Francia, Holanda, Italia, Grecia), sino también porque "más integración" se entiende de forma bien distinta en distintos países.
Para Alemania significa otorgar poderes a la Comisión Europea y al BCE para controlar de forma más estricta los presupuestos nacionales y las hojas de balance de los bancos. Para Francia e Italia significa unión fiscal y de regulaciones laborales. Mientras tanto, los países del Este tiemblan al pensar que "más Europa" implicaría el compromiso de admitir un mayor número de migrantes del Medio Oriente.
La segunda opción es el statu quo, a saber, cerrar las cortinas y pretender que todo sigue igual. Esta es la opción más probable, dada la dinámica tendente a la inercia en las instituciones europeas, pero es también la más inestable y potencialmente dañina. Nadie duda de que la zona euro aún tiene debilidades, especialmente en Italia y Grecia. Del mismo modo, el auge del populismo no muestra indicios de perder fuelle. Todo lo contrario: en 2017 podríamos encontrarnos con un gobierno de extrema izquierda en España, y otro de extrema derecha en Francia, ambos opuestos al euro.
Y es por ello que la tercera opción gana atractivo, por razones tanto esenciales como pragmáticas. Esta opción, la menos probable de las tres, supondría la racionalización de las competencias europeas. En otras palabras, la devolución de poderes a los gobiernos nacionales. Desde el punto de vista económico, descentralizar regulación en materia laboral y fiscal bien podría fomentar la competencia entre países, redundando de esta forma en mejores políticas públicas, ajustadas a la voluntad de los ciudadanos en cada lugar. También satisfaría el deseo de muchos votantes de ver sus votos reflejados en las políticas de los gobiernos.
Pero, por otro lado, no se puede negar que dicha descentralización abriría la puerta al fin progresivo de los grandes logros del proyecto europeo, como son la libre circulación de las personas, el libre comercio entre países y el fomento de la competencia. Además, vistos los programas electorales de los anti-europeos, son precisamente estas áreas las que copan su atención.
¿Merece la pena el riesgo? Depende de si se cree que devolver poderes contribuiría a reducir el atractivo de los partidos populistas o si, por el contrario, ya es demasiado tarde para detener su ascenso al gobierno. En cualquier caso, resulta complicado imaginar la sostenibilidad de la UE con un gobierno del Frente Nacional en Francia, de Podemos en España y del Movimiento Cinco Estrellas en Italia. Lo que es indudable es que las réplicas del terremoto del Brexit las sentiremos durante años en todo el continente europeo.