El referéndum que se celebrará el próximo 23 de junio para determinar la permanencia o salida de Reino Unido de la UE constituye una irresponsabilidad histórica por parte del Gobierno británico y, muy especialmente, de su primer ministro, David Cameron, como principal culpable de dicho desatino. Y no sólo por sus graves consecuencias económicas, sino también políticas.
En caso de producirse el ya famoso Brexit, la economía europea corre el riesgo de sufrir un nuevo período de graves turbulencias financieras y bursátiles a corto plazo en un momento muy delicado, ya que la zona euro todavía no ha superado su particular bache tras el estallido de la crisis de deuda. Es de esperar que las autoridades comunitarias adopten ciertas medidas de choque para paliar dicha tensión, pero, aún así, el aumento de la incertidumbre augura un panorama de intensa volatilidad que, sin duda, perjudicaría al conjunto de la economía europea.
Las consecuencias más preocupantes, sin embargo, se producirían a medio y largo plazo, ya que, en caso no materializarse un nuevo acuerdo de libre comercio capaz de paliar dicha salida, las importantes relaciones económicas y financieras existentes entre Reino Unido y el resto del continente se verían seriamente mermadas. Dicho escenario se traduciría en un menor crecimiento potencial de la economía británica y de la UE.
Mención aparte merece el impacto que sufriría España, ya que, aparte de ser un relevante socio comercial y el gran emisor de turistas extranjeros, Reino Unido es el principal destino de las inversiones nacionales. Todo lo que implique la creación o el aumento de nuevas barreras arancelarias, burocráticas y fronterizas es una pésima noticia para el proyecto comunitario y para el futuro del continente.
Pero es que, además, la salida británica marcaría un peligroso precedente a tener muy en cuenta, ya que el auge de los partidos de corte nacionalista y antieuropeísta, tanto de extrema izquierda como de extrema derecha, amenaza con dañar el futuro de la UE a corto y medio plazo. El vil asesinato de la diputada laborista Jo Cox a manos de un perturbado nacionalista evidencia la terrible, cruel y destructiva necedad a la que conducen este tipo de ideologías, cuyo común denominador es el odio, ya sea éste político, económico, racial, religioso...
Cameron ya demostró su ceguera con ocasión del referéndum de Escocia, cuya celebración, si bien fue legal y legítima, era del todo punto absurda e innecesaria. Y ahora, en un nuevo acto de irresponsabilidad histórica, lejos de corregir su negligente actitud, ha redoblado la apuesta, convocando otro referéndum que no tiene razón de ser y que, en caso de imponerse el Brexit, romperá de forma traumática décadas de fructífera y beneficiosa integración.
Y es que, la razón del referéndum no responde tanto a una verdadera demanda social como a la ambición política de Cameron. Con el fin de acallar la división interna que levanta este asunto entre las filas conservadoras, el primer ministro ha optado por trasladar dicha responsabilidad al resto de los británicos, poniéndose así de perfil en lugar de hacer valer su dirección y liderazgo para poner orden dentro de su propio partido.
Es cierto que la UE no es perfecta, ni mucho menos. El origen y naturaleza del proyecto comunitario descansaba sobre la base de la libertad (libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas), propiciando el mayor período de prosperidad y paz que ha vivido el continente en su historia, pero, por desgracia, ha ido mutando hacia un superestado europeo, cuya creciente burocracia, profundo intervencionismo e interminable normativa amenazan con ahogar el auténtico espíritu de la UE. Éste y otros muchos aspectos deben ser corregidos para garantizar su supervivencia, pero la solución no radica en abandonar el barco, como plantea Reino Unido, sino en cambiar su rumbo para lograr que llegue a buen puerto.