Lo de Grecia, simplemente, no tiene solución. El primer rescate solo sirvió para endosar a los contribuyentes europeos el saldo incobrable de una deuda contraída con los bancos privados franceses y alemanes. El segundo rescate ya no sirvió para nada, para nada de nada. Y el tercero va por idéntico camino. Y ello por una razón bien sencilla, a saber, que la deuda de Grecia no se puede pagar. Y las deudas que no se pueden pagar, no se pagan. Nunca. A fecha de hoy, mayo de 2016, el Estado griego arrostra obligaciones financieras con el extranjero por un volumen equivalente al 180% de su PIB. En el mundo todo, únicamente el sector público de Japón carga con un volumen más o menos similar. La pequeña diferencia es que Japón se debe a sí mismo el dinero, pues la deuda pública de Japón permanece toda ella en manos de ciudadanos japoneses. La gran diferencia es que Japón tiene Nissan, Sanyo, Honda, Toyota y cincuenta multinacionales más. Grecia, por su parte, no tiene nada.
Tsipras, a la fuerza ahorcan, acaba de prometer solemnemente ante los acreedores de Bruselas que hará reformas. Nada nuevo bajo el sol. Los distintos Gobiernos griegos, sin excepción, los de Nueva Democracia, los del Pasok, la propia Syriza, todos, han acometido muchas más reformas y mucho más profundas que, por ejemplo, España. Sin ir más lejos, el empleo total en el sector estatal griego pasó de 907.351 personas en 2009 a 651.717 en 2014. Una escabechina de más del 25% de sus efectivos. Son cifras nada sospechosas, de la Comisión Europea. Ningún país europeo había llevado a cabo una cirugía semejante. Pero hay más. Desde 2009, Grecia ha consumado la mayor reducción del déficit público que se haya emprendido en el mundo. La mayor del mundo, sí. Pasaron de un 15,6% sobre el PIB en 2009 a un 2,5% en 2014 (también son datos oficiales, de la OCDE). ¿Y de que les ha servido? De nada. Absolutamente de nada. De hecho, están mucho peor que al principio. Porque lo en verdad grave no es que Grecia afronte una deuda impagable. Lo trágico es que, aunque se les condonase ahora mismo el cien por cien de esa losa, Grecia seguiría siendo económicamente inviable dentro de la unión monetaria europea.
Al punto de que ni siquiera las propuestas más radicales que postula el principal think tank de la patronal alemana, una salida temporal del euro acompañada de la preceptiva devaluación del dracma, serviría para resolver el problema. Un problema, el de fondo, que se llama productividad. Así, por mucho que se devaluase la moneda griega en relación al euro, la precaria productividad de su economía permanecería inalterada. Por tanto, todo volvería a ser igual con el paso del tiempo. Del mismo modo que todo volvía siempre a ser igual con el paso del tiempo cada vez que un país ineficiente del sur, verbigracia la España de la peseta, devaluaba su divisa nacional frente al marco alemán. La productividad, las diferencias insalvables que se dan a ese respecto entre el norte y el sur de la Unión, es lo que está carcomiendo la Zona Euro, con Grecia haciendo de maestro de ceremonias en la crónica de esa muerte anunciada. La productividad es la clave; todo lo demás, en el fondo, resulta accesorio. Por eso el problema de Grecia, como el de Europa, no tiene solución.