El 9 de septiembre de 1976 falleció en Pekín una de las figuras políticas de mayor repercusión en la historia de China: Mao Zedong. Tras el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, el autor del Libro Rojo logró implantar un sistema de colectivización agraria de casi dos décadas de duración al coste de 40 millones de muertes por hambruna.
Hubo que esperar hasta su fallecimiento para que los programas de reforma económica comenzaran. De este modo, Deng Xiaoping fomentaría el comercio exterior y delegaría en los gobiernos más locales funciones antes centralizadas. Igualmente, tomaría una serie de medidas contradictorias, como el fomento de las empresas estatales, las cuales consideraba un pilar esencial para el progreso.
Sin embargo, mientras el Gobierno planteaba cambios de esta índole, la menor opresión sobre el pueblo por parte del Estado había prendido la mecha para que, en la sombra, comenzaran a activarse ciertos mecanismos de mercado. Se estaba produciendo una transformación al margen del sistema.
Israel Kirzner, candidato a Premio Nobel de Economía y catedrático emérito de la Universidad de Nueva York, destacó que el eje central del desarrollo económico se basa en la denominada "función empresarial", capacidad innata de todo ser humano para descubrir las oportunidades de ganancia que surgen a su alrededor y aprovecharlas, las cuales no estaban disponibles hasta entonces. "La restricción del acceso a los recursos puede bloquear efectivamente a empresarios potenciales en el descubrimiento de oportunidades de beneficio inexploradas", señalaba.
Este concepto económico es esencial para entender el gran cambio que se estaba produciendo en China en este momento. Ronald Coase y Ning Wang explican en su libro How China Became Capitalist que el desarrollo que, posteriormente, experimentaría el país no se debería a las reformas de Deng Xiaoping, sino a las "revoluciones marginales", que guardan notable relación con el concepto de función empresarial.
Progresiva privatización de la economía
La agricultura privada fue el núcleo central de esta clase de revolución, pues en 1980 al Gobierno Chino no le quedó más remedio que permitir el cultivo privado en aquellas zonas geográficas que no estaban dispuestas a seguir sometidas al colectivismo. Algo similar sucedió con empresas industriales de áreas rurales, las cuales comenzaron a actuar al margen del control del Estado, y por ello se veían obligadas a comprar en el mercado negro los productos que necesitaban para producir.
Pronto, el sector privado comenzó a ganar terreno compitiendo con las empresas públicas, que, además, poseían toda clase de apoyo por parte del Gobierno. Una vez iniciado, el proceso del mercado capitalista basado en la competencia fue imparable.
En los años 90, Pekín llevó a cabo la privatización de numerosas empresas públicas y trató de establecer un mercado común nacional, lo que incrementaba la competencia entre las diferentes áreas geográficas del, hasta entonces, dormido gigante asiático. Millones de chinos se lanzaron a competir entre sí de manera espontánea con el objetivo de satisfacer las necesidades del resto de individuos, siguiendo, por supuesto, la búsqueda de beneficio empresarial.
En el año 2005, el sector privado alcanzó el 70% del PIB y en 2013 logró arrebatar a Estados Unidos el liderazgo mundial en volumen de intercambios comerciales. Recientemente, los gobiernos de Washington y Pekín han firmado las bases para un acuerdo a través del cual China va a seguir profundizando en su senda hacia el capitalismo.
De este modo, se pretende acabar con las ayudas que el gobierno chino concede al sector textil, cuestión que ha suscitado numerosas polémicas en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Detrás de esta decisión parece que hay un objetivo claro: la búsqueda del Gobierno Chino del estatus de "economía de libre mercado" por parte de la OMC, del cual todavía carece.
El capitalismo se extiende por Asia
En los últimos años puede apreciarse una reconversión del tejido empresarial del país, que está abandonando los sectores tradicionales para centrarse en aquellos de mayor valor añadido y menos intensivos en mano de obra barata. En este contexto, países cercanos están tomando las riendas del sector textil en sustitución de China, pues el incremento paulatino de los salarios le impide competir en el mercado internacional.
Así, Bangladesh debe en torno al 80% de sus exportaciones a la industria de la confección, lo que le ha permitido un crecimiento anual del 6% durante la última década. Esto ha tenido una clara repercusión sobre la calidad de vida de los ciudadanos, que han experimentado un incremento en la renta per cápita desde los 807,53$ en 2010 hasta los 1.400$ actuales.
Algo similar sucede en Camboya, donde el sector textil emplea a un 10% de la población y las exportaciones del mismo son un pilar esencial del sostenimiento de su economía, que ha logrado reducir la población que se encontraba bajo el umbral de la pobreza desde un 34% en 2008 hasta un 17,7% en 2012. Y una estrategia de similares características está siguiendo Vietnam, con crecimientos superiores al 6% anual y un incremento de la renta per cápita desde los 700$ a más de 2.000$ en la última década.
En definitiva, hemos de entender que el capitalismo, a través de sus mecanismos de mercado, impulsa la actividad empresarial, generando incrementos salariales constantes, que requieren de tiempo, libertad económica y apertura al exterior.
Partiendo de esta premisa, parece claro que el capitalismo es un arma de destrucción de la pobreza y que, por ende, hemos de tratar de entender cómo funciona, conocer sus virtudes y sus defectos y, sobre todo, defenderlo como uno de los mayores avances que el ser humano ha logrado en toda su historia e impedir que aquéllos que pretenden acabar con él, por cuestiones puramente ideológicas y de ausencia de análisis teórico, logren el objetivo que se han marcado.